Edgar Manrique, extrabajador de la construcción de 54 años, recuerda a la perfección la primera noche que durmió en la calle. Fue el 28 de diciembre de 2014 y hacía mucho frío. Estaba bloqueado y no quiso pedir ayuda. Decidió refugiarse en la sala de urgencias del hospital de Alcorcón (Madrid) donde pernoctó varios días hasta que el guardia jurado que custodiaba el centro le obligó a marcharse. “Estaba en mi jardín con mi mascota y mi nieta y de un día para otro me quedé en la calle”, afirma.
Dejó su ciudad natal, Lima (Perú), para trasladarse a Madrid en mayo del año 2000 y un mes después ya tenía trabajo. También encontró pareja y rehízo su vida. Eran tiempos de burbuja inmobiliaria, ladrillo y esplendor económico. Se dedicó a la construcción y ganó mucho dinero. Con su sueldo pudo permitirse el pago de dos hipotecas. “Me compré una casa en Parla y otra en Yepes. Me permití ese lujo, una de ellas ni siquiera la habitaba”, asegura. Pero estalló la crisis económica y comenzaron los problemas. Perdió su empleo y eso afectó a su vida familiar. “Ahí empezó mi drama. No pude pagar la hipoteca y me desahuciaron. Empezaron también los problemas conyugales por las malas decisiones. Tuve que dejar la casa el 28 de diciembre de 2014. Emocionalmente me rompió”, explica. Desde entonces, no ha vuelto a tener contacto con su expareja.
Tras pasar quince días en la calle acudió a los servicios sociales y después de varios meses de “periplo” en albergues de la Comunidad de Madrid le derivaron al centro municipal de acogida Juan Luis Vives situado en Vicálvaro, donde reside desde hace siete meses. “Cuando estás en la calle te deprimes mucho. No nos mata si hace frío o sol, son las preguntas ¿En qué fallé?”, dice. Ahora asegura que su autoestima ha mejorado, busca trabajo y se ha apuntado a un curso de conserjería y a otro de coaching. “Soy optimista porque me estoy moviendo mucho. Espero que funcione”.
“Las personas sin hogar son maltratadas”
Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, España cuenta con cerca de 23.000 personas sin hogar: el 45% debido a la pérdida de trabajo y el 21% por separación de su pareja. Sin embargo, entidades sociales como Cáritas rebaten estas cifras y aseguran que son 40.000 las personas que viven en la calle en todo el país. “Es un colectivo invisible y discriminado. La persona sin hogar es una persona maltratada que vive con la violencia, aunque a veces no sea física, también sufre violencia psicológica. Si estás en la calle tienes déficit de higiene y alimentario y eso es violencia”, denuncia Mateo Corvo, primer coordinador adjunto del centro Juan Luis Vives.
Además de Edgar, en el centro Juan Luis Vives residen 131 personas más. Se trata de un centro municipal de acogida y su objetivo es lograr la inserción de los usuarios en la sociedad. Funciona a través de un sistema de derivación que elabora el Samur Social. “Nosotros ayudamos a recuperar los hábitos que se han perdido por estar en la calle. Cuando la persona está más centrada viene aquí”, explica Corvo.
El centro cuenta con un equipo técnico compuesto por trabajadores sociales, psicólogos, educadores, enfermeros y auxiliares de servicios sociales que proporciona a los usuarios las herramientas necesarias para cumplir la meta: la inserción social. “Normalmente se nos va un 65% de personas con objetivos cumplidos”, afirma el coordinador.
Tal y como explica Corvo, la normativa del centro pretende que los usuarios convivan en una micro sociedad en la que tienen las mismas normas que los demás. El seguimiento es personalizado y los usuarios tienen acceso a talleres de todo tipo, desde búsqueda de empleo hasta peluquería. “Ahora mismo hay 132 historias diferentes, no se repiten. Pueden existir puntos en común como una ruptura matrimonial, familiar y social, salud mental problemas de adicciones, pérdida de trabajo, algún duelo o fallecimiento, problemas de salud, etcétera”, añade Corvo.
“¿Por qué no tenemos apoyo? ¿Por qué nos excluyen?”
La vida de Manuel Vicente, un experito judicial de 53 años, se truncó en abril de 2014. Tras recibir una baja por enfermedad y sufrir una ruptura sentimental, se quedó en la calle. Sin ingresos y sin recursos entró en depresión y optó por vivir en un banco en la zona de Avenida de América. “Cogí la maleta, me fui a un banco, me senté y me quedé mirando una verja dándole vueltas a la cabeza. Era como un sueño pero estando despierto”, recuerda. Vivió así durante semanas. Padeció cinco ataques de epilepsia y debido a su enfermedad se vio obligado a pedir ayuda para comprar medicamentos.
Al igual que Edgar, pasó por varios albergues hasta llegar al centro Juan Luis Vives. “Yo no conocía estas cosas: los comedores sociales, los centros de acogida, nada de ese estilo. Antes todo eso me importaba un bledo”, reconoce. Ahora se muestra optimista y siente que ha conseguido una segunda oportunidad para salir adelante, pero quiere dejar claro que ha sufrido “rechazo” por vivir en la calle y lamenta que el colectivo de personas sin hogar sea “invisible”. “¿Por qué nos ven como excluidos? ¿No se dan cuenta de que cualquiera puede tocar fondo?”, pregunta. De hecho, tanto Edgar como Manuel se plantean la misma pregunta: “¿Por qué las fundaciones hacen el trabajo que deberían hacer los gobiernos?”.
Jesusa Piñeiro tiene 53 años y también es residente del centro Juan Luis Vives. Se considera víctima de la crisis porque perdió su trabajo como cocinera en un bar de Madrid. Cuando se quedó sin recursos se refugió en el parque Madrid Río durante tres noches. Tampoco quiso pedir ayuda a su familia porque no quiso ser una carga. “No sabía para donde tirar. Estuve tres días pensando mientras estuve en la calle. Eso fue muy difícil. El resto lo he sabido torear bien”. Ahora está apuntada a una bolsa de empleo y dedica su tiempo a buscar trabajo. Al igual que sus compañeros, está convencida de que podrá rehacer su vida.