El primer ministro británico, David Cameron, aprovechó su última visita a Escocia antes del referéndum para advertir de que la independencia que se decide este jueves «no es una separación de prueba, sino un divorcio doloroso» para el que «no hay marcha atrás».
En una emotiva intervención en la ciudad de Aberdeen, bastión de la explotación petrolífera, Cameron rebatió las críticas del Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés) que lo acusan de «alarmismo» y aseguró que «advertir de las consecuencias» de romper una unión que data de 1707 «no es alarmar, es advertir a un amigo». «No quiero que se les venda a los escoceses un sueño que después desaparezca», mantuvo.
En la línea de su discurso de la semana pasada, cuando apeló a «no mezclar lo temporal con lo permanente», el 'premier' subrayó que lo que se juega no es una decisión cortoplacista, por lo que no puede estar sujeta al voto protesta ante el desencanto con las políticas de Londres: «Si no os gusto, yo no voy a estar siempre, si no os gusta el Gobierno, tampoco va a durar para siempre, pero si os vais ahora, sí que será para siempre».
La separación, según Cameron, significa perder la libra que Edimburgo emplea actualmente como parte de Reino Unido, dividir un Ejército «construido durante décadas», instaurar fronteras internacionales, vetar a los escoceses el uso de la vasta red de embajadas que la diplomacia británica tiene repartida por el mundo, trasladar la mitad de las hipotecas de los ciudadanos a entidades extranjeras y una excesiva exposición del dinero del contribuyente al sector financiero en caso de colapso.
Además, el primer ministro apuntó a una de las líneas de flotación que reivindica el SNP en su apelación a romper con Londres: el gasto en sanidad y bienestar, dos áreas que los nacionalistas se han comprometido a priorizar, frente a las privatizaciones de las que acusa a la coalición británica. «Todo esto no son signos de interrogación, un quizá, estos son los hechos: la independencia representa el fin de todo lo que hemos compartido», avisó.
Reconocimiento de las aspiraciones soberanistas
Consciente de su intervención tenía el riesgo de exacerbar el rechazo que la Administración conservadora genera en un alto porcentaje del electorado escocés, Cameron intentó mantener un tono de empatía que reconocía las aspiraciones soberanistas. Por ello, aprovechó para reivindicar el «gran proyecto sin precedentes» de transferencia de competencias en materia de impuestos, gasto y partidas de bienestar, entre otras, como la prueba de que el aparato de Westminster está dispuesto a atender a las ambiciones de autogobierno de Edimburgo.
En este sentido, subrayó que la independencia no es la solución, ya que el «cambio más rápido, seguro y justo pasa por permanecer juntos«, una opción que permite tener «lo mejor de los dos mundos». Así, evidenció el giro estratégico registrado en las últimas semanas de campaña hacia una mayor valoración de las identidades particulares que integran el «país de cuatro naciones» que es Reino Unido y recalcó que la votación del jueves «no es sobre si hay una nación orgullosa y fuerte, sino dos visiones que colisionan».
Por una parte, está el proyecto de los independentistas, en el que Cameron detecta «miras reducidas» propias de «quien va solo», y por otra la apuesta por «trabajar juntos» para materializar el «cambio real». «Para hacerlo realidad no necesitamos desmembrar nuestro país», reivindicó, para pedir, «por favor, que no se rompa esta familia«. «Que nadie os tome el pelo con esa visión positiva del 'sí': hacer de amigos y familiares extranjeros no es optimista», advirtió.
Por ello, como ya había avanzado Downing Street, «con la cabeza, el corazón y el alma», el 'premier' urgió a «permanecer» en Reino Unido con una retórica que invocó tanto a la vertiente práctica «sobre lo que este país es y puede ser», como a los sentimientos de identidad más profundos: «No dejéis que nadie os diga que no se puede ser un escocés orgulloso y un británico orgulloso a la vez».
El SNP denuncia «alarmismo»
Su intervención llevó al SNP a profundizar en las acusaciones de «alarmismo» que ha venido denunciando en la campaña Better Together (Juntos Mejor), a la que el ministro principal escocés, Alex Salmond, ve en «estado de pánico». En un acto con empresarios favorables a la independencia en el aeropuerto de Edimburgo, el dirigente nacionalista volvió a criticar la «intimidación» de Londres.
Salmond, principal cerebro del plebiscito gracias a la mayoría absoluta que obtuvo para el Parlamento de Edimburgo en 2011, ha visto cómo la popularidad de Yes Scotland (Sí Escocia) se disparaba en las últimas semanas hasta dejar igualada una contienda que, en los casi dos años desde que se firmase el decreto del referéndum, parecía decantada del lado del 'no'.
El sector privado se ha convertido en uno de los colectivos más activos de las últimas semanas a la hora de posicionarse en el debate, por lo que Salmond tenía un especial interés por atraer a un importante número de negocios a su terreno, ya que las encuestas revelan que una de las preocupaciones fundamentales de los más de cuatro millones de personas llamadas a votar este jueves es la economía.
Los indecisos, en torno a medio millón, tienen la llave del futuro de Escocia, por lo que el ministro principal está obligado a demostrar que la prosperidad que ha prometido para un nuevo Estado es compartida por el músculo empresarial: «Podemos diseñar una política económica y de empleos para nuestras necesidades, para construir una economía más resistente para el futuro».
En este contexto, las encuestas mantienen vivas las posibilidades de Yes Scotland, ya que aunque tres de las cuatro más recientes, publicadas este fin de semana, colocan al 'no' por delante, el margen es tan reducido que los analistas de demoscopia reconocen que podría responder a errores técnicos. La denominada Encuesta de Encuestas, que compendia los resultados de las seis últimas, otorga un apoyo del 51 por ciento al rechazo a la separación y un 49 a los que la respaldan.