Carlos Santamaría Díaz tiene apenas 9 años y, sin embargo, una alta capacidad cognitiva que le ha abierto las puertas, ni más ni menos, que de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México).
Al parecer, Carlos se quedaba dormido en sus clases del colegio y aún así sacaba buena nota en todas las asignaturas, hecho que llamó la atención a sus padres y, tras investigar sus capacidades, se dieron cuenta de que el niño universitario necesitaba más para saciar su ‘sed de conocimiento’. Así, los Santamaría Díaz se dispusieron a buscar otras escuelas que ofrecieran contenidos de interés para Carlos, sin obtener ningún resultado absolutamente satisfactorio para el niño superdotado.
Ante todas las negativas de los colegios mexicanos, la familia decidió viajar a Valencia, España, durante un año; donde no encontraron opciones alternativas, salvo la respuesta de una profesora de química, que era directora de un laboratorio de la localidad valenciana de Alboraya. Ella estuvo recibiendo a Carlos una vez a la semana y le facilitaba el estudio de temas científicos superiores, consiguiendo motivar al pequeño universitario.
Esta mujer advirtió a los padres de Carlos de las grandes capacidades de su hijo para la ciencia, por lo que la familia Santamaría Díaz regresó a México y probó suerte en la UNAM, encontrando en esta universidad el sitio idóneo para su hijo y sus grandes aspiraciones profesionales.
Así, Carlos se sienta cada día en las clases de la diplomatura de bioquímica y energía molecular en la Facultad de Química junto a un montón de compañeros que le duplican, incluso triplican la edad, pero que aseguran tener al pequeño de los Santamaría como a uno más en la clase, pues “entiende todo como cualquiera de nosotros, participa y pregunta como uno más”, asegura uno de sus compañeros. Mientras asiste cada tarde a sus clases universitarias, no ha abandonado la educación primaria, la cual sigue completando a través de un programa en la red, facilitado por la Comunidad Económica Europea.
Pese a todo ello, sus progenitores evitan describir a su hijo como un “genio” y se limitan a contar los hechos tal y como sucedieron, asegurando que, por ejemplo, Carlos aprendió a leer a los 3 años y a los 5 ya tenía interés por la ciencia, hasta el punto de asimilar conceptos del nivel de secundaria.
Por su parte, el niño universitario, aún tímido ante las numerosas entrevistas y las cámaras, asegura ser un niño más a quien le gusta también jugar con sus primos, montar en bicicleta o los videojuegos; y explica que no sabe muy bien lo que quiere ser “de grande”, solo que estará “relacionado con la ciencia”. Además, Carlos es consciente de que estudia temas que no son acordes a su edad, por lo que confiesa que, aunque algunas cosas las entiende rápido, “en otras, como las operaciones algebraicas, me tardo un poco más”; así como explica que nunca se sintió “el mejor de su clase” pero que “sabía que era bueno”.