Brasil celebra este domingo la segunda vuelta de las elecciones presidenciales con Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), y Aecio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), como contendientes, y, de acuerdo con los sondeos sobre intención de voto, serán las más reñidas desde la restauración de la democracia.
Las encuestas publicadas esta semana arrojan una situación de empate técnico, en la que ambos candidatos conseguirían en torno a un 50 por ciento y, en los escenarios más optimistas, una ligera ventaja, que oscilaría entre uno y ocho puntos, a favor de la actual inquilina del Palacio de Planalto.
Estos ocho puntos, en el mejor de los casos, son el margen más estrecho por el que se ha decidido la Presidencia de Brasil desde 1985, cuando Tancredo Neves, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), restauró la democracia después de dos décadas de dictadura cívico-militar.
El mandato de Rousseff, en el poder desde el 1 de enero de 2011, ha sido más complejo que los de Lula por el efecto de la crisis internacional. A pesar de que Brasil cuenta con la tasa de paro más baja de historia -5%- la inflación está disparada y el país entró en recesión técnica en el primer semestre, aunque la economía ha vuelto a crecer levemente en los últimos meses.
Sin embargo, la sensación de cansancio de buena parte de la sociedad cristalizó con las multitudinarias protestas de junio de 2013. Millones de brasileños salieron a la calle criticando el alto coste y la mala calidad del transporte público, pero también de otros servicios responsabilidad del Estado, como la sanidad y la educación. Las quejas se hicieron extensibles a toda la clase política y la popularidad de Rousseff tocó fondo: en aquellos días tan sólo un 30% aprobaba su gestión, según una encuesta de Datafolha.
Desde entonces, tanto Rousseff como el candidato opositor Aécio Neves saben que la voluntad de cambio de la sociedad brasileña -'mudança', en portugués- está en el aire. Neves está al frente de una coalición llamada 'Muda Brasil' y desde que se hizo con el apoyo de Marina Silva se presenta como el abanderado del cambio que, en su opinión, necesita el país. Pero Rousseff y su equipo también quieren rentabilizar la palabra de moda.
Uno de sus eslóganes es 'Muda Mais' ('Cambia más'), incidiendo en la idea de que Brasil tiene que continuar en la senda de reformas que permitan reducir las desigualdades. Para las reticencias de quienes creen que una nueva victoria del PT traerá más de lo mismo el equipo de Rousseff lanzó el mensaje 'Gobierno nuevo, ideas nuevas'.
Neves ha hablado en numerosas ocasiones de la necesidad de un Estado eficiente, que recupere la confianza de los mercados y estimule la inversión. Pretende dotar de «autonomía operacional» al Banco Central, simplificar los impuestos y que el PIB vuelva a crecer entre un 4% y un 5%. Con su receta liberal, es el favorito de la clase empresarial. En uno de los últimos mítines de la campaña, el ex presidente Lula le atacó proclamando que los electores tendrán que elegir «entre el candidato de los banqueros o la candidata de los brasileños».
Uruguay: la difícil sucesión de Mújica
Por su parte, Uruguay se enfrenta este domingo a unas elecciones generales para llenar el vacío que deja el carismático José Mujica en la Presidencia y configurar un nuevo Parlamento que, de acuerdo con todos los sondeos, podría ser uno de los más fragmentados de las últimas décadas, lo que llevaría a un escenario de coaliciones. Esta vez el voto joven será clave.
Unos 2,6 de los 3,9 millones de uruguayos están llamados a las urnas para elegir al presidente y al vicepresidente del país, renovar por completo el Congreso –con 99 diputados y 30 senadores– y a los integrantes de las 19 juntas electorales, compuestas por cinco miembros cada una.
Sin duda, la decisión más importante que tomarán los uruguayos será la designación del sucesor de Mujica, que en los últimos cinco años ha gobernado el pequeño país suramericano con un estilo personalísimo que le ha convertido en uno de los líderes indiscutibles de la América Latina de las democracias.
La huella de Mujica en la Presidencia será difícil de borrar e imposible de reproducir. El ex guerrillero tupamaro ha combinado un humilde nivel de vida, que ha llamado la atención a nivel internacional, con un elevado discurso político que ha conseguido reducir la pobreza entre los uruguayos y mantener la estela del crecimiento económico haciendo del país uno de los más atractivos de la región.
Conscientes de ello, los partidos políticos uruguayos han optado por evitar los sucedáneos y han propuesto para el Palacio de Suárez y Reyes a líderes con una personalidad propia y muy distante a la de un Mujica insustituible.
El gobernante Frente Amplio (FA) postula a Tabaré Vázquez, que ya tomó las riendas del país entre 2005 y 2010 convirtiéndose en el primer presidente de izquierdas de Uruguay desde que proclamó su independencia, en 1828. Los sondeos le sitúan a la cabeza con entre un 44 y un 46 por ciento de los apoyos.
Le sigue, con una intención de voto de entre un 31 y un 33 por ciento, el candidato presidencial del Partido Nacional (PN), Luis Lacalle Pou, hijo y bisnieto de ex gobernantes, que dio la sorpresa en las elecciones primarias del 1 de junio imponiéndose a Jorge Larrañaga y que desde entonces no ha dejado de escalar posiciones erigiéndose como el «líder natural» de los 'blancos'.
Así las cosas, la verdadera pugna electoral tendrá como contendientes a Vázquez y Lacalle Pou, que, de no superar el umbral del 50 por ciento de los votos en primera vuelta, se medirían en una segunda ronda el próximo 30 de noviembre.
En cualquier caso la gran novedad de estas elecciones generales es la gran importancia que ha cobrado el voto del electorado más joven, que históricamente ha votado en bloque por el FA, como reacción a los años de dictaduras de derecha, y que ahora, de acuerdo con las encuestas, podría cambiar el sentido de su voto.
Los analistas políticos indican que este quiebre histórico del FA se debe, sobre todo, al perfil de los candidatos presidenciales. Vázquez, de 74 años de edad, es visto como un viejo conocido frente a la bocanada de aire fresco que representa Lacalle Pou, de 41. «El candidato del PN es el más joven y los jóvenes son los que tienen menos miedo a votar a un candidato joven», explica Mariana Pomiés, de Cifra.
Otro factor importante es el ansia de cambio que caracteriza a los jóvenes. Igual que en 2004 la llegada del FA al Gobierno suponía una auténtica revolución política, ahora, tras diez años de mandato 'frentista', su sustitución por el PN con Lacalle Pou a los mandos se plantea el giro necesario.
Este domingo no solo está en juego la gobernabilidad del país, sino que los uruguayos también decidirán en referéndum si rebajan la edad mínima penal de los 18 años a los 16, una propuesta personal de Bordaberry que ha conseguido colar en las elecciones generales y que, según los sondeos, tendrá un respaldo mayoritario.