Los socialistas madrileños no levantan cabeza. La aniquilación de Tomás Gómez no fue suficiente para restablecer la paz deseada. Pedro Sánchez consiguió imponer a su candidata, Sara Hernández. Y su primera decisión fue apartar al portavoz socialista del Ayuntamiento de Madrid, Antonio Miguel Carmona. Las consecuencias no tardaron en llegar: impugnaciones, ajustes de cuentas; y de nuevo se hizo el caos.
El último bandazo protagonizado por Carmona (respaldar la impugnación del Congreso Regional que elevó a la cúpula del PSOE-M a Sara Hernández) vuelve a poner patas arriba una formación históricamente inestable, repleta de rencillas, líos internos y familias que bien podrían emular a la ‘familia Corleone’. Su ira por su sustitución al frente de la portavocía de los socialistas en la alcaldía de Madrid ha reactivado su instinto más vengativo. Un instinto que va en el ADN de esta organización política que desde los años 90 naufraga en el caos. Y que vuelve a anunciar tormenta.
Una historia de encuentros y desencuentros que arranca en el mismo momento en el que Felipe González y Alfonso Guerra empiezan su contienda particular. Corría los años 90; y una de las principales agrupaciones que se vio afectaba por el mal ambiente imperante en Ferraz fue la madrileña. De esta guerra surgieron dos importantes bandos: los guerristas liderados por José Acosta, secretario general madrileño durante 16 años y hombre de confianza de Alfonso Guerra, que se reunían en el histórico hotel Suecia de Getafe. Y los renovadores liderados por el expresidente madrileño Joaquín Leguina, bando partidario de Felipe González y bautizados “despectivamente” como el ‘clan de Chamartín’, puesto que era el Hotel Chamartín el lugar elegido para “conspirar”. Contaba con varios miembros destacados: José Barrionuevo, Joaquín Almunia, Josep Borrel, Javier Solana, Jaime Lissavetzky o Alfredo Pérez Rubalcaba.
En el medio de ambos bandos surgió el liderado por Juan Barranco, el que fuera alcalde de Madrid entre 1986 y 1989, hoy ya disperso. Y además existían dos corrientes más. La Izquierda Socialista, la única que persiste en la actualidad, y que durante años encabezaron Juan Antonio Barrio de Penagos, Mario Salvatierra y Antonio Juan García-Santesmases. Y renovadores de la base que lideraba José Luis Balbás y el que años después protagonizaría uno de los episodios más negros de la historia de la federación, Eduardo Tamayo.
Eran años de vino y rosas. La estrategia guerrista de la “mesa camilla” en torno a la que solían sentarse Acosta, Leguina y Barranco logró mantener la organización estable dentro del caos imperante. “Ellos eran los principales negociadores y se entendían a la perfección“, aseguran a estrelladigital.es fuentes cercanas a la organización. Claro que entonces había poder para repartirse, y eso siempre suaviza el enfrentamiento. Lo peor aún estaba por llegar. El primer golpe importante que sufrió la formación fue la pérdida del Ayuntamiento de Madrid en 1989 por una moción de censura. Aunque la gran estocada se produjo seis años después, cuando Leguina pierde la Comunidad de Madrid. La formación no volvería a levantar cabeza. Y los episodios de traiciones y cuchilladas por la espalda se recrudecerían.
Las derrotas socialistas se sucederían. En 1995, con el renovador Jaime Lissavetzky al frente de la Federación Socialista Madrileña, el PP logró mayoría absoluta tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad de Madrid. Las elecciones de 1999 no fueron mejores para los socialistas. Y en el año 2000 asciende a la capitanía de la agrupación regional, Rafael Simancas, compañero en la universidad Complutense de la Infanta Cristina.
Surge el 'simanquismo', el 'tomasismo'….
En ese momento, las familias socialistas tradicionales se diluyen; y a los socialistas madrileños deja de unirles “el sustrato político”, y pasa a amontonarles la “alianza tácita electoral”. Las “famiglias” dejan de fraguarse en torno a ideas y comienzan a formarse en torno a quien ostenta el liderazgo. Surge entonces el ‘simanquismo’, la primera corriente que consiguió “aglutinar” a guerristas y renovadores bajo un mismo paraguas. Importantes nombres surgieron de aquella época: Pilar Sánchez Acera, exdiputada regional y exconcejal de Economía, Hacienda, Seguridad y Recursos Humanos en Alcobendas; Ramón Silva, actual concejal en el Ayuntamiento de Madrid; y Ruth Porta, que en marzo de este año abandonó la política.
La fórmula parecía funcionar. Y en 2003 el PSOE, aunque no gana las elecciones (lo hace el PP), la suma con Izquierda Unida le permitía desbancar a los conservadores, que llevaban dos legislaturas gobernando con mayoría absoluta y por entonces estrenaban candidata: Esperanza Aguirre. Pero de nuevo, las irreconciliables desavenencias internas de la agrupación impidieron que los socialistas recuperaran el poder en la Comunidad de Madrid. Cómo olvidar aquel famoso 10 de junio de 2003, cuando los diputados autonómicos, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez no se presentaron en la votación para elegir al nuevo presidente. Los renovadores de la base nunca perdonaron el ascenso de Simancas, y mucho menos aún su alianza con IU.
