El escaño de Rita Barberá ya está vacío. Su primer desembarco en la política nacional, tras 24 años regentando el Ayuntamiento de Valencia, ha durado dieciséis meses. La travesía podía haber sido menor, si ella hubiera sucumbido a las presiones procedentes desde todos los ámbitos, y muy especialmente de su propio partido. Pero eso no iba con el carácter de la exalcaldesa valenciana, que hasta el último día de su vida se agarró con uñas y dientes a un escaño que con toda probabilidad le reportó más tristezas que alegrías. Rita Barberá ha muerto sin poder entender por qué su partido la abandonó a su suerte. El escaño fue, en cierto modo, un potro de tortura.
Varios compañeros en el Senado, entre ellos el expresidente valenciano, Alberto Fabra, le habían planteado durante las últimas semanas que abandonara el Senado y se retirara ya. “No se lo decía porque a él le molestara, tenían una relación magnífica, sino porque estaba preocupado por su salud”, relata un parlamentario ‘popular’ a Estrella Digital, que asegura que su físico «se fue deteriorando pleno a pleno y corroyendo por la depresión». Tenía 68 años y estaba en edad de jubilarse, pero no quería. En primer lugar, relatan las fuentes consultadas, porque estaba “convencida” de que el juez que llevaba la instrucción del ‘caso Taula’ en Valencia, Víctor Gómez, la tenía “manía”. “Ella creía que le iría mejor si su caso lo llevaban en Madrid”, insisten en el PP. Defendió hasta el último momento su inocencia.
Aunque también existía una razón “económica”, reconocen las mismas fuentes. Después de perder la alcaldía de Valencia habló con su “amigo” Mariano Rajoy y con él acordó su destino: el Senado. Sabía que era un premio de consolación, que llegaba a un cementerio de elefantes y que era la última parada de su carrera política, dedicada durante 40 años al Partido Popular. Pero desde el PP insisten en que lo “necesitaba”. Tanto es así, que Rajoy la compensó además con la presidencia de la Comisión Constitucional que le reportaba 1.431 euros mensuales más. Un premio que tardó pocos meses en truncarse. Cinco meses en concreto. En enero de 2016 estalló la ‘operación Taula’, y el cerco sobre Rita Barberá se fue estrechando poco a poco.
La ‘alcaldesa de España’ cayó en desgracia para siempre. El Senado, que se suponía que iba a ser un broche de oro a su carrera, se convirtió en una pesadilla. Rajoy no lograba formar gobierno; y su cúpula, sobre todos los nuevos vicesecretarios (la secretaria general, María Dolores de Cospedal, siempre defendió a Barberá públicamente) se empezaron a poner nerviosos con su escaño en el Senado. Rajoy, presionado por los suyos, pero muy especialmente por los resultados en las urnas, decidió quitarle la presidencia de comisión, aunque la dejó en la Diputación Permanente “para que si alguien tenía que juzgarla fuera el Tribunal Supremo”. “Tal y como ella quería”, insisten fuentes parlamentarias ‘populares’.
Aunque las aguas nunca volvieron a su cauce. “Todo fue de mal en peor”, reconocen en el PP. Barberá, acostumbrada durante años a ser mencionada en su partido sólo para recibir halagos, “nunca asimiló” que los jóvenes portavoces del PP, como fue el caso de Javier Maroto y Pablo Casado, insistieran una y otra vez ante los medios de comunicación en su marcha. “A Maroto le tenía una especial inquina. Siempre habló muy mal de él”, reconocen en el Senado, donde recuerdan los famosos SMS que la exalcaldesa intercambió con algunos de sus compañeros.
