Ángel se atrincheró en su habitación por amor. Paquita se alejaba de su vida sin que él pudiera hacer nada. Lo fue todo para él: su alegría, su esperanza, su compañía, su risa, las mariposas en el estómago, la salud y, sobre todo, la vida.
En aquellas paredes la senectud no existe, sólo la ilusión y la experiencia de quienes saben que tienen pocas oportunidades de seguir siendo felices como para desperdiciarlas.
Paquita está muy malita. Los años no pasaron en balde y cada día acude al médico. A la salida, él está allí, como el de la Guarda, pero de los de carne y hueso.
Este es uno de esos casos en los que la falta de humanidad y de respeto a los derechos humanos ya no me provoca indignación, sólo dolor. He llorado leyendo la noticia, si dijera otra cosa, mentiría. El día que pierda este componente de humanidad me iré de la política. El día que casos como el de Ángel y Paquita no me hagan estremecer de dolor sabré que es el momento de marchar porque lo importante no serán las personas, sino los negocios, especulaciones y arbitrios varios de quienes no ven más allá de billetes de colores.
La Pereda se cierra con tragedias a sus espaldas. A estas alturas ya es indiscutible que no hay justificación lógica alguna –la especulación de terrenos no lo es-.
Llantos, dolor, indiferencia y, para algunos mayores, la sentencia a una muerte segura porque sus cuerpos, pero sobre todo sus mentes, no serán capaces de asimilar este cambio por lo injusto del mismo.
Llanto en las familias que saben que, a 50 kilómetros y sin vehículo, las visitas serán residuales y la soledad cavará una fosa de soledad profunda en las vidas de estos abuelos y abuelas.
Ángel sabe que a Paquita le queda poca vida y no se quiere separar de ella. Le han ignorado y lo que es peor, le han engañado. Los 50 kilómetros de separación a los que el gobierno de Cantabria les quiere someter son la ejecución de la sentencia final de la muerte por pena y soledad. El sólo pidió estar con ella en la Residencia de Cueto. Y podían hacerlo pero le mintieron y lo alejan de ella porque a la política que le corresponde decidir, los sentimientos de Ángel no le parecen importantes. Se ha atrincherado en su habitación, no se quiere ir del lado de Paquita porque, probablemente no haya mayor ni mejor muestra de amor y cariño que el estar al lado de quien quieres hasta el fin de tus días.
Los ancianos de La Pereda se hicieron mayores, pero no viejos. No quieren ser arrinconados, sólo quieren mantener intacta su dignidad e intactos sus derechos.
Él sólo quiere estar con ella y para ello renunciaría incluso a su plaza pública de residencia para poder seguir velando por su amor ¿cuándo se deshumanizó tanto la política? ¿Desde cuándo hay algo que sea más importante que las personas?
Ángel no grita sólo, no se atrinchera sólo y no está solo tampoco en su lucha. Todas las personas en las que dentro nos late corazón y estremecen sentimientos, somos Ángel y Paquita.
En La Pereda, la lucha sigue. La tragedia, también.
Leire Díez