Ya tenemos percha argumental para los próximos cinco años en temas de seguridad, donde colgar discurso político, declaraciones a los medios y justificación de presupuestos: el lobo solitario.
Una nueva forma de terrorismo que amenaza nuestro sistema de vida: indetectable; omnipresente; indefendible. Puede ser cualquier persona que nos crucemos en nuestro portal o por la calle. Puede ser cualquier inmigrante radicalizado, cualquiera de los actuales combatientes en Siria o Malí que vuelva a España con experiencia de combate; cualquier cristiano convertido al Islam.
Pero los lobos solitarios tienen compañía: analistas, expertos en terrorismo, responsables políticos de Defensa e Interior, opinadores islamófobos, todos aparentemente interesados en exagerar la amenaza y que indirectamente dan sentido a acciones que parecen responder a motivaciones más bien individuales; habría que sumar a los anteriores a los medios de comunicación, que acuden espasmódicamente a cuanto acontecimiento que rompa la rutina en cualquier lugar del planeta, y esto en la sociedad global sucede casi constantemente.
La expresión y concepto de lobo solitario –al parecer con origen en la extrema derecha norteamericana- es acertada, tiene fuerza, porque enlaza con la superpoblación de lobos de la literatura infantil, con la iconografía románica, reflejo del animal que ha sido la principal amenaza natural del hombre durante siglos. Tiene algún inconveniente, que Rómulo, Remo y Mowgli fueron los tres criados por lobos. Y también un gran problema: los lobos cazan en manada, así tienen mayores posibilidades de éxito. En la realidad el lobo es gregario, caza en grupo, por la sencilla razón de que es más eficaz que cazar solo. Por tanto, el lobo solitario siempre será menos peligroso que el lobo en grupo.
Sirva la imagen para explicar que los análisis más serios sitúan como la modalidad más peligrosa el terrorismo amparado por Estados (no confundir con terrorismo de Estado), el caso aparente de Libia o la contra nicaragüense. Habría que mencionar también los grupos terroristas surgidos en Europa a mediados del siglo XX –IRA, Facción del Ejército Rojo, Brigadas Rojas, ETA-, todos con un anclaje ideológico radical de izquierdas, que no llevó a ningún experto a buscar en las páginas de Marx su explicación o sus causas, a diferencia de lo que se hace con el terrorismo salafista y el Corán.
La guerra civil argelina, los atentados del 11 de septiembre y de marzo, pusieron en primera página el terrorismo salafista, ya en declive antes y después de la ejecución de Bin Laden.
En respuesta a lo anterior llevamos más de una década de war on terror, la guerra interminable y generalizada contra el terrorismo nacida con Bush II que llega hasta hoy, incapaz Obama de poner fin a un conflicto que ha calificado de «permanente» y que ha provocado miles de víctimas personales y de libertades como el secreto de las comunicaciones.
En casa, un asunto no menor, aparte de la costumbre de Interior de ofrecer datos de delitos por legislaturas, como si la delincuencia siguiera esos plazos, son este tipo de operaciones policiales con detenciones publicitadas. De los 495 presuntos yihadistas detenidos en España desde marzo de 2004 hasta finales de 2011, sólo han sido juzgados 152; de ellos, 65 fueron absueltos, según las Memorias de la Fiscalía General del Estado. Por tanto, 495 detenidos y 90 condenados, muchos por delitos comunes.
Resulta comprensible cierto nerviosismo frente al terrorismo, aún más teniendo en cuenta la alianza entre gobiernos y medios de comunicación para alimentar un clima de miedo irracional. Después del fiasco de la política económica, aparentemente fuera de control nacional, el Estado parece agarrarse a la seguridad como competencia propia e irrenunciable. Después de los excesos de todo tipo en la lucha contra el terrorismo tras el 11-S, exagerar hoy y en España la amenaza sería un método equivocado de legitimar la actuación y los recursos de organismos públicos en este ámbito.