Rafael Blasco está en el punto de mira de una comunidad valenciana que arde por focos de incendio múltiples y diversos. Además de los bosques, arden los teléfonos. Los dirigentes del PP valenciano, supervivientes de las conflictivas Eras del zaplanismo y el campismo, se tientan la ropa. Parece que Fabra, el nuevo jefe, ha dicho “que salga todo y acabemos de una vez”.
Así que, por ejemplo, Blasco se ha puesto a temblar porque esta vez no contará con la protección cerrada de sus acólitos y de los jefes de la escuadra popular. Pero otros, más precavidos, se preguntan ¿Y si tira de la manta?
Y no es para menos puesto que este oportunista de la política cuyo código moral no contiene texto alguno, sino cifras y beneficios, ha desfilado con animoso entusiasmo desde las filas del FRAP, una organización terrorista que se financiaba atracando bancos, pasando por el gobierno de Lerma, donde ocupaba carteras urbanísticas y de organización territorial – las que demandaba su colega de oficio, don Tamayo para votar al fallido Simancas-, hasta las filas del PP, prietas para recibirlo con su provechosa pestilencia como tarjeta de visita.
“Dejadme a mi que yo os enseño”, parece que dijo en el primer encuentro que mantuvo con los nuevos gerifaltes. Y luego se les hacía agua el bolsillo calculando la cuenta de resultados que el cuñado de Cipriá Ciscar les prometía con la mueca en forma de sonrisa que ponen siempre los conseguidores.
Ahora, la Justicia, ¡qué rubor!, parece atenazarle. Este Roldan con las meninges llenas de guarismos, dicen que se afanaba el dinero para las ayudas a los pobres de otras patrias.
Siguiendo la estela del prohombre de los noventa, el camarada Blasco, alias el conejo, no hay conejo bueno, ni el de la buena suerte siquiera, se lucraba con el dinero desviado de la solidaridad institucional con el tercer mundo.
“Cada vez que alguien de un gobierno quiere ayudar a un pobre de un país subdesarrollado, me llevo la mano a la pistola”, me dijo un día uno mirando la foto sonriente de Blasco en el hemiciclo de las cortes valencianas y emulando al mártir de la cárcel de Valencia. Y es normal, mientras los humildes contribuyentes pensábamos en sus sociedades empobrecidas, él pensaba en enriquecerse con sociedades mercantiles bien ensuciadas.
Empieza el milenio y la picaresca se confabula más allá de las ideologías. ¿Tendría razón Fernández de la Mora? ¿Estamos en su crepúsculo? Estamos, eso si, en el crepúsculo de la decencia. ¡Ay Blasco! ¿Cuantos hermanos, primos, cuñados y sobrinos seréis chupando del bote?
Redacción