Así lo asegura el psicólogo clínico y emergencista Mariano Navarro Serer en una entrevista en coincidencia con el Día Internacional para la Prevención del Suicidio, que se celebra el 10 de septiembre con el objetivo de reducir las altas tasas de suicidios existentes en el mundo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se producen 800.000 muertes por suicidio al año (un suicidio cada 40 segundos), lo que convierte esta cuestión en un grave problema de salud pública.
En España, durante 2017 fallecieron por suicidio 3.679 personas (diez al día y una cada dos horas y media), según las cifras recogidas por el Observatorio del Suicidio, basados en los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en diciembre de 2018.
Según estas cifras, los suicidios son la principal causa de muerte no natural en España y producen el doble de muertes que los accidentes de tráfico, once veces más que los homicidios y 72 veces más que la violencia de género. Después de los tumores, son la principal causa de muerte en la juventud española (15 a 34 años).
Para Navarro, psicólogo clínico de la Unidad de Salud Mental del Hospital General de Valencia y responsable de la asociación Psicoemergencias CV, que asiste a víctimas de grandes catástrofes, «algo está fallando» para que las tasas de suicidio sean tan altas y continúen aumentando.
Asegura que este tipo de muertes se pueden prevenir, pero para ello es necesario que este asunto deje de ser un tabú en la sociedad, que se hable de él y aumenten los recursos profesionales en la sanidad pública; de lo contrario, lamenta, «poco se puede hacer».
«Si el sistema sanitario estuviera dotado de más profesionales de la psicología, que empezaran a funcionar desde la misma atención primaria y pudieran atender las necesidades inmediatas de aquellos que por primera vez buscan ayuda, bajaría con total seguridad el número de suicidios», defiende Navarro.
Navarro también niega que hablar del suicidio lo fomente, más bien al contrario: defiende que hablar de él puede prevenir muchas muertes, pues permite ofrecer a la persona que sufre en soledad una vía para liberar su angustia.
«No hay que tener miedo» a hablar de esto, insiste este profesional, especialista en duelo, pérdidas e intervención psicológica en catástrofes y emergencias, que participó en el operativo durante los atentados del 11-M de 2004 en Madrid y asistió a las víctimas del accidente de metro de Valencia de 2006.
Ocultar el problema y no hablar de él hace que la persona que piensa en quitarse la vida sienta que «no tiene permiso para poder hablar de aquello que le preocupa, enquistado un sufrimiento que crece en el interior de quien lo experimenta sin que existan recursos suficientes que le ayuden a elaborarlo».
En su opinión hay que trabajar a tres niveles: la prevención (o lo que es lo mismo, hablar del tema); la intervención, donde juegan un papel clave los psicólogos emergencistas, y la postvención, el seguimiento que se hace a los pacientes y, en el peor de los casos, a los familiares del suicida en su proceso de duelo.
Y también rechaza otros «mitos» de la sociedad en torno al suicidio, como que solo lo protagonizan los enfermos mentales, que quien habla del suicidio no lo lleva a cabo, que la conducta suicida se hereda o que la mayoría de los suicidas no avisa.
Estrella Digital