sábado, noviembre 23, 2024
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Crónicas ucranianas (primera parte)

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Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales UCM

 

La tensión existente entre Ucrania y Rusia en relación con el territorio de Crimea y las pretensiones internacionales de su población de origen ruso puede devenir, mal manejada, en un conflicto internacional de consecuencias impredecibles.

Aunque este incipiente conflicto es nuevo, el supuesto con el que nos encontramos comparte las características de otros muchos que se mantienen enquistados desde hace mucho tiempo, que traen causas remotas en la historia y respecto de los cuales el sistema internacional no ofrece respuestas satisfactorias para todas las partes enfrentadas.

En los años veinte, durante la Conferencia de Paz de Versalles, el Presidente Woodrow Wilson alertó a los dirigentes europeos de que el principal problema del continente era la inseguridad internacional causada por la existencia de tantas y tan numerosas minorías nacionales. No se refería a los pueblos que después de la desintegración de los imperios centrales y orientales no habían alcanzado la estatalidad, como sí habían conseguido polacos, fineses, checos, yugoslavos, estonios, letones y lituanos. Se refería a otros casos, concretamente a las poblaciones con características diferentes a las de la mayoría de un Estado que –además- comparten lengua, cultura, etnia, religión u otros rasgos sociales, económicos o históricos con otra población que es mayoritaria de otro Estado vecino o próximo. No se equivocaba en absoluto. Las fronteras europeas son en algunos casos demasiado convencionales, poco acordes con las poblaciones asentadas en los territorios fronterizos.

Los ejemplos de situaciones conflictivas generadas en el período de entreguerras son muchos, desde la marcha de Gabriele d’Annunzio para integrar Trieste en Italia en 1919 hasta las sucesivas anexiones por el III Reich de los territorios colindantes con población alemana (Austria, Sudetes checos, Silesia polaca…), que ocasionaron el desencadenamiento de la II Guerra Mundial. Pero terminada ésta, los problemas causados por la existencia de Estados con minorías afines situadas más allá de su frontera continúan siendo importantes y sin duda se han multiplicado después de la desintegración de la Unión Soviética y de Yugoslavia. En la Europa actual hay millones de personas que comparten rasgos comunes con la población del Estado vecino.

Un ejemplo dramático de por qué este tipo de situaciones son potencialmente conflictivas es la antigua Yugoslavia, donde en 1990 un 25% de los serbios, casi dos millones, estaban fuera de las fronteras administrativas internas de la RFS de Serbia. Cuando las demás repúblicas se independizan, el Gobierno de Milosevic defiende una Gran Serbia que agrupe a todos los serbios, afán panserbio que se retroalimentó en los territorios con minorías serbias en su supervivencia frente a otros nacionalismos excluyentes. El resultado es bien conocido: una guerra internacional entre nuevos Estados, agravada con diferentes guerras civiles, y todo ello con operaciones de limpieza étnica de efectos devastadores.

En los Estados surgidos en 1991 de la desintegración de la antigua Unión Soviética proliferan minorías nacionales de este tipo. En el Cáucaso los conflictos surgidos en los años noventa, y aún abiertos, en países como Georgia, Armenia y Azerbaiyán se deben principalmente a la existencia de enclaves territoriales como Nagorno-Karabaj, Osetia del Sur y Abjazia, que en la actualidad son entidades secesionadas de sus Estados, pudiendo considerarse al primero como un Estado de facto y los otros como auténticos protectorados rusos.

Pero el principal problema para la seguridad de la región son los veinte millones de rusos que habitan en las antiguas repúblicas soviéticas. Se calcula que hay unos 115 millones de rusos en la Federación Rusa y otros 20 en Estados vecinos, principalmente Ucrania, Kazajistán, Bielorrusia, Uzbekistán, Kirguistán, Moldavia, Estonia y Lituania.

¿Es reprochable la intención y la actuación de Putin en Crimea? Su preocupación por la población rusa del territorio de Crimea (transferido en 1954) en mi opinión no; lo criticable es que lo esté haciendo mediante una intervención en los asuntos internos de Ucrania, contraria a su independencia política y su integridad territorial, y por tanto vulnerando el Derecho Internacional. Intervención que en modo alguno es amparable en un pretendido ejercicio del derecho de autodeterminación del territorio de Crimea porque –de momento- no cumple los requisitos establecidos para ello en la Resolución 2625 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, esto es, una discriminación grave de los rusos en Ucrania.

Pero esta consideración jurídico internacional no resuelve la controversia planteada, ni las tensiones y conflictos que hay en otros escenarios, desde el Cáucaso hasta el Ulster. Por ello quizás haya que replantearse la sacralidad del principio de intangibilidad o inmutabilidad de las fronteras proclamado en Europa en documentos como la Carta de París de 1990 de la CSCE. En este sentido una solución puede ser modificar el Derecho Internacional para arbitrar mecanismos pacíficos que permitan la coherencia entre las fronteras y las poblaciones de los territorios de los Estados. El no cuestionamiento de las fronteras administrativas internas cuando se convierten en internacionales tras el desmembramiento de un Estado, como en Yugoslavia o la URSS, es la causa de numerosas controversias, tensiones e incluso conflictos armados, que podían haberse evitado con su modificación previa y actualmente con una visión menos rigurosa de las fronteras convencionales.

 

José Antonio Perea Unceta

Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales UCM

 

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