Hay una delgada línea que separa el ejercicio de la autoridad del autoritarismo; de los servidores públicos deseamos y confiamos en que administren nuestra confianza y el poder legítimo otorgado con inteligencia, prudencia, sensatez, estilo y moderación. De nada sirve conceder al estado el uso de la fuerza para asegurar nuestra convivencia si desde él se hace un uso abusivo que en vez de ordenar, somete, porque el sometimiento no forma parte del modelo de sociedad civil democrática: es, por el contrario, el reflejo de un uso arbitrario e inaceptable de una potestad legítima para convertirla en un privilegio miserable de poder.
Eso ha pasado en Vivero, un pequeño pueblo del norte, gallego, en la provincia de Lugo. Allí, una villa encantadora y preciosa, hay, además, una autoridad municipal querida y respetada por todos: un alcalde que gana elecciones contracorriente, un vecino más, pero un vecino entre todos los vecinos.
Pero el caso es que un agente de la autoridad, de los que cobran un sueldo público, de esos funcionarios con los que todos nos sentimos solidarios en tiempos de recortes, un policía municipal, ha sido pillado “in fraganti” abusando de su autoridad, ejerciendo un poder de forma chabacana: actuando en beneficio de su carácter con el aplomo que da el uniforme y las armas que lo complementan.
El policía se acerca a un vecino mal aparcado. “Saca el coche de ahí de inmediato”, “Como te vuelva a ver te vas a enterar”, “ ¡Te vas a acordar de mi toda tu vida!”, y otras frases similares que son el reflejo lingüístico de la vieja chulería del gesto amenazador y el ademán humillante. La persona afectada, un vecino de apariencia humilde, de actitudes modestas, de aspecto sencillo, se deja someter: el miedo ha funcionado.
El policía en cuestión – de identidad desconocida, porque oculta la placa, el número y el nombre -, insiste en su comportamiento. Un vecino le recrimina su actitud. “Usted se calla, que con usted no estoy hablando”, dice el sujeto. El problema no es la sanción, ni la multa, ni siquiera el apercibimiento – es su deber – el asunto es el trato, el comportamiento, la falta de respeto protegida por el cargo.
Eran las 11.30, en pleno centro de Vivero. Un lector lo denuncia. ESTRELLA DIGITAL llama a la policía municipal preguntando por el suceso en cuestión y por el agente de la autoridad municipal. No saben de qué les hablamos, no identifican al guardia urbano, al agente local. Al guindilla. Que va. No ha pasado nada. Debe ser el pan de cada día. Salen a patrullar y a atemorizar a los vecinos. O quizá sólo sea ese tipo con uniforme, o sólo él ese día, un mal día – quizá un día lleno de disgustos -, pero el caso es que la autoridad no es un estado de ánimo. Es una responsabilidad civil. No un privilegio, si un deber asumido, de respeto y entrega a la Comunidad.
El lector nos pide eco. Nosotros se lo damos: faltaría. Las pequeñas cosas son el primer antecedente de cargas brutales, comportamientos y conductas inmorales. Ahora es cuando hay que atajar el desaguisado, e impedir que el agente se convierta en el azote de sus vecinos, investido de autoridad por un alcalde que debe saber de estos comportamientos de sus agentes.
Insistiremos, no tengan ninguna duda.
Redacción Estrella Digital