Los argentinos acuden a las urnas este domingo para tomar una de las decisiones más trascendentales de los últimos años. Por primera vez en más de una década se enfrentan a la disyuntiva de apostar por una nueva versión del 'kirchnerismo' o por un cambio radical, lo que en cualquier caso abrirá un nuevo ciclo político lleno de interrogantes.
Más de 32 millones de argentinos concurrirán con carácter obligatorio a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que se celebra este 22 de noviembre, y se cierra así una de las campañas electorales más intensas que se recuerdan en Argentina.
La intensidad viene dada por los ajustados resultados que el candidato 'kirchnerista', Daniel Scioli, y el líder opositor, Mauricio Macri, consiguieron en la primera vuelta, celebrada el 25 de octubre, en la que obtuvieron un 37 y un 34 por ciento de los votos, respectivamente.
Estas cifras fueron un auténtico golpe de realidad para el 'kirchnerismo', que no solo pretendía ser la opción más votada, sino proclamar vencedor a Scioli automáticamente para evitar un balotaje peligroso.
De modo que, aunque de cara a la galería Scioli celebró «una nueva victoria», a nivel interno se dispararon todas las alarmas ante la posibilidad real de que el gobernante Frente para la Victoria fuera expulsado de la Casa Rosada.
El principal cambio en la estrategia para la segunda vuelta ha sido una mayor presencia mediática de Scioli. El representante 'k' incluso se prestó a protagonizar un debate electoral con Macri, tras ser el único de los seis candidatos presidenciales en no acudir en primera vuelta.
El dictamen de las urnas desbordó igualmente las expectativas de Cambiemos. El principal objetivo de Macri era, precisamente, impedir que Scioli se adjudicara la banda presidencial en primera vuelta y superar al también opositor Sergio Massa para colarse en el balotaje.
El optimismo en la oposición se cimenta también en los escasos sondeos sobre intención de voto que se han publicado en la recta final, que dan la victoria a Macri con una horquilla de entre dos y diez puntos de ventaja sobre el aspirante oficialista.
Resultados inciertos
Sin embargo, el escaso porcentaje de acierto de las empresas demoscópicas en la primera vuelta -que situaban a Scioli en la Presidencia- hace dudar de la capacidad Macri de arrebatar el poder al 'kirchnerismo'.
Las dudas se basan en la existencia de un 10 por ciento de indecisos, una cifra que prácticamente se ha mantenido invariable desde el 25 de octubre, a lo que se suma el 21 por ciento de los votantes de Massa, que han quedado huérfanos para la segunda vuelta.
Massa, un oficialista arrepentido que se presentó como el único capaz de acabar con Cristina Fernández de Kirchner porque –argumentó– conoce sus debilidades mejor que nadie, quedó descartado en la primera vuelta, pero no de la batalla política para decidir la Presidencia.
Tanto Macri como Scioli le cortejaron la misma noche electoral apelando al «diálogo» para conseguir una mejor Argentina, y es que los seguidores de Massa son el codiciado botín que podría decantar la balanza este 22 de noviembre.
El jefe del Frente Renovador se ha declarado neutral en esta contienda y ha dejado libertad a sus votantes para este domingo. No obstante, ha confesado que «desde luego» no apostará por la continuidad de un 'kirchnerismo' que abandonó asqueado.
¿Caballo de Troya?
Scioli se ha convertido en la gran esperanza del Frente para la Victoria para mantenerse en el poder, pero paradójicamente podría ser también su peor enemigo, a juzgar por su promesa de gobernar para «todos», que ha repetido hasta enmudecer.
Su trayectoria en la provincia de Buenos Aires -la principal circunscripción electoral del país suramericano, que aglutina a un tercio de la población total- es, desde luego, su mayor aval en estas presidenciales.
La clave es el perfil moderado que ha acuñado en su dilatada carrera política -que incluso llegó a desesperar al ex presidente Néstor Kirchner, que le nombró jefe de Gabinete- y que ha explotado en campaña con el lema de «cambio gradual».
Esta línea centrista es un motivo de preocupación para el oficialismo, que teme que, ya ungido con la banda presidencial, se distancie del ideario 'k', sobre todo en materia económica, ya que ha prometido tomar medidas inmediatas para atraer la inversión.
Scioli podría revelarse como un auténtico caballo de Troya y, consciente de ello, Fernández de Kirchner ha colocado como candidato a vicepresidente a Carlos Zannini, un producto tipo de la factoría 'kirchnerista'.
Esta indefinición juega también en su contra desde la perspectiva opositora. Aquellos a los que podría atraer con la expectativa de una renovación en la izquierda temen que la actual presidenta siga gobernando en la sombra.
«Primero decían que no me iban a dejar participar como candidato a presidente porque prefería a otros y ahora dicen que no me van a dejar gobernar (…) Que quede claro: si gano yo, mando yo», ha sostenido Scioli.
La sorprsea
Macri es sin duda el mejor posicionado para plantar cara al oficialismo. Lleva años preparándose para ello, incluso dejó pasar la oportunidad de 2011 -donde se habría enfrentado a Fernández de Kirchner- para llegar a 2015 bien pertrechado.
El aspirante de Cambiemos tiene también como plataforma la ciudad de Buenos Aires, de la que ha sido alcalde los últimos ocho años, a lo que se suma su experiencia en el sector privado como presidente del Boca Juniors y el emporio familiar.
Fundador de Propuesta Republicana (PRO) –el partido desde donde ha construido su figura política– es el máximo representante de la centroderecha argentina y, como tal, ha prometido enderezar la economía a toda costa.
Pero, consciente del miedo que provoca entre los argentinos la irrupción de un «capitalismo salvaje» –como ha advertido Scioli– Macri ha reiterado que sabrá mantener los logros de estos 12 años, por ejemplo, retener en manos estatales YPF y Aerolíneas Argentinas.
Experimento electoral
A la incertidumbre que rodea esta segunda vuelta se añade el hecho de que es la primera vez en la democracia argentina -restaurada en 1983- que la nación austral necesita ir dos veces a las urnas para elegir a su próximo jefe de Estado.
El balotaje es fruto del llamado Pacto de Olivos de 1994, en el que el 'peronista' Carlos Menem, desde el Gobierno, y el radical Raúl Alfonsín, líder opositor, decidieron impulsar una amplia reforma constitucional, que incluía un sistema electoral a dos vueltas.
La legislación argentina vigente desde entonces señala que para proclamarse vencedor en primera vuelta hay que conseguir el 45 por ciento de los votos o el 40 por ciento con una distancia de al menos diez puntos respecto al rival directo.
El fin de una era
Gane quien gane es seguro que marcará el inicio de un nuevo ciclo político porque los candidatos han prometido romper con el intervencionismo estatal en la economía y prestar la atención que merecen a la inseguridad ciudadana y el crimen organizado.
La prohibición constitucional de enlazar más de dos mandatos consecutivos ha impedido a Fernández de Kirchner seguir con un legado familiar que arrancó en 2003 con el ascenso al poder de su marido, por lo que se despedirá de la Presidencia el 10 de diciembre.
La posibilidad de que vuelva al poder tras un periodo de barbecho también parece descartada. «No creo que vuelva a ser presidenta. Cristina dio todo lo que podía dar y más», ha dicho la líder de la bancada 'kirchnerista' en la Cámara de Diputados, Juliana di Tullio.
Así, parece claro que, independientemente de lo que pase este domingo, para los Kirchner acaba una era política que ha desatado pasiones y que ahora sume a Argentina en la incertidumbre, a la espera del surgimiento de nuevos liderazgos.