En octubre de 2003, se repitieron elecciones; y Aguirre ganó por goleada. En 2007 Simancas vuelve a perder. Y de nuevo, el PSOE cae en un pozo muy hondo. Cristina Narbona fue la encargada de presidir la gestora que Zapatero mandó formar a la espera de elegir al nuevo candidato. Las opciones del PSM no eran abrumadoras; y Ferraz (es habitual que los Congresos los gane quien apoya la dirección nacional) optó por su alcalde estrella. Tomás Gómez, el alcalde más votado de España (Parla) se convierte en la nueva sensación socialista; y con él surge el ‘tomasismo’. Liquida el 'simanquismo' y se rodea de nuevos acólitos. Es el turno de Maru Menéndez, Rosa Alcalá, Amparo Valcarce, e incluso de Antonio Miguel Carmona, que aunque se enfrentó a él un primarias, luego fue integrado en el núcleo duro.
Todos, políticos de segunda. Desaparecidos los históricos, a Tomás Gómez no le queda más remedio que rodearse del poder local. Del llamado “sindicato de alcaldes”. En torno a él pivotarán alcaldes importantes: Pedro Castro (Getafe), Manuel Robles (Fuenlabrada) o Rafael Gómez Montoya (Leganés). El apoyo de los alcaldes del Sur será clave para Tomás Gómez, que aunque respaldado por su formación, no conseguirá brillar en la contienda autonómica. En 2011 logra los peores resultados de la historia del partido en la Comunidad de Madrid. A lo que continúa el famoso sobrecoste del tranvía de Parla, a su amigo José María Fraile implicado en la 'Operación Púnica' y las tarjetas black. Aunque quizás su tumba la terminó de sellar con su apoyo explícito a Susana Díaz.
Operación: echar a Gómez y Carmona
Pedro Sánchez necesita apuntalar su liderazgo en el PSOE; y para ello necesita “mandar” en una federación, a poder ser la madrileña. La estrategia lleva meses diseñada. Primero, acabar con Tomás Gómez. Lo hizo el pasado 11 de febrero: cambió la cerradura de Callado y formó una nueva gestora (la segunda en la historia de la federación), irónicamente liderada por el denostado Simancas. Y segundo, colocar en la cabeza de la serpiente a un político de perfil bajo. Esto lo hizo el pasado 27 de julio. El PSOE-M convocó un congreso extraordinario y la dirección nacional señaló a su favorita: la actual alcaldesa de Getafe, Sara Hernández, que finalmente se impuso a su rival, Juan Segovia. Ambos, representantes de esa nueva hornada 3.0 que está naciendo en el partido.
Los dos fueron ‘tomasistas’. En el caso de Segovia, llegó a la Asamblea de Madrid, procedente de la agrupación de Fuencarral, de la mano de Tomás Gómez. Pero sus caminos se separaron en julio de 2014, durante el proceso de primarias en el que Gómez apoyó a Pedro Sánchez; y Segovia se decantó por Eduardo Madina. En el caso de Hernández, su cercanía con Pedro Castro (su antecesor en Getafe) le hacía ser cercana también a Gómez, aunque esto terminó cuando Hernández se distanció de Castro: éste intentó imponer a su hijo como su sucesor. Cuando Sánchez cortó la cabeza de Gómez, “casi todo” el mundo miró a otro lado.
Hasta hoy, Sara Hernández (la candidata de Ferraz) y Juan Segovia (apoyado por un grupúsculo de contrarios a Tomás Gómez como César Giner y Carlos Moreales) se habían convertido en el futuro de la federación madrileña. El segundo asalto estaba previsto para enero o febrero de 2016, cuando se celebre el Congreso ordinario que toca. Y las estrategias ya estaban diseñadas: la alcaldesa de Getafe intentaría mantener controlados los ayuntamientos donde el PSOE ha recuperado el poder aunque esta vez con tripartitos o cuatripartitos. Aspira a la estabilidad para consolidarse. Para ello le ayudaría un buen resultado de su federación y de Sánchez en las próximas elecciones generales. Juan Segovia aspira a lo contrario, a que el resultado en las generales ponga en duda el liderazgo de su rival.
Pero de nuevo, la incertidumbre se ha apoderado de la federación madrileña. Carmona ha irrumpido con fuerza y ha vuelto a instalar el caos. Apartarle de la portavocía en el Ayuntamiento le ha dejado más tiempo libre para pensar en la secretaría general. Su primera cruzada: apoyar la impugnación del último Congreso Regional. La siguiente, el tiempo lo dirá. Pero Tomás Gómez ya lanzó un aviso a navegantes en La Sexta: “No hay ninguna razón para la destitución de Carmona”. El sector anti-Ferraz se rearma; y Juan Segovia podría ser su primera víctima.