Circula en Venezuela por estos días un chiste del inefable Jaimito en el que, la maestra pregunta por el nombre de un Santo venezolano, a lo que éste responde presto: “Henrique Capriles Radonski, maestra”. “Ese es un político, no un santo”, objeta la maestra. “Es que desde que se lanzó como candidato hizo el milagro de curarle el cáncer a Chávez”, riposta Jaimito. Y es que en efecto, pese a que la enfermedad presidencial copó los espacios informativos durante todo el año pasado, ella no ha sido tema en la agenda durante la campaña. No lo había sido hasta ayer, cuando a sólo tres semanas de la elección presidencial, Chávez evoca de nuevo el fantasma del cáncer elevando una plegaria a Dios por su movilidad, con lagrimeo incluido.
A tres semanas de las elecciones más de 18 millones de electores están convocados a los comicios, en una contienda clave que definirá el futuro de la próxima generación de venezolanos, y de buena parte de los latinoamericanos.
La campaña, que ha sido larga e intensa, ha mostrado un Capriles que crece lentamente y un Chávez estancado, en una aceleración de la tendencia que venía construyéndose desde la última elección presidencial: la oposición ganando terreno al tiempo que el chavismo lo perdía (aunque la primera crecía a una tasa más lenta de lo que el segundo caía). La última elección nacional fue la parlamentaria de 2010, en el que el chavismo obtuvo el 48% del voto popular y la sumatoria de las fuerzas de la Unidad Democrática un 52%. Por primera vez desde 1998 la oposición tiene reales opciones de derrotar a Chávez. Capriles, casi dos décadas más joven que el presidente, ha desarrollado una vigorosa campaña de recorrido nacional, con cuyo contraste ha envejecido repentinamente al oficialismo, dificultándole la credibilidad de su oferta de futuro. La oposición ha ganado la calle, con la visibilidad y el entusiasmo que esto implica y el oficialismo se ha mostrado, por primera vez desde 1998, claramente reactivo y a la defensiva.
Ello no quiere decir que la oposición tenga “la tarea hecha”, ni mucho menos. Son sólo indicadores para un cauto optimismo en las filas opositoras. Pese al juego de aparente normalidad electoral, ésta dista mucho de ser una campaña “normal”. Existen múltiples condiciones de profunda inequidad en el proceso electoral, que van desde una distribución muy desigual de las autoridades electorales (en proporción de 4 a 1) hasta el ventajismo oficial expresado por ingentes recursos económicos y control férreo del aparato institucional del Estado, que se orienta impúdicamente hacia sus objetivos político-electorales. Se calcula que más de un 40% de los electores son beneficiarios directos de las generosas “misiones” del Estado, que suelen pedir a cambio fidelidad partidista. Cerca de 3 millones de cabezas de familia (unos 5 millones de electores) estarían apuntados en las listas de espera de la “Misión Vivienda” en una potente base de datos. Todo lo cual perturba el clima de normalidad electoral y dificulta también las mediciones claras de la opinión pública, con anómalas variaciones amplísimas entre encuestadoras de relativo prestigio. A esto hay que añadir los flujos emigratorios que se han dado durante los 13 años del gobierno de Chavez, estimados en unos 800 mil electores, en su mayoría opositores, a los que se les ha puesto importantes trabas para poder votar desde el extranjero (efectivamente sólo podrá hacerlo cerca de un 10% del total de la diáspora).
Además existe una importante limitación del tiempo en TV dedicado a la publicidad política. La institución electoral ha limitado a tres minutos diarios, por candidato y canal, la compra de espacios publicitarios, sin embargo obliga a los canales privados a transmitir 10 minutos diarios de la denominada publicidad institucional, cuyos mensajes están claramente orquestados con la publicidad de Chavez. En la práctica implica un desbalance propagandístico de 13 a 3 a favor de Chávez.
En síntesis, en esta campaña la oposición ha ganado un control de la calle, pero el oficialismo muestra un importante control institucional.Pese a estas condiciones de gran inequidad se afirma que el acto electoral, en sí mismo, es seguro y no hay posibilidades de un fraude electrónico.
La semana recién transcurrida mostró nerviosismo en ambos comandos y la propensión al escándalo como línea final. Un diputado y cuatro minúsculos partidos que apoyaban a Capriles decidieron que ya no lo harían más, y otro pequeño partido denunció que ello respondía a una maniobra urdida desde el oficialismo quienes le habrían pagado a cada quien 200 mil dólares por el transfuguismo. Ha habido un par de altercados menores en encuentros de calle y se hizo público un video de otro diputado opositor recibiendo un aporte de campaña, en el más puro estilo de los valdi-videos peruanos. Probablemente aún tengamos más por ver de campaña negativa, sin descartar que el cáncer presidencial pueda volver a tomar algún rol protagónico.
Aguantemos la respiración…
Carmen Beatriz Fernández
La autora preside la consultora DataStrategia y es profesora de comunicación política en el IESA. Este artículo fue preparado para el Periódico Estrella Digital
Carmen Beatriz Fernández