martes, octubre 1, 2024
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Construir un puente aunque no haya río

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“Vamos a esperar a ver qué pasa en las elecciones gallegas y vascas; quizás su resultado decida o no la convocatoria de nuevas elecciones”. Esta conducta, no escrita, pero explícitamente sugerida por los principales dirigentes políticos, dibuja un escenario poco esperanzador de la política española. El alejamiento de la vida real de las ciudadanas y ciudadanos y su ya indisimulada batalla por la supervivencia política en el interior de sus partidos, no ayuda a reforzar la complicidad de la ciudadanía con las instituciones democráticas.

Como personas de izquierdas llamamos la atención, especialmente, sobre la errática e irresponsable trayectoria de los dirigentes de estas formaciones políticas. Tras el 20D, fueron incapaces de acordar una alternativa de investidura y de gobierno que, aun en su versión más moderada, mejoraría el proyecto conservador. Cierto que pudo haber precipitación y sobreactuación en el PSOE a la hora de presentar su acuerdo con Ciudadanos, pero a nadie se le escapa que la principal y decisiva responsabilidad de que tuviésemos que ir de nuevo a las urnas, fue de Podemos, atrincherado en palacio y embargado por la desmesurada ambición del sorpasso. 

Fuimos a segundas elecciones el 26 de junio y la cosa empeoró para la izquierda. Y si malo fue el resultado, peor fue la estrategia postelectoral de las formaciones progresistas. Afectados por las aguas revueltas de sus partidos, cedieron interlocución y protagonismo al partido más votado y/o e iniciaron el camino a la perdición. El secretario general del PSOE sacudido por varones y demiurgos, y acosado de forma poco decorosa por poderes varios, se fue a marcar territorio en la oposición con el tratado del NO. Renunció a liderar un programa de cambios y reformas en torno a las principales problemas de la sociedad española (economía, empleo, fiscalidad, pensiones, igualdad, renta mínima, pobreza, servicios públicos, derogación reforma laboral y LOMCE, violencia contra las mujeres…) y emplazar con él al candidato a la investidura.

Pablo Iglesias, mudo durante buena parte del tiempo poselectoral, irrumpió en el debate de investidura con discurso de barricada y tono de indignación. Tenía que disputar al líder socialista un lugar en la pancarta y no dudó en radicalizar hasta la hipérbole la retórica de la descalificación. Por supuesto no faltó en su arenga el emplazamiento a Pedro Sánchez para un gobierno alternativo. Claro que ya sin Ciudadanos, atrapado por un pacto con el PP que, si bien estaba cogido con alfileres, confirmaba el giro de los de Rivera. De los nacionalistas catalanes, nada destacable. Ellos a lo suyo; los problemas del resto de los mortales no figuran en su agenda. Más cauto el nacionalismo vasco, sin perder contundencia en la crítica a un Rajoy con la patria a cuestas. Lo que fue la mejor tradición de la izquierda ya no está.

Y así pasan los días, con los candidatos de campaña en Euskadi y Galicia, a la espera de no se sabe qué abracadabra. Todos ellos prometieron evitar las terceras elecciones, algunos, incluso, de manera categórica. No faltó quien, como espetó el presidente soviético Jruschov al vicepresidente de EEUU, Nixon, prometió construir un puente donde ni siquiera hay río. Pero más allá de las promesas, queda la terca realidad, una realidad que trasciende a las estadísticas y afecta a millones de personas y que, por si fuera poco, se ve aliñada con una incesante secuencia decorrupción, sobre todo en el Partido Popular.

Qué hacer

Algunas evidencias. Rajoy, que salió derrotado y visiblemente cuestionado del debate de investidura, sigue su hoja de ruta, sorteando cuantos casos de corrupción le acechan, con un objetivo claro: no hacer nada que ayude a superar la investidura y le distraiga de una nueva convocatoria electoral, en la que esperan mejorar.Y todo ello con 137 diputados/as, y un apoyo de Ciudadanos y Coalición Canaria hasta sumar 170. Pedro Sánchez parece demostrar tanto coraje e integridad ante una insoportable e indecente campaña contra su persona, como incapacidad para liderar una propuesta de cambio en el nuevo tiempo político. Seamos claros: Sánchez no está en condiciones de formar gobierno. Lo estuvo y Podemos lo impidió. Y si de verdad quiere evitar unas terceras elecciones, debe corregir el rumbo, concertar con otras fuerzas políticas una posición común ante la investidura y pactar un programa de cambios y reformas con apoyo mayoritario en el Congreso para condicionar la acción de gobierno; aunque mucho nos tememos que ha llegado demasiado lejos en su particular estrategia de partido.

Sí, hablamos de un gobierno minoritario del PP, un partido sacudido por mil escándalos de corrupción, y responsable de una gestión política y económica contra la igualdad y los derechos de la mayoría, pero votado –lamentablemente más que ningún otro- en elecciones democráticas. Un gobierno que debería ayudar a renovar el propio Partido Popular. Podemos, como el PP, construye puentes, pero abajo no hay río. Dicen una cosa y hacen otra. Caminan con paso firme hacia las terceras elecciones. ¿Qué, si no, pretende Iglesias, emplazando al secretario general del PSOE a gobernar con ellos, Convergencia y Esquerra, tras las reiteradas negativas de Sánchez?

Nuestro país vive un drama. Los viejos partidos se enfrentan a cambios estructurales inaplazables. Los nuevos, cuando han empezado a construir organización, ya son viejos -dicen y hacen las mismas cosas que los demás partidos, quizás porque algunas tensiones internas en democracia son inevitables-. Pero lo cierto es que las/os dirigentes políticos que protagonizan la vida pública distan mucho de la madurez y solvencia que serían exigibles en la actual coyuntura política.

 

Libertad Martínez, analista política

Luis María González, sindicalista

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