Los diestros Enrique Ponce, que cortó tres orejas, y Alejandro Talavante, que logró dos, salieron a hombros en el festejo nocturno celebrado este jueves en Palma de Mallorca, cuyo coliseo registró una gran entrada en los tendidos, que gritaron libertad para la fiesta en Baleares.
Enrique Ponce volvió a impartir una clase magistral, esta vez en el amenazado coliseo balear de Palma, que hoy pudo haber acogido su última corrida de toros, si nadie lo remedia.
El valenciano sorteó en primer lugar un toro medio y justito de todo, al que hilvanó una faena de muy buena técnica. No hubo profundidad pero sí mucha suavidad y, sobre todo, belleza en la interpretación. Cortó una oreja.
En el cuarto se obró el milagro que sólo Ponce y su consabido magisterio son capaces de llevar a cabo. Fue éste «cuvillo» un toro muy informal y descompuesto, al que el valenciano fue ahormando poco a poco, sobándolo por uno y otro lado, enseñándolo a embestir para acabar llevando a cabo un último tramo de faena sublime, que, tras la estocada, le valió para pasear el doble trofeo.
Manzanares no tuvo apenas tela para cortar con el lote más deslucido en conjunto. Su primero fue un «cuvillo» excesivamente blando para ensayar siguiera el toreo a media altura, y el cuarto se negó en rotundo fruto de su manifiesta mansedumbre, rajándose además a las primeras de cambio. El alicantino anduvo afanoso en dos proyectos de faenas que apenas pudieron tomar vuelo.
Talavante llevó a cabo una faena de auténtica maravilla a su buen primero, al que cuajó muy bien de capote y al que instrumentó una labor de muleta en la que la naturalidad, la hondura y la imaginación se aunaron para dar al conjunto tintes de obra grande. El único lunar fue la falta de contundencia con los aceros, de ahí que todo quedara en una solitaria oreja.
El sexto fue otro toro manejable al que Talavante exprimió de principio a fin en una faena premiada nuevamente con otro apéndice, salvoconducto para acompañar a Ponce en la salida a hombros.
EFE