Jon Zabala, bilbaíno de 59 años, es el capitán de este barco y lleva desde los 21 en la mar. La situación actual de aislamiento no le resulta «en absoluto dura» e incluso piensa que «puede ser más duro en un rascacielos o en un apartamento con la abuela, el perro y los niños porque las condiciones son más duras que las nuestras».
«Seguramente si estás en casa más cerca de los tuyos los puedes atender mejor, pero lo que es el vivir, poco nos cambia a bordo», explica en una conversación telefónica desde este remolcador de altura polivalente en el muelle de Brens, en Cee (A Coruña).
El Don Inda, de 80 metros de eslora y 18 de manga, cuenta con catorce tripulantes, la mayoría gallegos pero también andaluces, vascos o asturianos, que rotan cada mes para hacer un servicio de 24 horas los 365 días del año, de manera que los dos turnos de este barco se han interrumpido y la tripulación de marzo continuará en abril «para evitar el contagio».
Salvamento Marítimo ha decidido mantener la misma tripulación un mes más con el fin de garantizar el servicio de emergencias al tráfico marítimo. Con su capitán al frente, hay dos oficiales de cubierta, un jefe de máquinas y un primer oficial de máquinas, un contramaestre, cuatro marineros, un electricista, dos engrasadores y un cocinero. Ahora también un alumno en prácticas.
Las guardias en la mar son de cuatro horas y se reparten entre tres personas, mientras que en puerto hay un marinero que vigila que no entre nadie y los demás realizan sus jornadas ordinarias.
Estos días no han tenido ningún movimiento porque el tiempo, desde que se decretó el estado de alarma, ha sido bastante bueno, de modo que desde el punto de vista de su servicio, total normalidad.
«En este momento no somos un referente como los servicios médicos, o la policía o el ejército, que están más implicados, estamos haciendo los trabajos habituales que hacemos siempre», dice Zabala con la humildad característica de los hombres de mar.
Para los marinos mercantes, y Jon ya lleva 39 años en este trabajo, 15 en Salvamento Marítimo, los servicios antes duraban hasta seis meses y no había móvil, ni internet, ni prensa.
«Estamos en cuarentena y ya no se sale ni del barco», sostiene en referencia a los 20 minutos que pueden salir a hacer algún recado para respetar ese tiempo de respuesta ante una emergencia, como asistir a un barco sin máquina, con fuego o que vuelque.
Confinados a bordo como el resto de la ciudadanía, pero la mitad del año, salen a comprar pasta de dientes o un paquete de café, pero siempre localizables.
Hoy han recibido una provisión de alimentos de un supermercado de Cee que han pedido por teléfono. El cocinero diseña los menús como cualquier día y «todo el mundo entiende» la situación.
«Esto es un servicio de emergencias y todo el mundo sabe qué es lo mejor, en este barco todo el mundo lo ha entendido, tenemos que apoyar», asegura.
Incluso han rebajado el nivel de trabajo a bordo evitando tareas en altura que puedan implicar caídas, o en espacios cerrados que entrañen riesgos, para no saturar los hospitales en caso de accidente.
Cuando no hay emergencias, la jornada laboral en este barco es de ocho a una y de dos a cinco. Comen a la una y cenan a las siete, y vuelta a empezar.
Construido hace 13 años en Bilbao, el Don Inda siempre ha estado atracado en Cee, que recientemente amplió 300 metros el muelle.
Jon ha navegado durante toda su vida con gallegos «como casi todo el mundo» pero los de la Costa da Morte coruñesa «son distintos del resto, tienen una idiosincrasia propia y son más duros, más reservados, son buena gente y serios».
Con el tiempo, el marinero bilbaíno considera a esta tierra como su segundo hogar, donde ha hecho grandes amigos. En la mar, «todo el mundo sabe cómo es, incluso forja el carácter de la gente, los inviernos son largos y duros y en pocos sitios de Europa, quizá la costa irlandesa, tienen la climatología de la Costa da Morte».
Aquí sigue capitaneando el Don Inda, que custodia la zona «donde más tráfico marítimo hay de toda Europa».
Estrella Digital