jueves, noviembre 28, 2024
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Cuatro pelean si uno quiere

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Rivera recorría el plató en busca de alguien con quien pelearse. Todos se querían pelear con Rajoy, que, pelín perezoso, no tenía gana de pelearse con nadie, sino más bien de recitar la lección de la oposición de segundo de Presidencia del Gobierno. Sí quería pelearse Pedro Sánchez. Tenía muchos con los que pelearse, de manera que arremetía a derecha e izquierda; la razón le decía (y los asesores, no nos engañemos) que debía pelearse con el de su izquierda (derecha para el espectador, vaya lío), Pablo Iglesias, pero el cuerpo le pedía seguir atizando al circunspecto Rajoy.

–Oiga usted, que yo estoy en la lección, se pega con los de su talla.

Y Rivera sin tener con quién pelearse.

–¡Venezuela! ¡Los sobres de Bárcenas!

–Métase usted Venezuela en el Supremo.

–Usted le dijo a Évole que cobró dinero negro.

–¿Ein?

El debate a cuatro solo se calentó cuando los asesores le recordaron a Pedro Sánchez que no, que al señor de gafas no tenía que atizarle tanto, sino al de la camisa remangada.

El aspecto

Pablo Iglesias se dejó la corbata, al igual que Rivera, que no da con un traje cómodo. Pedro Sánchez demuestra su inseguridad con la insistencia en repetir con el “traje de la suerte”. Es como cuando jugábamos a baloncesto: los calcetines de la suerte, la muñequera de la suerte… El ritual. Corbata roja, terno azul. En eso Mariano Rajoy es previsible como solo puede serlo un procurador en Cortes. Azul y corbata azul, zapato negro lustrado con años de solera.

Bueno, solera también las zapatillas de Pablo Iglesias, unas Puma o Reebook o algo de esa laya, descatalogadas hace lustros.

Porque en este debate poco se contó que no se supiera, porque el interés estaba más en el estado de forma, y de ánimo, de los contendientes.

Contendientes, porque la cosa estaba en a quién se le rebañan votos. Pedro Sánchez llegó como el que más tenía que ganar, mas que nada porque sus votantes, según las encuestas, están menguantes. Más que perder tenía Pablo Iglesias, que por eso empezó templado, algo esquinado. La pelea, estaba claro, era Sánchez-Iglesias. También Sánchez-Rajoy. Por eso Albert Rivera estaba a la busca de contendiente, porque Sánchez es su nuevo amigo, y con Rajoy posiblemente se tenga que ver en breve, a ver si se llega a algún pacto. En busca, la mirada desafiante, de contendiente, estaba claro que quien peor le cae es Pablo Iglesias. No se quieren, después de tanta milonga con Évole y su Salvados de testigo.

Los emergentes se llevan fatal, hay cosas que nunca cambian. La pelea por ser el más televisivo, el más fardón, el más moderno, el 'enfant terrible' de la democracia española.

Las líneas de fricción entre los candidatos son bastante claras. Cataluña es una de ellas, aunque en campaña Iglesias se pone la piel de cordero. Oportunamente Sánchez llevaba un zasca de papel-pluma: un recorte con frases de Ada Colau a favor de la independencia catalana. Por ahí buscaba saltar los puntos a Pablo Iglesias, solo que Iglesias, delgado, se retuerce hasta donde haga falta con una flexibilidad propia de Marx, Groucho Marx (“estos sin mis principios, si no le valen tengo otros”, se traducía en el cine de blanco y negro).

La corrupción, la lucha contra ella mejor dicho, es el punto débil de Mariano Rajoy y del Partido Popular. Fue atizado sin contemplaciones, sin que pudiera responder con mucha contundencia. Claro, que en la sopa de mandobles se escapó alguno a Pedro Sánchez a cuenta de los ERES de Andalucía. Por ellos empezó Pablo Iglesias y con ellos respondió en un breve intercambio Mariano Rajoy.

Y así fue pasando el formato, sin que diera mucho la sensación de que ninguno de ellos aprovechara demasiado la oportunidad. El control de daños en un debate tan encorsetado y diluido, a 13 días del día de la votación, estaba bien calculado por los que aparentemente van por delante, PP y Podemos.

En la exposición de méritos unos fueron más televisivos (Iglesias), otros más peleones (Rivera), otro más guapo (Sánchez) y otros recitaban la lección de carrerilla (Rajoy).

Es muy difícil en este formato que nadie quede en evidencia por un lapsus de memoria o un vacío en el conocimiento. De hecho, cada cual respondía lo que le daba la gana a las voluntariosas preguntas de los afanosos presentadores.

Por eso, quizás, la frase del debate la dijera Rajoy, perplejo ante el florilegio barroco y catódico de sus oponentes.

–Oigan, a estos debates se llega aprendido

Y nosotros, los españoles, ya nos las sabemos todas.

Joaquín Vidal

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