El matrimonio de conveniencia con su socia de Gobierno, Begoña Villacís (Cs), como vicealcaldesa, y el correspondiente pacto in extremis con Vox parece que han funcionado en la capital.
Los contrayentes han sabido lavar los trapos sucios sin echarse los trastos a la cabeza, a menudo con victoria ‘popular’ y Vox ha impuesto sus peticiones sin hacer peligrar el entendimiento del equipo de Gobierno, en parte aprovechando errores de la oposición de izquierdas.
Los choques entre ambos partidos han sido a cuenta del medio ambiente y la movilidad. Cs y PP no compartían la forma en la que debía modificarse Madrid Central, que los ‘populares’ querían relajar, aunque ante Europa les convenga más la postura de la formación naranja.
También colisionaron por la gestión de los residuos, donde Ciudadanos tuvo que asumir una solución temporal, pero su choque más enconado ha sido la creación de un aparcamiento junto al céntrico parque del Retiro con más de 1.000 plazas, que según Cs sería perjudicial para los vecinos.
La aprobación de unos presupuestos condicionados por el sí de Vox estaba llamada a ser el momento de más tensión, pero se superó sin contratiempos tras el error de cálculo de Más Madrid y el PSOE.
Los partidos de la izquierda no advirtieron a tiempo que la ausencia de una edil de Más Madrid -Inés Sabanés, que había dejado el acta para ser diputada por Más País en el Congreso- permitía aprobar las cuentas con la abstención de Vox.
Todos estos conflictos, como también el varapalo judicial que obligó a dar marcha atrás a la moratoria de multas en Madrid Central, han quedado desdibujados por la pandemia del coronavirus, que ha transportado a un pasado remoto, el de la vieja normalidad, los debates municipales, tanto en el seno del Gobierno como con la oposición.
Madrid quiere ser ahora ejemplarizante en la búsqueda de consensos. Con un Congreso sumido en acusaciones personales y la coalición autonómica de PP y Cs unida sólo por evitar males mayores, la capital busca erigirse en símbolo de la unidad política para salvar a la ciudadanía del golpe de la COVID.
Una meta que ha unido a los cinco grupos municipales -Más Madrid, PP, Cs, PSOE y Vox- y que ha erigido a Martínez-Almeida como el alcalde de todos los madrileños, dejando atrás sus intervenciones punzantes e irónicas, que ahora reserva para algunos representantes estatales.
Visto por sus simpatizantes e incluso por sus antiguos detractores como un regidor con sentido de Estado, gracias también a los aciertos en su comunicación durante la crisis, Almeida está dispuesto a sacrificar en el altar del pacto los cambios en Madrid Central y el aparcamiento junto al Retiro.
Los concejales madrileños buscan alcanzar un acuerdo para la reactivación de Madrid que solo contendrá políticas que hayan logrado unanimidad, un consenso que Almeida quiere extender al próximo mandato.
El reto ahora es que el alcalde de la capital no se acomode en la épica del salvador de la crisis, pues por delante le quedan tres años para un legado que será, sobre todo, urbanístico y de movilidad con grandes reformas de infraestructuras pendientes, que no ha frenado la pandemia.
La dañada economía madrileña, con el turismo y el sector servicios golpeados por el virus y un mayor uso del coche ante el miedo al contagio, son retos determinantes en los próximos meses y años.
A su lado, Almeida tiene a un Ciudadanos que busca su sitio tras el descalabro en las últimas elecciones generales y su renovado protagonismo con el apoyo a extender el estado de alarma.
Enfrente, Más Madrid vive también una crisis de identidad, con un encaje complejo en siguientes legislaturas por su exigua representación estatal y una candidatura construida entorno a un hiperliderazgo ausente, el de Manuela Carmena.
Por su parte, los socialistas han abogado por el pacto y fían su recuperación a su posición en Moncloa.
Vox, con solo cuatro concejales en la ciudad, se ha subido al carro del consenso tras haber sido capaz de marcar la agenda pese a su escasa representación.
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