Corría el año 1998, y el común de los mortales aún no había escuchado hablar ni del término «millennial» ni de aquel niño con gafas y una misteriosa cicatriz en forma de rayo en la frente que cambiaría la vida de millones de personas, empezando por la de su creadora, la británica J.K. Rowling (Yate, 1965), que había publicado el primer libro de la saga un año antes en su país natal.
«Harry Potter y la piedra filosofal» desembarcaba en España con la editorial Salamandra, para inculcar el amor a la lectura a niños y adolescentes que ya se habían iniciado en la literatura gracias a otras sagas nacionales como «Manolito Gafotas» (1994) o a figuras como Gloria Fuertes.
Pero aparecía entonces un protagonista internacional, un joven huérfano que descubriría en las páginas de ese primer libro que era un mago que se iba a formar en la escuela de magia Hogwarts, que llegaba a España con 11 años y con todo un mundo por descubrir, el mismo que, a la vez, irían descubriendo sus jóvenes coetáneos españoles.
Ahora tienen entre 37 y 23 años, pero por aquel entonces abarcaban el amplio arco que va desde los 3 hasta los 17 años, tomando como referencia la franja de edad más utilizada para definir a la «Generación Y» o «millennial», es decir, aquellas personas nacidas entre 1981 y 1995.
Niños entonces y adultos ahora que fueron creciendo al mismo tiempo que Harry, Ron y Hermione, el trío protagonista que a través de siete libros y ocho películas iba inculcando en esa joven generación valores como la amistad, o conceptos más profundos como la defensa de los derechos humanos gracias a tramas como la que luchaba por los derechos de los «elfos domésticos».
Con innumerables metáforas y argumentos alegóricos, «Harry Potter» fue cimentando también los valores de su joven generación de lectores, más allá de hacerlos fantasear con un mundo mágico.
Inevitable establecer comparaciones, por ejemplo, entre la Alemania nazi y el malvado Lord Voldemort, que, con sus seguidores, los macabros mortífagos, iniciaba una cruenta caza hacia las personas «muggles» -gente no mágica- y los «sangre sucia», aquellas que compartían ascendencia mágica y «muggle».
Sutiles formas de guiar a los «millennials» hacia una concepción del bien y el mal, y de ir arrojando luz en sus jóvenes mentes sobre la muerte, la redención, el mestizaje, el poder o el feminismo, como estudian William Irwin y Gregory Bassham en «Harry Potter y la filosofía» (Alianza Editorial).
Una colosal empresa, la de educar a toda una generación global, que J.K. Rowling emprendió con «La piedra filosofal», a la que le seguirían «La cámara secreta», «El prisionero de Azkaban», «El cáliz de fuego», «La Orden del Fénix», «El misterio del príncipe» y «Las Reliquias de la Muerte».
Y que, según la ciencia, ha dado sus frutos: un estudio de «Journal of Applied Psychology» asegura que haber devorado esos libros mejora las actitudes hacia grupos estigmatizados como los inmigrantes, los homosexuales o los refugiados.
Una conclusión difícil de prever hace 20 años, cuando «el niño que sobrevivió» era traducido al castellano. Desde entonces, se han vendido 500 millones de ejemplares de la saga en español, entre Latinoamérica y España.
Cifra que irá en aumento gracias a la edición especial que Salamandra lanza este sábado para celebrar el aniversario del mundo mágico con cuatro libros de «La piedra filosofal» dedicados a cada una de las casas de Hogwarts: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin.
Además, la editorial cuenta con otros tres títulos recientemente publicados que se suman a la nostálgica celebración: «Harry Potter: un viaje por la historia de la magia», la edición ilustrada de «Los cuentos de Beedle el Bardo» y el guión de la película «Los crímenes de Grindelwald».
Como inabarcable es la influencia que Harry Potter ha tenido y tiene entre los «millennials», y en las generaciones anteriores y posteriores, ingente es la cantidad de productos de los que el mundo «muggle» dispone para que nunca acabe la magia.
Pepi Cardenete