A primera hora del lunes, cuatro agentes de la Policía Nacional acudían al número 4 de la calle de Los Abetos, en Algeciras (Cádiz). Los agentes aparcaron su vehículos al lado del MBW 320 azul que pertenecía al hombre al que iban a detener: Sito Miñanco, dueño de la mansión que tenían ante sus ojos. Sin que el sol se asomase aún por el cielo de la gaditana ciudad, el narco más famoso de España, que en los años 80 se codeó con los políticos y fue aclamado por el pueblo simulando así la fama de Pablo Escobar, volvía a ser detenido.
José Ramón Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco, se despertó sobresaltado el pasado lunes a las 7.00 de la madrugada tras escuchar los gritos de los agentes del Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado (GRECO) de la Costa del Sol. Éstos saltaron la tapia de la vivienda, reventaron el portón de la entrada y arrestaron al mayor gallego de la coca en Europa. Sito tendría que haber vuelto a prisión esa misma noche como acostumbrada hacer de lunes a jueves durante los dos últimos años. Esa misma noche, volvería a prisión pero sin vuelta a atrás. «No se mostró violento, no es su estilo, pero estaba muy inquieto y quería saber por qué se le arrestaba. Tampoco opuso resistencia, sigue siendo el de siempre», señalaba a la prensa un alto cargo de la Policía que lleva más de 30 años siguiendo sus movimientos.
La magistrada de la Audiencia Nacional que ordenó su detención, Carmen Lamela, asegura en el auto que Sito Miñanco está relacionado con dos alijos de 4.400 kilos de cocaína interceptados en octubre y noviembre en Azores y en Holanda. Algunas de esas causas estaban ya instruyéndose en otros juzgados, aseguran fuentes que conocen los entresijos del caso. A pesar de todos los esfuerzos del 'capo' para no ser espiado -había invertido más de 700.000 euros en aparatos electrónicos y teléfonos encriptados-, Lamela asegura tener conversaciones grabadas del narco de Galicia en las que habla de operaciones relacionadas con el narcotráfico, motivo de su última detención.
Este gallego, nacido en Cambados en una familia de mariscadores de la Ría de Arousa, pasó de seguir la profesión de su padre a convertirse en el capo de los capos. Fue en su propia ciudad de origen donde comenzó, desde niño y acompañado de su padre, a traficar tabaco y gasolina. Tras pasar seis meses en una prisión de Pontevedra y dos en la cárcel de Carabanchel de Madrid, fue puesto en libertad. Sin embargo, el gran salto dentro del mundo de la droga lo hizo en la década de los 80 cuando comenzó a mantener contactos con el cartel de Medellín.
Este «ascenso» le permitió negociar con diversos narcotraficantes de Europa y, sobre todo, con el cartel de Cali o el de Medellín, liderado entonces por Pablo Escobar, con quien llegó a tener relación de negocios.Su segunda mujer, Odalys Rivera, sobrina de un ministro del dictador Noriega, fue quien le puso en contacto con estos carteles y la culpable de que el gallego comenzara a traficar con cocaína.
A medida que pasaban los años, Miñanco llegó a controlar la entrada de esta droga a Europa, principalmente desde Galicia, haciendo una fortuna que le llevó a convertirse en benefactor de diferentes iniciativas en su Cambados natal, entre las que destaca la compra del equipo de fútbol local, emulando a otros 'capos' de Sudamérica. Sin embargo, a pesar de su conocido poder, siempre fue respetado y aclamado en su cuidad natal. Nunca fue temido. De hecho, el alcalde de Cambados, Santiago Tirado, le nombró hijo predilecto de la localidad y le entregó una placa de honor. Se convirtió en el patrón de todos los que le rodeaban.
Su éxito alcanzó todas las esferas. Cenó con diversas personalidades políticas de España e incluso invitó a Isabel Pantoja a cenar en Pontevedra tras un concierto de la tonadillera, circuló por las calles gallegas en un Ferraria Testarrossa, a sus fiestas acudíeron los más adinerados del país por aquel entonces y siempre se jactó de tener a la prensa bajo control. Según in informe de Hacienda publicado en 2013, Miñanco llegó a tener 63 propiedades vinculadas a su nombre, 17 pisos, 27 fincas, cinco locales comerciales, tres edificios y tres chalés, entre otros bienes.
A pesar de toda esta fama y de que el diario 'El País' le definiera como «el más escurridizo de los jefes del narcotráfico», en 1994, Sito Miñanco volvió a ser detenido. La Audiencia Nacional le condenó a 20 años de prisión por tráfico de drogas y evasión de impuestos. El juez de la Audiencia Nacional lo acusó por aquel entonces de liderar desde la cárcel de Valdemoro una red que continuaba el 'negocio', usando para ello un teléfono inalámbrico. Sólo cumplió siete años de condena.
Pocos meses después de ser puesto en libertad, en 2001, la policía le sorprendió en su chalé en Villaviciosa de Odón (Madrid) con un atlas de Sudamérica y una maleta plateada con un sistema de comunicación vía satélite encendida y conectada a la red eléctrica, según se confirmó en la sentencia que le hizo pisar la cárcel la última vez. En ese momento, Miñanco había fletado un pesquero cargado de droga con la intención de llevarlo a la Guayana Francesa. Con la intención de detener este cargamento, las fuerzas policiales españolas colaboraron con la Administración para el Control de Drogas (DEA) de Estados Unidos, la Real Policía Montada de Canadá y con la Marina Francesa.
De vuelta a la cárcel, pagó cinco millones de pesetas para la compra de la vivienda de un funcionario de prisiones. Así consiguió un teléfono móvil dentro de la cárcel y fue acusado de nuevo de dirigir operaciones de narcotráfico desde su celda, aunque también fue absuelto porque finalmente no se pudo probar que la voz interceptada en los pinchazos fuese la suya.
Tres años más tarde fue condenado a 16 años y diez meses de cárcel. El juez instructor del caso le consideró líder de una organización internacional de narcotráfico y se le acusó de blanqueo de capitales. La prisión de Huelva en la que fue internado informó en 2011 a favor de la concesión de un permiso penitenciario. Esta semilibertad le duraría hasta este lunes cuando el narco español volvía a ver los barrotes de su celda siete años después.
Andrea Morea