domingo, septiembre 22, 2024
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El Rastro se lleva en la sangre

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“El Rastro lo llevas en la sangre. No me imagino un domingo sin venir”, explica Jesús Muñoz de la Llave, un vendedor de llaves antiguas que cada domingo monta su puesto en la Calle Arniches. Ahí lleva 57 años, atiende al cliente y hace lo que más le gusta: «vender y tener contacto con el público”. Una afición que comparte con otros vendedores de antigüedades, quienes afirman a Estrella Digital que lo que mejor les hace sentir es ese contacto con la gente de a pie.

El Rastro madrileño es uno de los encantos de la ciudad. De ahí que muchas de las personas que visitan la capital aprovechen para pasar un domingo entre trastos y vendedores. Los puestos se colocan alrededor de la Calle Ribera de Curtidores y está abierto todos los domingos desde las 9:00 hasta las 15:00 horas.

Muebles, lámparas, cuadros, chasis de coches…y un sin fin de artículos que los vendedores exponen en sus puestos. Las principales calles que se dedican a la venta de estos productos se encuentran en la Plaza Vara del Rey y en las calles Carlos Arniches y su paralela, Mira el Río Baja. Muchas personas se acercan para ver qué pueden comprar, pero no todos se llevan algo, y es que la crisis se ha cebado con el sector de las antigüedades. Miguel Ángel Coca Fernández afirma que “con la crisis es muy duro, porque la gente no gasta, esto no son productos de primera necesidad».

Los puestos de antigüedades están en la Plaza Vara del Rey y sus aledaños

Coca Fernández lleva en el Rastro 15 años al mando de un puesto con más de cuatro décadas de antigüedad y sabe que lo que más se vende “es lo más antiguo, cuantos más años tenga, mejor para el cliente”.

Todos los puestos del Rastro se caracterizan por ser familiares. En el de Antonio Fernández se encuentra toda su gente. Solo hay dos personas que venden, pero los hijos “miran para aprender, escuchan”, sentencia Fernández. Toda su familia viene cada domingo desde Tarancón (Cuenca). Se desplazan más de 80 kilómetros, a veces para no ganar nada. Fernández aprendió de su padre, que estuvo 45 años en el negocio y desde hace 35 es él quien se encarga de las antigüedades.

Los vendedores tienen mucho apego a los puestos en los que llevan décadas trabajando. Cada comerciante tiene un cartón identificativo del puesto y solo puede vender la persona de la imagen. Lo que le ocurre a Jesús Muñoz es que se ha quedado sin familia, él es la última persona de su sangre que venderá en el rastro. «Cuando yo no esté quemaré el puesto», comenta con bastante alegría. Sabe que «todo tiene un ciclo», y la generación de 'llaveros' no puede continuar sin nadie de su familia.

Uno de los problemas que relatan los vendedores son las falsificaciones que hay en el negocio. “Tienes que entender un poco”, cuenta Antonio Fernández a este diario. Otros comerciantes admiten que en el mercado circulan artículos falsos, pero todos subrayan que ellos no los venden en sus puestos ni los han tenido nunca.

Una demanda de los vendedores es encontrar algo “que valga bastante”, declara José Carlos. Él ayuda al dueño del puesto en que se venden hasta chasis de coches antiguos. En el Rastro llevan unos 30 años asentados y se caracterizan por llevar las antigüedades a la casa de sus clientes, “siempre que se encuentren dentro de la Comunidad de Madrid”. A pesar de las dificultades por la crisis y de que, “hay días, incluso meses en los que no ganamos nada”, confirma que es un negocio más sencillo que el de la almoneda: “Aquí vender es más fácil y más rápido”.

‘Cómo hemos cambiado’

Poco queda de lo que era el viejo Rastro de antaño. “Muchos comerciantes empezaron vendiendo en el suelo antes de toda esta organización”, informa Rosa Blanco, de la Asociación Nuevo Rastro Madrid. La forma de vender ha ido evolucionando, así como el número de puestos. Desde el siglo XV, momento en que empezaron a reunirse algunos vendedores en las calles, ya son más de 3.000 los puestos.

Hace muchos años, cuando este negocio comenzó, se podía vender todos los días, “pero cuando comenzó la democracia no dejaban que nadie vendiera”, cuenta de la Llave, el comerciante que tiene la distinción de mejor artesano, entregada por José María Álvarez del Manzano. En esos inicios el público era muy diferente. Vienen todo tipo de personas, algo que comparten todos los puestos de antigüedades, pero «no es igual que el de antes. El público del domingo viene cuando el hombre se queda en casa, antes era más familiar».

Toda persona puede solicitar un hueco en el mercadillo madrileño. Anne Barcat, antigua comerciante, cuenta cuáles son los pasos para formar parte del gran negocio. En primer lugar hay que pedir cita en la Calle Mayor, 72, para hacer una solicitud. “No es fácil conseguir un puesto”, reconoce. Cada metro cuadrado cuesta 100 euros al año en Ribera de Curtidores, la vía más famosa y la más cara, en el resto de calles ronda los 95 euros.

Hay comerciantes que aseguran que prácticamente nacieron en el Rastro; otros que han aprendido viendo cómo sus familiares ‘engatusaban’ al comprador, y otros que se han hecho con un puesto que provenía de otra familia. Todos comparten unos rasgos comunes: les encanta vender, hablar con la gente y que sus antigüedades tengan éxito para ganarse la vida. “Un negocio cómodo, agradable y bonito”, resume Miguel Ángel Coca Fernández.

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