Las casualidades de la vida hicieron que ayer participase en una mesa electoral. La experiencia te retrotrae en muchos años a cualquier proceso que se asocie con la modernidad o con los nuevos tiempos. Todo en ese proceso es antiguo, arcaico y desfasado. Sinceramente muy alejado de lo que un ciudadano del siglo XXI espera de una Administración moderna y al servicio del interés general.
Solo un par de anécdotas. El proceso de participación no incluye el uso de la fotocopiadora. Este instrumento tecnológico es tan moderno que ni se asoma. Los miembros de la Mesa usan un papel autocopiable que no debe ser de la mejor calidad y que no permite una reproducción real de lo escrito más allá de la tercera copia. Pero los miembros de la Mesa hacen y hacen copias de este proceso porque los sistemas de reproducción no se ponen a su disposición. Confieso que pensé que esto del papel autocopiable era de otra época felizmente pasada.
El sistema tampoco incluye mínimos requerimientos en lo que se refiere al avituallamiento. El denominado catering tiene que ver directamente con los recursos municipales y no admite grandes variedades ni para enfermos, ni convencidos o apartados de determinadas comidas. Durante mucho tiempo todos me recordaron lo gratificante que era cumplir con la obligación de ciudadano en un Ayuntamiento que podía trascender del bocadillo. Mi asombro fue tan importante como el del papel autocopiable.
Son dos anécdotas muy concretas de un síntoma más grave: el atraso histórico en la Administración electoral. Una democracia consolidada y de este siglo exige que los Poderes Públicos cambien el planteamiento. El deber público inexcusable que supone participar obligatoriamente en el proceso electoral es, sobre todo, un servicio a los ciudadanos que la Administración debe considerar con la solemnidad que merece y no añadiendo al servicio una dosis de castigo. Las relaciones con los partidos- cuando no se trata de interventores- en manos de las mesas producen una confusión que debería ser una labor asumida por la Administración electoral con sus propios medios. Dejar en manos de inexpertos las relaciones con expertos e interesados es una fórmula de combina demasiado peligro para ser válida.
España es un país avanzado, es un país que se ha transformado que es capaz de presentarse ante el mundo como una potencia ordenada y solvente y que debe luchar para que esta imagen se traslade de inmediato a los procesos de administración de las convocatorias electorales.
La imagen y la solvencia se miden por la pequeñas cosas. Lo de participar en una mesa es mucho más que una pequeña cosa pero debe serlo para todos. Los ciudadanos llamados a esta labor deben percibir el apoyo de la técnica, la solvencia del montaje íntegro del sistema y deben saber que son parte de una organización seria, tecnológicamente avanzada y que puede asumir un reto como el de una elección en condiciones que, desde luego, no son las actuales.