A las dos y diez de la tarde del sábado 2 de abril, en la ciudad de Sevilla, el XX Congreso del PP ya había terminado y los dos dirigentes del partido que desencadenaron la crisis que provocó el cónclave, Pablo Casado e Isabel Ayuso, se marchaban del Palacio de Congresos separados por escasos metros.
Ambos coincidieron unos breves instantes en el amplio vestíbulo del recinto -mientras Alberto Núñez Feijóo estrenaba liderazgo bendecido por el 98,35 por ciento de los votos- pero rodeados como estaban de militantes que no cesaban de pedirles fotos y acosados por las cámaras de televisión, no tuvieron oportunidad de mirarse.
Para entonces ya habían regalado una de las imágenes que ofreció la jornada, la del beso de mejillas enmascaradas, que no pareció ni beso sino maniobra, que Casado había dado a Ayuso, a toda velocidad, en la primera fila del auditorio cuando tras su entrada el líder saliente saludaba a los dirigentes de partido encabezados por Feijóo.
Aunque las mascarillas ocultaban parte de sus rostros, la incomodidad del fugaz momento era evidente y los dos ya no volvieron a estar tan cerca en ningún momento, porque a la salida, a esas dos y diez minutos de la tarde, los grupúsculos que les encerraban pronto tomaron rumbos muy diferentes.
El de la presidenta madrileña, más rápido, con más cámaras y más policías que le procuraban un férreo cordón ante del acoso de quienes abandonaban el recinto, se dirigía a la larguísima rampa de salida por la que ayer tuvo que ascender Pablo Casado antes de superar el amargo trance de su discurso de despedida como máximo líder del PP.
Casado, con menos tumulto a su alrededor, acompañado a cierta distancia por su esposa Isabel, se detenía pacientemente a atender todas las peticiones para hacerse un «selfie» con él, que eran muchas, algo que hacía sin perder aplomo, como si en vez de haber perdido el bastón de mando de su partido lo llevara encogido en el bolsillo.
Seguía en el vestíbulo alimentando la galería de imágenes de los teléfonos móviles de los compromisarios y el equipo de seguridad de Ayuso ya había logrado sacarla hacia la rampa, pero un nuevo aluvión de gentes del PP le rogaban una y otra vez que se dejara fotografiar, a lo que ella accedía complaciente.
A duras penas avanzaba su comitiva entre «selfies», saludos, manos y sudores de sus escoltas, y como el aire libre le facultaba para quitarse la mascarilla ya se le podía ver el rostro, la sonrisa, una sonrisa que más de uno exhibía con orgullo en la pantalla de su teléfono como un triunfo mayúsculo: «La tengo».
El congreso, en la mañana del 2 de abril, tuvo lo que tienen todos los cónclaves de los partidos en su último día: aplausos hasta la exasperación, ojos vidriosos por la emoción debidamente emitidos por pantallas gigantes, música a todo trapo -Patti Smith en este caso- para envolver la llegada de los líderes; calor y color político.
Pero con un nuevo líder procedente de la esquinada Galicia, y sin necesidad de recurrir a metáforas sobre el Camino con mayúscula que le queda por recorrer hasta alcanzar, como parece pretender, el templo de La Moncloa, los suyos, los gallegos desplazados a Sevilla para aclamarle y empujarle al éxito, lo han hecho cantando.
Primero, tras votarse a sí mismo en una de las urnas dispuestas al efecto, en la escalinata de acceso al plenario, la delegación gallega del PP le obsequió a potente coro con «A Rianxeira», mientras Casado, que andaba cerca, quedaba muy al margen haciéndose, como no, fotos con militantes. Esa otra gran costumbre de los congresos.
Después, una vez conocido por boca de la presidenta del congreso, Teófila Martínez, que Feijóo ya era el noveno presidente de la historia del PP, volvió a escucharse, ya dentro del auditorio donde estaba reunido el plenario: «Ondiñas veñen, ondiñas veñen, ondiñas veñen e van/ non te vaias rianxeira/ que te vas a marear».
Se había consumado el recambio, el presidente de la Xunta encaraba su alocución y en la primera fila le escuchaba el presente y el pasado del partido, desde Rajoy a Ayuso, desde Romay Beccaría a un Juanma Moreno que había levantado al auditorio con un vibrante discurso sin papeles, dejándolo a tono para el gran momento de la proclamación del nuevo líder.
Elevado el porcentaje de respaldo a pocos palmos de la unanimidad, Alberto Núñez Feijóo habló durante 60 minutos. Media hora después, a las dos y diez del 2 de abril, en una Sevilla con olor a primavera, Casado abandonaba el vigésimo congreso del PP… Con rumbo desconocido.