miércoles, noviembre 27, 2024
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La conspiración se paga

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Ni la edad, ni su fama de “verso suelto”, ni su defensa abierta de la reforma constitucional y mucho menos aún la mala consideración que de él tienen algunos ‘populares’. Nada de esto ha puesto fin a su escalada de poder en el Gobierno y en el Partido Popular. Lo que finalmente ha acabado con el papel de José Manuel García Margallo en el Gobierno ha sido la traición: una serie de cenas organizadas a espaldas de su jefe de filas. Fuentes conocedoras de estos encuentros coinciden en afirmar que no eran inocentes, que el objetivo era sondear la situación interna del partido y hablar claramente de sucesión, después de que Rajoy lograra el 20D los peores resultados del PP desde finales de los años 80.

Por entonces, su nombre llevaba meses apareciendo en la quinielas de aspirantes al trono ‘popular’. Probablemente él se veía con posibilidades de controlar el partido y cometió el gran error de conspirar contra Rajoy. Y peor aún, de que él se enterara. Según explican fuentes ‘populares’ a Estrella Digital, el “enfado de Rajoy fue monumental”. Cuando Margallo se enteró de que el presidente del Gobierno tenía conocimiento de que esos encuentros se habían producido, “fue corriendo a Moncloa para disculparse”. “Cuentan las malas lenguas que en Moncloa nadie le recibió. De hecho, tuvo que esperar varias horas hasta que pudo acceder a Rajoy y pedirle perdón”, relatan las mismas fuentes, que advierten de que aquel episodio supuso el fin de su relación.

A partir de entonces, la relación entre Rajoy y el que fuera su ministro de Exteriores hasta este viernes, que se produjo el traspaso de carteras, se limitó al ámbito profesional. Hasta llegar a este grave punto de inflexión, Rajoy nunca había dudado de su amistad con Margallo, pese a que sus opiniones sobre ciertos temas le había provocado más de un quebradero de cabeza, tanto en el Gobierno como en el Partido Popular. Especialmente con su opinión sobre Cataluña y la, a su juicio, “necesaria” reforma constitucional. Según Margallo, encajar «el hecho catalán» y cambiar el sistema de financiación para ceder prácticamente al completo el IRPF a Cataluña podría solucionar las reivindicaciones soberanistas.

Margallo hizo esta propuesta cuatro meses antes de las elecciones generales del 20 de diciembre. Todo el partido salió en tromba a enmarcarla dentro de “una opinión personal”. Al PP ni se le pasó por la cabeza incluir esta propuesta en su programa electoral. “Se cree que por ser amigo de Junqueras de su época en Bruselas tiene la varita mágica para solucionar este problemas”, ironizan fuentes ‘populares’. Aunque la defensa de su ideas propias no es el único problema que el partido tiene con Margallo. “Cae muy mal. Sus colaboradores hablan mal de él y tiene fama de ser un déspota en el trato humano”, zanjan las mismas fuentes.

Finalmente, el castigo le llegó este jueves, cuando Rajoy descolgó el teléfono y le comunicó que él sería uno de los tres que no formarían parte del nuevo Gobierno. La conspiración se paga. Llegó al Gobierno en 2011 como el vencedor de una pugna que mantenía con el que entonces también era un buen amigo, Íñigo Méndez de Vigo, y con Jorge Moragas. Los tres anhelaban la cartera de Exteriores, pero Rajoy apostó por él. Méndez de Vigo fue nombrado secretario de Estado de sus relaciones con la Unión Europea y a Moragas lo hizo jefe de su Gabinete. Pero a Margallo siempre le gustó que le identificaran como “el gran amigo” de Rajoy en el Gobierno.

Tanto es así, que el ya exministro de Exteriores lideró el grupo bautizado como el G8 ‘antisoraya’, compuesto por los ministros más cercanos a Rajoy y que no compartían en exceso el protagonismo de la vicepresidenta del Gobierno. Se suponía que éste era el grupo gubernamental que velaba por los intereses del partido, frente a los “tecnócratas”, liderados por Santamaría, que querían hacer un Gobierno menos político. La reivindicación histórica de este grupo era que el Gobierno del PP debía de hacer más política, a la vez que acusaban a la vicepresidenta de no coordinar bien a todos los ministerios. Pero Margallo finalmente perdió la guerra. Santamaría conserva su poder y él, que incluso aspiraba a una vicepresidencia, se ha quedado fuera. También ha ganado esta guerra el que fuera su amigo Íñigo Méndez de Vigo, recompensado con la portavocía del Gobierno.

Una labor que hoy ha iniciado reivindicándose a sí mismo. Según Méndez de Vigo, los ministros que repiten es porque “lo han hecho muy bien”. ¿Significa eso que Margallo lo hizo mal? Probablemente lo piense, aunque nunca se atrevería a decirlo.

Conflictos con Defensa

Aunque los problemas de Margallo en el Gobierno no terminan aquí. Los nervios del ya exministro, sabedor de que estaba más fuera que dentro del Ejecutivo que diseñaba Rajoy, se hicieron más que palpables durante las últimas semanas. Poco antes de la investidura del presidente y el anuncio del equipo con el que contaría.

El último movimiento, a tan sólo cinco días de la investidura de Mariano Rajoy, llevó la estupefacción al Ministerio de Defensa: García Margallo se desplazó a Irak, a la base de Besmaya –donde 200 militares entrenan al Ejército iraquí- para mostrar su apoyo al Gobierno iraquí en la ofensiva de Mosul. Este movimiento, que puede leerse como un ‘palo de ciego’, resulta inexplicable en un momento como éste, menos aún en el Ministerio de Defensa, donde los comentarios ante el viaje ‘exprés’ de Margallo se zanjaron con el desconocimiento absoluto de las motivaciones que llevaron al titular de Exteriores a coger un avión para visitar a los militares españoles.

Este extraño paso en falso ha sido una piedra más en el camino en las relaciones entre Exteriores y Defensa, que se han mantenido tensas durante toda la legislatura. Los dos ministerios han tenido una relación espinosa durante prácticamente todos los Gobiernos de la democracia dada la interferencia de contenidos y competencias de ambos departamentos. No todo ha sido culpa de Margallo pero, sin duda alguna, su actitud tampoco ha contribuido. 

Paula Pérez Cava | Elsa S. Vejo

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