Ese es el caso de Dominique Bons, madre de un joven francés que se hizo explotar en Siria en un ataque contra una aldea chiíta cerca de Homs, y que creó la asociación «Syrien Ne Bouge, Agissons (Si nada se mueve, actuemos)» para «trabajar por la prevención», para evitar que a otras familias les ocurra lo mismo.
Ambos, que han coincidido en varios foros, participan esta semana en el I Congreso Internacional sobre Terrorismo Yihadista, organizado por los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco, que celebra varias de sus sesiones en Irun (Gipuzkoa).
Bons se queja de que en Francia, que cuenta con más de un millar de ciudadanos radicalizados que viven en Siria o Irak, las madres de quienes han sido captados por el extremismo islámico no son suficientemente escuchadas.
«Hace cinco años que estoy en este combate y no me siento lo bastante apoyada por el Gobierno y las instituciones. Sólo ahora empiezan un poquito», dice esta mujer menuda, que vio cómo en 2010 su hijo Nicolas, de ojos azules como ella, criado en un ambiente no religioso, se convertía al Islam.
Asegura que la familia «no comprendía nada» y que Nicolas «no entendía» que no le comprendieran.
«Era todo muy complicado», afirma Bons, que explica que su hijo dejó Toulouse en marzo de 2013 junto a su hermanastro Jean-Daniel para ir a hacer la yihad. Su medio hermano murió en agosto y él cuatro meses después.
Lamenta que la opinión pública les vea como «las familias de los terroristas». «Es muy difícil vivir con eso porque yo lucho por la prevención», añade esta madre, que agradece que personas como Salines las consideren también víctimas.
El propio Salines lo explica: «Aunque a las familias de los yihadistas no se las incluya en esa acepción, también sufren, siempre he pensado que son víctimas».
Afirma que es una conclusión a la que llegó muy pronto y que ya plasmó en 2016 en el libro «L’indicible de A à Z. Ma fille Lola dansait au Bataclan», organizado como un diccionario, que en la entrada de la letra uve habla de los mismos terroristas como «víctimas de esa locura que les ha llevado a ir a Siria y a otros países».
No solo mantiene relación con Bons, también con otras familias de terroristas, incluida con una de los asesinos que perpetraron el tiroteo de la sala Bataclan el 13 de noviembre de 2015.
«Mantenemos un diálogo y nos apoyamos. Lo hago porque quiero entender y explicar de dónde nace el terrorismo, cómo han sido reclutados, quiénes los ha radicalizado, ir a las mezquitas, saber cómo ha ocurrido todo. Hay muchos casos diferentes, como el de Dominique, que no era una familia musulmana», manifiesta Salines.
Pero tras su empeño hay también una convicción, la de «mostrar que el diálogo es posible» con los allegados de los asesinos, familias que «han repudiado desde el primer momento los actos de sus hijos».
«También estoy dispuesto a hablar con radicalizados, pero ya no sería un diálogo, sino un debate de ideas, una confrontación», precisa.
«Francia es una sociedad en la que existen muchas comunidades y, a pesar de que sea difícil y cada vez se estén transmitiendo más mensajes de racismo y xenofobia, y de que haya una cierta incomprensión entre las diferentes comunidades, quiero lanzar el diálogo y mostrar que un familia de una víctima directa puede dialogar con un familiar de un joven radicalizado, que se pueden tender puentes entre las comunidades. Eso es un mensaje muy poderoso».
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