El PP, arrepentido
Tal y como publicó Estrella Digital, el vicesecretario de Organización, Fernando Martínez-Maillo, fue el encargado de interactuar oficialmente con ella. Le ofreció en varias ocasiones irse al Grupo Mixto hasta que se “calmaran las cosas”. Fue una presión, aunque más discreta que la de otros compañeros. Pero ella siempre se negó. Hasta que el desenlace se precipitó en septiembre, cuando el Tribunal Supremo la colocó al borde de la imputación. El PP la expedientó y amenazó con echarla. “Fueron 24 horas muy tensas”, recuerdan hoy tristemente en el PP. Al final, tras varias conversaciones, en esta ocasión con María Dolores de Cospedal, claudicó y se fue al Grupo Mixto.
No fue un desembarco fácil. En el Mixto tampoco la querían. De hecho, tuvo que compartir bancada con senadores de Compromís, con los que siempre estuvo enfrentada ideológicamente. “Apenas le hablaban”, reconocen fuentes parlamentarias.
Es más, tras su imputación, la vida de Rita Barbera en el Senado fue triste y solitaria. «Daba pena verla, no se acercaba nadie a ella, ninguno de sus compañeros, era un trato inhumano», explicaba hace semanas una parlamentaria de un grupo opuesto al PP. La situación de vacío era tan atronadora y terrible, que algunos senadores de otros grupos se empezaron a acercar a Barberá, siquiera «para darle un trato humano». «De verdad que daba mucha pena», asegura una fuente del Senado.
Pero las cosas habían cambiado en las últimas semanas, cuando los más cercanos, liderados por Alberto Fabra, retomaron el trato. Se empezó a ver a Barberá, otra vez sonriente –todos coinciden en que era una persona extraordinariamente divertida– sentada en el comedor del Senado junto a Fabra y otros excompañeros.
Barberá siempre fue una persona carismática. Y su vida privada, de difícil encaje en una formación conservadora, al menos en los años 90 del pasado siglo, no lo fue menos. Un conocido militante gay explicaba que en la boda de Luisa Fernanda Rudi, en el primer Gobierno Aznar, el entonces presidente, bastante eufórico y con esa sorna casi agresiva, en pleno banquete se levantó y en voz alta dijo. «¡Rita, la siguiente eres tú!». Barberá dijo en voz audible sólo para sus compañeros de mesa: «¡Por el coño!».
Conmoción en el Senado
Este miércoles, en el Senado, la conmoción era máxima. Sus compañeros de bancada no daban crédito a lo ocurrido. Ojos inundados en lágrimas. Y mucho arrepentimiento. Pese a que los discursos públicos en el Congreso del PP se centraron en poner el foco en el trato recibido por la oposición, y veladamente por los medios de comunicación, a micrófono cerrado, los senadores también admitían su parte de culpa. “Nos alejamos de ella por temor a que nos hicieran la foto”, reconoce un compañero de bancada muy compungido.
Un vacío que se pudo apreciar claramente durante la inauguración oficial de Las Cortes, donde ningún compañero de bancada quiso compartir corrillo con ella en el patio del Congreso. La esquivaron vilmente, mientras ella reclamaba atención. “Una imagen muy triste, la verdad”, reconoce otro de sus compañeros de bancada, que también aclara que la relación en privado no era igual. “Rajoy mantenía un contacto habitual con ella”, admiten fuentes parlamentarias. Él mismo ha reconocido que habló con Barberá esta lunes, poco antes de que la alcaldesa acudiera al tribunal a declarar por supuesto blanqueo.
De hecho, en el Senado, cuando las cámaras no estaban cerca, ella hacía una “vida más o menos normal” con los que habían sido sus compañeros. Aunque no es menos cierto que no todo fue un camino de rosas, ni siquiera cuando no había cámaras. Al principio la psicósisis hizo que incluso sus compañeros de Senado más cercanos la hicieran el vacío. Escenas muy desagradables que incluso la oposición aún recuerda. “Estoy muy triste porque todos sabíamos que ella no había hecho nada malo y sin embargo la abandonamos. El PP era su vida. Y probablemente recibió de él, el peor castigo de su vida”, concluye un compañero de partido.
Elsa S. Vejo