Las elecciones municipales y autonómicas de este domingo han dejado un reguero de cadáveres y heridos políticos notable en los dos grandes partidos, sobre todo en el PP. Del coche oficial de cristales tintados a un desagradable papel en la oposición que muchos ni se plantean. Los barones regionales del PP han sido los más tocados, hasta el punto de que fuentes del partido aseguran, poniendo al mal tiempo humor, que ha llegado la hora del “Plan renove”.
De arriba abajo, Dolores De Cospedal es la primera cuyo futuro político está en entredicho. Pese a haber ganado en Castilla-La Mancha, la complicada igualdad –muchos gobiernos se han decidido históricamente por un solo escaño– la deja a las orillas de renovar su estancia en el palacio de Fuensalida. El problema para De Cospedal es que su autoridad en el partido, donde es secretaria General, está seriamente deteriorada tras los rifirrafes con Soraya Sáenz de Santamaría y los batacazos electorales.
Esperanza Aguirre se ha jugado también su futuro político a la carta del Ayuntamiento de Madrid, y también ha naufragado en la orilla. Poco más de 9.000 votos –en una ciudad donde votaron un millón seiscientas mil personas– la ha separado del posible éxito, siempre pactando con Ciudadanos. Una victoria la hubiera asentado en su poder territorial, para discutir a Rajoy otra vez el liderazgo nacional… Un cuento de la lechera que se ha derramado por el suelo por 9.000 votos al perder contra una jueza jubilada.
El problema para el PP es que el relevo generacional plausible ha quedado desacreditado en estas elecciones. No solo es el fin para figuras como Rita Barberá, Teófila Martínez o Luis Fernanda Rudi, sino de los nuevos que surgieron en 2011. Alberto Fabra, que ha pilotado el naufragio en Valencia ha quedado descolocado fuera de su propio feudo de Castellón, donde fue alcalde. Juan Ramón Bauzá también ha cosechado un fracaso rotundo, pese a ganar en diputados en Baleares. José Antonio Monago, que ha jugado a verso libre tras el audaz pacto con IU en la pasada legislatura, ha caído con armas y bagajes contra su rival, Guillermo Fernández Vara, que ha sabido perseverar en la oposición.
De los barones a los que no ha llegado su hora solo queda Alberto Núñez Feijoo, al que se le han subido a las barbas las formaciones del aire Podemos –no Podemos formalmente, porque no se ha presentado a nada– en las grandes ciudades, A Coruña y Santiago, mientras el PSOE no desfallece en Vigo, pero que ha salvado en cierto modo los muebles. Juan Vicente Herrera y Pedro Sanz se mantienen a duras penas en Castilla y León y La Rioja. Por ambiciones y edad, no parecen estar por la labor de aventuras de liderazgo nacional.
El en PSOE también hay platos rotos. Quizás el más significativo sea Antonio Miguel Carmona, al que una pertinaz campaña de tertuliano en televisión, recorrerse Madrid de la manera más variopinta y hacerse fotos con quien fuera, no ha valido de nada. El superviviente de la era de Tomás Gómez –“pongo las dos manos en el fuego por él”, dijo– ha cosechado el peor resultado de la historia del PSOE en Madrid. Pero su derrota sin paliativos, sólo puede se comparsa de un posible Gobierno de Carmena, escuece más al ver que Ángel Gabilondo, la apuesta de Pedro Sánchez, ha recuperado terreno en la Asamblea de Madrid. Entre los que se salvan, Emiliano García Page, que con ayuda de Podemos puede desbancar a Dolores de Cospedal. Un político de largo recorrido, con aspiraciones y edad óptimas para empresas mayores.
Rosa Díez ya parece resignada a dejar de liderar un partido, UPyD, que ella inventó y llevó a su clandestinidad, sin dejar opinar a nadie. Buenos políticos, como Ramón Marcos o David Ortega están ya buscando regresar a sus antiguos trabajos.
La política es a veces muy cruel, sobre todo cuando el favor del ciudadano da la espalda. Se puede decir que, cada cuatro años, se decreta un ERE electoral.