domingo, noviembre 24, 2024
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Se llevan las corbatas estrechas

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Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias debatieron ayer durante una hora y media en un cuerpo a cuerpo insustancial en las ideas y capital en las formas. La condición de las nuevas formas políticas que se presentan a estas elecciones ha hecho que la política y su debate se base más en la telegenia que en el contraste de ideas. Por eso Iglesias no tuvo reparo alguno en comparar a Sánchez y Rivera con Francisco Maruhenda y Eduardo Inda, del mismo modo que no tuvo empacho en repetir consignas y metáforas con las que lleva machaconamente insistiendo desde hace más de un año. El asunto capital era apuntarse tantos dialécticos –que la calle llama “zascas en toda la boca”– y en el conveniente tamaño de la corbata.

Corbata solo llevaban Rivera y Carlos de Vega –el sobrio y nervioso moderador–, ambas estrechas. Sánchez suele llevarlas estrechas, pero esta vez se presentó a pecho descubierto, americana azul y camisa blanca impecable. Lo de Iglesias es más curioso: llevaba el cuello de la camisa –esta vez planchada– desbocado, algo poco telegénico, y claro que iba sin corbata. Es curioso que para presentar su programa haya llevado siempre corbata –estrecha, mal abrochada– y que para presentarse ante el electorado piense que no hace falta aliñarse un poco.

En lo de la telegenia ganó Pedro Sánchez, que para algo es llamado por el siglo “el guapo”. Rivera parecía un poco estrecho en su traje, y lo cierto es que Iglesias estaba desparramado ante el atril, lo que le suele funcionar con su público.

En los “zascas” también anduvo más vivo Sánchez, que dejó anonadado y balbuceante a Iglesias cuando negó rotundamente que Trinidad Jiménez –que ha dejado la política– perteneciera al Consejo de Administración de Telefónica: “Lo leí en El país, que estaba negociando…”. “Es curioso que lo digas en el tramo del debate sobre educación, en tu caso mala educación”, dijo el alto Sánchez. “Zasca”.

Estaba claro que Iglesias, colocado a la derecha de la pantalla, estaba de “tercero”, que es como se llama al añadido en las cuadrillas de los toreros. Rivera y Sánchez se enzarzaron repetidas veces, en defensa de su espacio electoral. Iglesias repitió la gracieta de decirles que recuperaran el tono “porque parecéis de la vieja política” y se ganó su “zasca”, cuando Sánchez le dijo que parecía que tenia más interés “en ser el moderador que en debatir”. Un “zasca” rubricado con las risas del público.

Pablo Iglesias tiene un papel complicado. Su postura soberbia y de superioridad moral no es la mejor ahora que le toca remontar. Ya no es un recién llegado y los tics son conocidos por abuso del ‘prime time’ en las televisiones que han fomentado su carrera. Cuando le reprocharon los insultos de líderes de su formación a Albert Rivera solo se supo escudar en un “ya dijimos que si os iba mal ibais a sacar a Monedero y Venezuela”. Eso vale con Maruhenda e Inda, quizás, pero Sánchez y Rivera tienen más repertorio de corbatas.

La estrategia de Sánchez fue clara, situar a Rivera en la derecha –“vosotros los partidos de derechas”– y ametrallar a Iglesias con las incongruencias de su programa. La verdad es que parecía más preparado que sus oponentes, pero el problema en estos debates es que los candidatos sueltan retahílas de cifras que suenan a increíbles o directamente vacías. Hablan de miles de millones como uno habla de los píxeles de una foto, a lo loco.

Lo mismo suenan las fantasmagóricas propuestas diseñadas por los equipos de los candidatos. “Un gran pacto” salió de la boca de los tres. “Un plan estratégico”; “Un nuevo diseño”. Todo suena a resultados del famoso DIG del que habla siempre con sorna Joaquín Leguina (el Departamento de Ideas Geniales).

Los espacios de acuerdo estaban claros. Los muertos del PP –paro, corrupción, desastres– que culposa y maleducadamente no estaba presente en el plató.

Un plató en el que empezó hablándose de pacto contra el yihadismo y se acabó con un minuto de oro para pedir el voto.

Pero servidor se queda con otro minuto de oro. Cuando Carlos de Vega planteó el “debate territorial”, Pablo Iglesias llegó a la cumbre de su doctrina política, de la que es profesor universitario, ni más ni menos. Recomendó como solución a los problemas territoriales que los españoles fueran a ver la película 'Ocho apellidos catalanes', porque, aseguró “es la primera en la historia del cine en que se habla en todas las lenguas, catalán, castellano, euskera y gallego”. Hombre, si es por eso, en la transición triunfó 'La escopeta nacional', que tenía más talento y al fin y al cabo Luis Escobar y José Luis López Vázquez hacían sus pinitos en francés, a ver si de una vez superamos la frontera natural de los Pirineos y miramos a Europa.

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