Pablo Iglesias no tenía buena cara, las cosas como son. Como quiera que el domingo es el Día de la Constitución, el Congreso de los Diputados se convierte en el epicentro de los homenajes. Pero esta mañana de jueves Iglesias tenía más bien cara de haberse dado el homenaje unas horas antes, por la noche.
No hay nada peor para alguien que llega destemplado que recibir una bronca a puerta fría. No, no ha empezado bien su paso por el Hemiciclo Pablo Iglesias esta mañana. Allí, en medio de un guirigay considerable estaba Celia Villalobos en carne mortal, deslenguada como pocas veces.
–Eso que dices queda muy bien en campaña y es políticamente correcto, pero cuando entres aquí verás que nosotros tocamos tierra todos los días.
El caso es que la cosa había empezado tranquila, con dos besos, uno por mejilla, casi maternales. Pero Pablo Iglesias, se le veía en la cara, venía destemplado y agrio tan de mañana. Y se montó.
En qué hora, diría después, probablemente, mientras Villalobos hacía esgrima verbal con una rara arma, mezcla de florete y faca de Linares, Iglesias Turrión ponía cara de: “Tranki, tronka, que llevo hasta la coleta deshecha”.
–Nos tomaremos cafés en el bar de los diputados, dijo conciliadora Villalobos.
–No. Ese bar donde os ponen los gin tonics a dos euros, respondió, agrio y destemplado, Iglesais Turrión.
No son maneras. Y mira que Villalobos se lo puso en bandeja. La vicepresidenta del Congreso, espetando al nobel su currículo, soltó lo siguiente: “Tengo una mochila importante”. Qué ocasión de oro, Iglesias Turrión. La salida, si hubiera estado en La Sexta Noche –claro, son otras horas, es su hábitat natural– podía haber sido perfectamente:
–Y tanto, te cabe hasta el ‘candie crash’.
Lo malo de estas broncas es que no sabes cómo resolverlas sin perder la compostura. Diputada y aspirante se dieron de leches con el micrófono impertinente del compañero Adolfo Menéndez –que era el que los había convocado, para RNE– por en medio, flashes, cámaras, jubiletas y paseantes que estaban de visita mitómana al Hemiciclo por en medio. Celia Villalobos, que tiene más tablas y parecía más despejada, abrió el chiquero para que el novato pudiera aliviarse y salirse del ring.
Luego, seguramente con un cafelillo y templado por la acogedora calefacción del Congreso, Iglesias Turrión se desabrochó un poco el jersey de cuello alto azul que llevaba a la ocasión,se permitió arremangarse y hasta atusarse la coleta. La coleta no llegaba sucia, sino simplemente desbocada por los lados, lo que unido a la hinchazón de un rostro aún querencioso de las sábanas, descomponía el gesto del líder de Podemos.
Es verdad que los cursos que ha hecho el profesor Iglesias Turrión han sido de telegenia, y a lo que iba era a la radio, ya ha sido dicho. El magazine matinal de Adolfo Menéndez no es La Sexta Noche, de manera que uno se puede permitir el lujo de llegar con los párpados hinchados.
Pero se reseña que Iglesias Turrión entró en calor según pasaba la mañana en el Hemiciclo. La coleta en su sitio, arremangado el jersey azul –eso sí que es columpiarse al centro cromático y pasarse de frenada–, ya estaba el escenario preparado para el golpe de efecto. El aspirante a diputado de Podemos, sin titubear, se encaminó al banco azul –cuando el día está azul, está azul, oiga– y se sentó en el azul escaño que pertenece al presidente del Gobierno. A la sazón, Mariano Rajoy, que estaba lejos, en Melilla, sin posibilidad por tanto de defender su butacón.
La escena era conmovedora. Recordaba a los escolares cuando van de visita al Bernabéu y se hacen la foto con una Copa de Europa de las de Di Stéfano. O como cuando en Eurodisney la gente mete la cara en el agujerito de cartón con la figura del pirata de Peter Pan. O quizás era el mismo Peter Pan quien estaba ahí sentado, con la sonrisa descolgada.
Los colegas de Iglesias Turrión amenazaban hace solo unos meses con rodear el Congreso, con sus señorías dentro, a modo de amedrentamiento por su maldad. De ahí se ha pasado a que vayan a hacerse un ‘selfie’ en el banco azul. No deja de ser un progreso.
A todo esto faltaban casi 12 horas para que empezara efectivamente la campaña. Claro que, tal y como está la cosa, el arranque de campaña ha pasado a ser un acto menor de campaña en medio de la campaña infinita que nos tiene aturdidos desde hace meses.