Hace un año, todo el mundo estaba muy excitado: sesudos analistas y premios Nobel profetizaron la salida de Grecia del Euro, incluso el fin de la moneda única. La troika fenecería en los rescoldos de hogueras populares, donde los “criminales” (Varoufakis dijo) del FMI tendrían puestos de honor. La izquierda radical europea corrió a las agencias de viaje a contratar vuelos que les llevaran directamente a la Plaza Sintagma a hacerse un selfi.
Exactamente, un año después, la ciudadanía griega ha votado tres veces, Grecia está donde estaba, el castigo económico a su osadía ha sido brutal, Tsipras sigue gobernando, pero nadie quiere ya hacerse una foto con él. El discreto Tsakalotos ha sustituido a Varoufakis que, eso si, de la mano de Melenchon y Colau sigue predicando el fin de la moneda única en Europa y cobrando por intentarlo.
Durante la mayor parte de este año, las energías del gobierno Tsipras se dirigieron a negociar con los socios europeos para suprimir o reducir las políticas de austeridad y las obligaciones asumidas por anteriores gobiernos, singularmente el pago de la deuda. Transcurrido un año, queda poco de aquellas fantasías radicales, debido, probablemente, al fracaso del modelo negociador.
Tsipras y su gobierno cometieron casi todos los errores negociadores posibles. El criterio de quien no está conmigo está con Merkel o Schäuble y yo puedo mandarlos a casa, ignoro cualquier escenario ganador para todas las partes. Solo una podía sobrevivir en el campo, sugirieron los negociadores griegos y la troika les tomó la palabra.
La negociación se convirtió en una terrible y desigual lucha de poder; observadores de todo el mundo fueron testigos de cómo Tsipras quiso convertir el conflicto en una batalla por cambiar Europa, pensado que tenía un as bajo la manga: el referéndum. No era solo un exceso de confianza; era la convicción de que Europa no soportaría el “Grexit”, la salida de su país del Euro.
El Primer Ministro griego comenzó a cortejar a otros financiadores posibles, como Rusia, y Europa comenzó a prepararse para la contingencia del “Grexit”, incluso endureciendo su posición en la negociación, dibujando un terrible y último memorandum.
Tsipras y Varoufakis siguieron tratando de hacer que la amenaza del “Grexit” fuera creíble. En aquellos momentos, no parecía importar si la economía se desaceleraba de nuevo, si los bancos cerraban o aumentaba el desempleo.
Lamentablemente para Grecia, la Unión se había preparado y Dragui controlaba ya las cuentas. En el juego de trileros en el que se convirtió la cuestión griega, el Banco Central Europeo dejó de inyectar liquidez a los bancos griegos y Tsipras debió recurrir al corralito, anunciando el 28 de Junio el control de capitales.
El referéndum
En Julio, Grecia celebró su referéndum y la ciudadanía volvió a darle a Tsipras un nuevo mandato radical, rechazando el último memorandum. Yanis Varoufakis había calculado el coste de la salida del euro en un billón de euros: inasumible para los europeos, un arma que les haría capitular. Error; la estrategia de ruptura de Varoufakis se reveló como un mal supuesto de negociación y debilitó la posición griega hasta la extenuación.
Finalmente, Tsipras aceptó que se dirigía a una verdadera catástrofe y se desembarazó de esa izquierda estética que nunca quiere gobernar, retirando de su cargo a Varoufakis y aceptando las demandas de la UE. Unas demandas crueles, superiores a las anteriores al referéndum, debido a que los siete meses de negociación habían supuesto para Grecia un increíble peaje.
Tsipras convocó en Septiembre de nuevo elecciones con un objeto: encargarse de gobernar el tercer rescate. Ganó las elecciones de forma contundente, frente a los gritos de traición que lanzaban los izquierdistas del selfi. No es la primera vez que los pueblos eligen a la izquierda para gobernar el sacrificio: aspiran al reparto de cargas.
Hoy, en Europa sobran los motivos de preocupación: China y la desaceleración de los emergentes, los refugiados, la baja inflación, la escasa efectividad de las medidas del BCE, las tensiones geopolíticas, la deuda, el desempleo y la crónica falta de demanda. Pero Grecia ya no es un problema. Incluso el FMI ha sido aceptado de nuevo por los griegos en la gestión del rescate y de sus gabinetes salen, de vez en cuando, voces de reestructuración de la deuda. Cosa que probablemente ocurra, sin mucho ruido, cuando los griegos hayan cumplido todos los mandatos.
Hoy tienen menos protecciones, menos pensiones y pagan más impuestos que hace un año. Pero siguen en Europa y eso les da esperanza. Hoy las noticias de Grecia no tienen que ver con las finanzas sino con los refugiados que llegan a sus islas.
La ciudadanía griega ha vivido un año en que la negociación prolongada dio lugar a la incertidumbre, la recesión económica y el colapso total de sus bancos, en momentos en que Grecia estaba saliendo de un doloroso camino hacia la recuperación económica. En esencia, el dinero que quedaba se evaporó en el aire. Ese vapor sirvió, eso si, para alimentar el ego del hombre que pensaba que podía sacar a su país de la moneda única.