El aumento en la prevalencia de obesidad que han sufrido los países desarrollados y en vías de desarrollo (una auténtica epidemia, según la OMS) han convertido a esta enfermedad en un importante problema para la salud. Incluso se ha llegado a valorar que el incremento de la obesidad infantil puede hacer que, después de muchas generaciones, la esperanza de vida de nuestros hijos sea menor que la nuestra si no ponemos en marcha los mecanismos adecuados para evitarlo.
No cabe duda de que los cambios en los estilos de vida (sedentarismo, mala alimentación, etc.) son la principal causa de este aumento en la incidencia de la obesidad; sin embargo, cuando planteamos un tratamiento integral para reducir peso (dieta, ejercicio físico, estética, psicoterapia), vemos que no todos nuestros pacientes responden de la misma manera en cuanto a la pérdida de peso, la velocidad con que lo hacen y al mantenimiento del mismo. ¿Cuál es la causa? La respuesta parece estar en sus genes.
El componente hereditario en las génesis de la obesidad se supone desde hace mucho tiempo, ya que la existencia de familias de “gordos” o de “flacos” es un hecho real e incuestionable. Pero lo realmente difícil de diferenciar es cuánto se debe a la herencia genética y cuánto al aprendizaje de hábitos dietéticos y estilos de vida inadecuados.
Diversos estudios poblacionales han proporcionado pruebas científicas indirectas de que la obesidad tiene una base genética. En su mayoría, estas pruebas surgen de estudios sobre la semejanza y las diferencias entre familiares, gemelos e hijos adoptados. Otras pruebas vienen de estudios que han identificado algunos genes a frecuencias más altas entre los obesos (estudios de asociación). Con estas investigaciones se ha juzgado que nuestra genética puede suponer entre un 25-40 % del desarrollo del sobrepeso y la obesidad.
Además, debemos tener en cuenta las interacciones de la genética y el ambiente. Los hombres actuales somos fruto de la evolución y hemos sobrevivido en la tierra adaptándonos a las circunstancias que nos rodeaban y, durante miles de años, éstas fueron la escasez alimentaria y la necesidad de realizar mucho ejercicio físico para poder conseguir los alimentos. Esto supuso el surgimiento de unos “genes ahorradores de energía” que favorecerían el acúmulo de grasa necesaria para sobrevivir en los períodos de escasez alimentaria. En la actualidad, con poco más de 100 años de sobreabundancia alimentaria en los países desarrollados y con la posibilidad incluso, en la actualidad, de hacer la compra (adquirir alimentos) sentados delante de nuestro ordenador, estos genes ahorradores, que hemos heredado de nuestros antepasados y que tardaremos muchos años en volver a modificar, suponen la acumulación de grasa en nuestro organismo con mucha facilidad.
Los avances en la investigación genética en el campo de la nutrición (Nutrigenética y Nutrigenómica) han permitido, por un lado, un mejor conocimiento de los genes y moléculas implicados en la obesidad, y, por otro, abrir un nuevo campo en la prevención y tratamiento de este problema, así como una mejor atención individualizada.
Los nuevos estudios del Perfil Genético de Obesidad (que ya disponemos en muchos centros médicos) nos permiten en la actualidad:
a) predecir el riesgo de desarrollar obesidad;
b) personalizar el tratamiento (que tipo de dieta es la más adecuada para perder peso, la tendencia a acumular grasa con la ingesta de carbohidratos, la probabilidad de sobrepeso después de un embarazo, la respuesta al ejercicio físico, el riesgo de padecer diabetes o enfermedades cardiovasculares asociadas a obesidad, etc.);
c) conocer la respuesta al tratamiento dietético y a los fármacos.
Intentado sacar conclusiones prácticas debemos partir de la base que la obesidad es un problema multifactorial en la que influyen causas diversas, tanto ambientales como genéticas. La espera de nuevos avances no debe inducirnos a engaño: la vida sedentaria y una alimentación inadecuada, son los principales responsables de la obesidad en la mayoría de los casos. A ellos, algunas personas le añaden otro factor de riesgo: su propia herencia genética.
Dr. J.P. Fernández Corbelle (Doctor en Medicina y Cirugía)
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