Hoy Bosnia es parte de la Unión Europea, juega partidos del Mundial, tiene puentes, colegios y, por tener, hasta tiene una Plaza de España. Hace 22 años, donde crece un país, silbaban las balas y atronaban las explosiones. Hasta allí fue un aguerrido grupo de legionarios, barbudos y con distintivos azules de la ONU. Tras 23 bajas en estas tierras balcánicas, la semana pasada se plegó la última bandera en zona de operaciones, el «teatro de los Balcanes». Acababa la misión de los últimos seis militares españoles en los Balcanes, los últimos de Móstar. Ya hace años que las tropas españolas se juegan la vida y el prestigio en terrenos más lejanos y calurosos.
En el antiguo Boulevar de Móstar las banderas brillaban y las autoridades lucían sus mejores galas. Hace 20 años eso no era posible. Los casquillos de las balas en el suelo hacían impracticables los tacones, y no llevar casco y chaleco antibalas era una falta de protocolo que se pagaba con la vida. La Plaza de España era la línea de confrontación entre el ejército musulmán (la Armija) y el croata (HVO). Las preciosas casas, casi palacetes, de la época austrohúngara estaban horadadas por los impactos. En sus pasillos tenían morada los francotiradores. Unos tipos que fumaban rubio, vestían de cualquier manera y tenían un sádico sentido de la puntería.
España hizo su debut en serio en las misiones internacionales en Bosnia, al mando del coronel Francisco Javier Zorzo, con un grupo de legionarios al que se llamó la “Agrupación Málaga”. Hubo que echarle mucho valor, principalmente porque el Ejército español no tenía ninguna experiencia en operaciones de paz en medio de guerras del voltaje de las derivadas de la desintegración de Yugoslavia. Y porque las bajas se fueron sucediendo con crueldad.
Porque solo se puede calificar de cruel la muerte del teniente Arturo Muñoz Castellanos, el primero en caer, abatido por la metralla de un mortero cuando formaba parte de un convoy que llevaba plasma sanguíneo al hospital de Móstar, atestado de heridos de bala y explosiones. Al teniente Muñoz Castellanos siguieron 22 más, muchos por bala, accidentes de tráfico y otros tipos de muerte que le suceden a los soldados cuando están en lugares de máxima exigencia.
La exigencia ha cambiado de latitudes, y con ellas, igual de lejos, han cambiado las capacidades de las Fuerzas Armadas españolas. Los Blindados Medios sobre Ruedas (BMR) que patrullaban las terribles rutas del río Neretva han mutado en Vehículos resistentes a minas y emboscadas (MRAP) y drones que velan por los convoyes desde el aire. Las mínimas carreteras de montaña de Bosnia producían nostalgia cuando había que afrontar los atolladeros de tierras, arena, barro y piedras de Afganistán. Hoy el horizonte está en el África subsahariana e Irak, la misión de nunca acabar. También subieron el número de bajas, si bien proporcionalmente Bosnia fue, durante unos años, un golpe moral bastante fuerte, en un Ejército que entonces estaba formado por recluta obligatoria.
En Bosnia hubo que inventar hasta la bandera del país, un conglomerado surgido de la imagiunación (y la lógica) un diplomático español, el exministro de Exteriores Carlos Westendorp, entonces enviado especial de la UE al conflicto bélico.
El Ministerio de Defensa calcula que por Bosnia y Herzegovina han pasado cerca de 46.000 militares españoles en diversos relevos y misiones. Hubo un momento en que España tenía desplegados allí casi 3.000 efectivos, con material bastante contundente además. Una apuesta seria. Los últimos seis que plegaron la bandera arriada en la Plaza de España de Móstar forman parte del Mando de Doctrina del Ejército de Tierra. Su misión, lejos los tiempos de los check-point, los morteros y las emboscadas en las encañonadas carreteras de Mostar a Sarajevo, adiestrar en métodos OTAN al ejército bosnio. Ciencia ficción si se hibiera visto desde los ojos de aquellos legionarios que desplegaron aquel 1992, cuando la mili se hacía con Cetme.