La teatralizada firma del acuerdo con Ciudadanos ha colocado a Sánchez más ceñido a su derecha que nunca. La consecuencia, la ruptura con Podemos, lo ha situado donde no quería estar, pero posiblemente más cerca de la investidura y de la supervivencia en su partido. “Pedro tenía hasta muy avanzado el tiempo la ensoñación de gobernar con Podemos”, asegura a este diario un destacado líder socialista.
El plan pergeñado por Pedro Sánchez pasaba por un pacto con Podemos, que, junto a IU y otros votos a rascar en el Hemiciclo, lo colocaban con una mayoría que salvaba el muro de los 123 'noes' procedente de los escaños de Mariano Rajoy. Pero el rechazo de los notables de su partido, y la torpe estrategia negociadora de Podemos, que podría haber medido mal sus posibilidades ante una repetición de los comicios, no le dejó más opción que, como él dice mirar “a la derecha”.
Como estas negociaciones tienen un componente de teatro tan grande, la reacción de Sánchez en su comparecencia para explicar el pacto con Ciudadanos ha dejado claro su estado de ánimo; contrariado. Con gesto agrio, no ha querido responder a preguntas “que no tengan que ver con este pacto histórico”.
Sin embargo, es obvio que el pacto con Ciudadanos no da de sí más allá de 130 escaños, lo que parece insuficiente en estos momentos. Pedro Sánchez está en manos de la abstención de un enfadadísimo Pablo Iglesias. Las caras de la guardia de corps del líder de Podemos eran un poema ayer por la tarde en el Congreso. La investidura de la semana que viene queda a expensas de los cálculos de Podemos, que ha pasado de propuestas y nombramientos de ministros que indignaron al PSOE, a mesas interminables de negociación con 64 agotadores turnos de palabra. Una mesa a la que, por cierto, se negó Íñigo Errejón hace una semana –“entendemos que forma parte de una teatralización”, dijo– y en la que se sentó anteayer. Y de ahí, a estar fuera del juego del poder.
“Pedro tiene mal carácter cuando las cosas no salen a su gusto”, explica un miembro del aparato de Ferraz. La escena con corbatas estrechas, en una solemne sala del Congreso, con portafirmas de cuero negro, entre Sánchez y Rivera, aboca a emociones fuertes la semana que viene en la sesión de investidura.
Hay votos dudosos, como los del PNV, los dos de IU, y hasta el sentido que tomarán los partidos que se han presentado con la bandera de Podemos. Garzón, al que fuentes socialistas en las Cámaras daban como afín a la coalición con Ciudadanos y PNV, se ha visto obligado a hacer seguidismo con Podemos. En este caso, su cálculo pasaba por estar a rebufo de Podemos, con IU al borde del harakiri o quizás de la refundación con otro nombre.
En el agrio antagonismo, ya personal, que mantienen Rajoy y Sánchez, el voto positivo del PP parece una quimera. Sin embargo, empresarios identificados como “del IBEX 35” estarían haciendo ver a Rajoy que un Gobierno PSOE-C’s es el mal menor ante la perspectiva de la llegada de Podemos al poder y control de organismos como el CNI, la Policía o RTVE.
De hecho, Rivera, que está reproduciendo el pacto que consiguió para la Mesa del Congreso, ya ha hecho guiños asegurando que este pacto es asumible para el PP. No deroga la reforma laboral –aunque Sánchez asegura airadamente que sí–, ni la Ley de Seguridad Ciudadana, ni en realidad toca el ‘core’ de la acción del Gobierno del PP de los últimos cuatro años.
Las emociones serán fuertes hasta que se contabilice el último voto “aunque sea a las tres de la mañana y en la última votación”. Pero el Gobierno resultante será muy débil parlamentariamente con la hostilidad manifiesta de Podemos y PP. Ambos parecían favorecidos por una repetición de las elecciones. Su poco hábil gestión de los pactos, sin embargo, los coloca en mal lugar en las encuestas. Las apuestas suben al hablar de una corta legislatura, preparando a dos buenas candidatas para los dos grandes partidos.
Contrariado ante las preguntas
Mal carácter de Pedro