Este miércoles se celebra en el municipio valenciano de Buñol la Tomatina, una fiesta en la que los participantes se arrojan tomates unos a otros. Tradicionalmente se celebra el último miércoles de cada mes de agosto y este año cumple el décimo aniversario de su declaración como Fiesta de Interés Turístico Internacional.
Este año se lanzarán 120.000 kilogramos de tomates procedentes de una cooperativa de Mancofa (Castellón). El concejal de Comunicación de Buñol, Rafael Pérez, ha indicado que se prevé que participen en la celebración entre 35.000 y 40.000 personas. En términos económicos se espera obtener unos beneficios en torno a los 300.000 euros, según un estudio del impacto económico de esta cita. El Ayuntamiento de Buñol ha asegurado que pese a los momentos de crisis, se esfuerza para que esta fiesta siga siendo «referente a nivel mundial».
Rafael Pérez ha comentado que la procedencia de los participantes será muy diversa, desde la Comunidad Valenciana hasta otras zonas de España y del mundo. Ha señalado que en esta ocasión se espera la asistencia de gente procedente de Brasil y, como ya es habitual, de países como Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o India, en los que la Tomatina despierta gran expectación.
El acto comenzará a las 11 de la mañana y concluirá una hora más tarde. Lo tradicional es que la celebración arranque cuando concluye la cucaña, que es un palo enjabonado con un jamón en su extremos que se instala ese día. Tendrá lugar en la zona en la que se desarrolla cada año, entre las calles San Luis y la Avenida Diputación de Buñol. Es un itinerario que recorrerán los cinco camiones con bañera de gran tonelaje que transportan el tomate. En cada vehículo viajarán aproximadamente 1510 personas que se encargarán de repartir los tomates entre los asistentes.
Esta tradicional fiesta comenzó en 1945, cuando unos jóvenes presenciaban un desfile de gigantes y cabezudos en la plaza del pueblo. Intentaron hacerse un hueco entre la comitiva del desfile y provocaron la caída de un participante que, preso de la ira, empezó a golpear todo lo que encontraba a su paso. Cerca había un puesto de verduras, que la gente utilizó para coger tomates y tirárselos unos a otros hasta que las fuerzas del orden público pusieron fin a la batalla. A partir de entonces, cada año se fue repitiendo esta escena hasta dar lugar a la conocida festividad.
Las recomendaciones son llevar zapatillas cerradas, ropa vieja, gafas de bucear, cámara de fotos resistente al agua y disfrutar dando «tomatazos» y recibiéndolos.
Bea Ruiz Aranda/EP