Que día más triste. Aciago y desesperante, que día más triste. Mares de gente caminando hacia el punto de encuentro de indignados de más y de menos, universitarios empinando el codo como profesionales por una fiesta y yo caminando a cotracorriente entre esos ciudadanos de bien que ilusos, creen que una huelga general aún tiene algún significado en este país. En este pozo de perdición y desilusión llamado España, antiguamente poderosa, actualmente enmohecida y podrida por intereses de partidos y contrapartidos, de sindicatos untados y parados exasperados.
Perdonarme por no tener ilusión, perdonarme por no tener ganas de ir a una manifestación cuanto menos inútil, en el que pocos o ninguno de los asistentes se ha parado a pensar en una acción de verdad, realista, tangible y terrible para los trajeados, de esas que duran semanas y hacen estremecer a los hombres del traje por apariencia y la mentira por cartera. Cartera de ministro. Ejemplos como Islandia o mucho más cerca, nuestra hermana Francia son impensables en un país como éste, en el que todo es de todos y de nadie, en el que los hermanos se pelean y los jóvenes prenden fuego a los containers dando una más que válida justificación a los de arriba para enviar a los perros de cacería. Inútiles todos.
La fuerza la hace el conjunto, el conjunto de una sociedad unida, en el que todos los bares, tiendas y comercios cierran, no por miedo a piquetes violentos y asqueados por su mierda de vida, si no por respeto y empatía con los cinco millones de parados. La fuerza la hace una sociedad que canta al unísono un alto y claro, ¡que os den por culo! Y no en el que unos obligan a cerrar a otros y en el que todos sospechamos de todos cantando a la vez un cobarde y triste ¡sálvese quien pueda! No en nuestro país, no en esta España abocada a una subsistencia bajo las órdenes de la mujer nórdica. Eso jamás ocurrirá aquí. Simplemente porque como buenos españoles, somos individualistas, egoístas y cobardes hasta el fin.
Perdonarme por no confiar en que la cosa cambie, perdonarme por querer escapar de una sociedad mediocre y orgullosa de su mediocridad. Yo, mientras tanto, vuelvo a casa a contracorriente del resto, más realista que ninguno quiero pensar, pero entristecido por ver como durante los veinte minutos de camino ningún comercio tiene echada la reja, por ver como la huelga general en mi ciudad no equivale a nada, por ver como me voy a casa esperando el día en el que terminada mi carrera, elija un país en el que la democracia, la población y la política no sean una pesadilla y una vergüenza para un librepensador como yo y pueda irme con una sonrisa por lágrima y una esperanza por nostalgia.
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