“Els nostres i els altres”. (Los nuestros y los otros). Ese es el mantra que acompaña al soberanismo catalán desde que “el procés” se erigió como la plataforma de confrontación política de un sector social de Catalunya contra el Estado.
Ese mantra, sin embargo, va mucho mas allá de una planteamiento generalista. Es como si formara parte del Adn de quienes ostentan la dirección y la gestión de las decisiones políticas de ese sector de la ciudadanía. Y eso se trasluce hasta en los más singulares detalles.
Puigdemont ha movido los hilos cuanto ha sido necesario para cargarse a la joven Marta Pascal (“els altres”) y poner a David Bonvehí (“els nostres”) al frente de un partido que el mismo ha dinamitado por los aires con alevosía y “sin misericordia”, (como ha explicado a este medio un consejero nacional del PDeCAT), para su uso y beneficio particular.
Puigdemont los quiere dóciles
El vacuo discurso del imberbe nuevo presidente de la formación tras la votación exigua que le ha coronado, denota que al frente de lo que en tiempos fuera Convergència (el partido de gobierno por antonomasia en Catalunya durante 25 años) , hay personas que no le hacen sombra al fugado o exiliado president que, conviene no olvidar, llegó a la jefatura de la Generalitat con el único objetivo de consumar el referéndum (“y luego volver a Girona con la familia”), pero que en realidad llegó para quedarse y reservarse, así, un huequecito en la historia.
El ex president, a lo suyo
Mientras zarandea un partido para hacerlo a su medida (dócil, débil intelectualmente y sin musculatura política), se ha montado junto a Torra y al ex presidente de la ANC, Jordi Sánchez una corriente–partido-movimiento llamado Crida Nacional que busca transversalidad con vistas a ampliar el espectro sociológico del soberanismo como condición sine qua non para poder llevar a puerto la consumación secesionista. De momento ya ha fichado a unos cuantos independientes (más o menos progresistas e independentistas) que dan color al proyecto. Pero el principal activo de la Crida, su verdadero fondo de armario, es este PDeCAT en manos de Bonvehí (“un buen chico, un obediente preventivo”), nos dice arqueando las cejas esa fuente situada en la cúpula de la formación. La CUP y a Esquerra republicana, ni están ni se las espera.
Distinto collar, el mismo perro
Convergència, PDeCAT, Crida, una refundación sobre otra para nada o para todo, si se considera “el todo” aquello a lo que aspira Carles Puigdememont para su gloria personal. Carles Puigdemont ha destrozado el partido que le aupó a los cielos de la historia. Inevitablemente, lo ha hecho a sabiendas y para consumarlo ha fulminado a Marta Pascal, la anterior presidenta, desde el mismo instante en que esta joven dirigente independentista (auspiciada en los inicios por el propio Puigddemont), empezó a cortar los hilos de conexión con el aparato del partido a aquellas familias convergentes salpicadas por la corrupción.
Juez y verdugo
Su sentencia de muerte (la dictada sin que a Puigdemont le temblara el pulso), se firmó el día que ella se posicionó a favor de apoyar la moción de censura de Pedro Sánchez contra Rajoy. El ex presidente de la generalitat, desde Alemania, pendiente de si se le extraditaba o no, por rebelión o no, negó con la cabeza: apoyar a Sánchez era contrario a la dinámica en la que él se siente cómodo que no es otra que la del enfrentamiento, el desafío, la posición de combate en su contencioso (siempre particular) con el Estado Español que, por cierto y de momento, ya le ha condenado a 20 años de destierro fuera de Catalunya, cosa difícilmente digerible para un “patriota” como él. O no.
Carlos Quílez