Los viejos revolucionarios cubanos recuerdan que cuando Fidel Castro proclamó el triunfo de la Revolución cubana y la derrota de Fulgencio Batista, se posó sobre su hombro una paloma blanca. Cincuenta y siete años después ha llegado a Cuba el primer presidente norteamericano, aún bajo el mismo régimen castrista que nació entonces, y cuya insignia es el águila imperial, que ha aterrizado sobre la isla como símbolo de superación definitiva del aislamiento, del bloqueo, y, todo parece indicarlo, de uno de los últimos regímenes comunistas del mundo. “El cambio va a llegar y creo que Raúl Castro lo entiende”, aseguró Barack Obama horas después de descender las escalinatas del apabullante Air Force One en el aeropuerto José Martí de La Habana.
Acompañado por su familia y por una imponente comitiva de aproximadamente 800 personas, Obama ha recorrido La Habana, donde ha dejado las muestras del ‘showtime’ que apareja la figura del presidente norteamericano. Obama ha caído como lo haría una figura del pop-rock, tratando de aparentar normalidad entre selfies en la plaza de la Revolución para plasmar la efigie del Ché, apretones de manos y paseos por el centro de la capital cubana que el domingo culminaron con una cena íntima junto a su esposa, hijas y suegra en el típico paladar San Cristóbal. Una visita histórica que, a pesar de la naturalidad que pretende mostrar el presidente estadounidense, se produce ante vítores, aplausos y la mirada atónita de muchos cubanos.
El águila imperial ha tomado tierra en el país comunista, en una isla estancada en el tiempo donde el reloj parece haberse detenido a finales de los años cincuenta. La imagen todopoderosa y refulgente de la colosal delegación que escolta a Obama contrasta con la estampa casi vintage de la capital cubana. Miembros trajeados de su gabinete, numerosos empresarios y hasta un equipo de béisbol profesional callejean por La Habana, donde en algunos rincones todavía huele a recién pintado. Detalles de última hora para tapar las huellas del deterioro de las últimas décadas de revolución decaída.
‘La Bestia’ también recorre La Habana
Tampoco ha faltado en este viaje histórico que pone fin a los últimos coletazos de la Guerra Fría la presencia de ‘La Bestia’. De color negro reluciente, indestructible, la limusina de Obama también ha recorrido las calles de La Habana junto al resto de vehículos oficiales de la delegación. De valor incalculable, el Cadillac One de aproximadamente siete toneladas de peso que, dicen, podría resistir el ataque de un misil y hasta un ataque nuclear, chirría frente a los viejos coches cubanos de los años cincuenta revividos con el ingenio, los remiendos y la habilidad que se desarrolla en la escasez y cuyo precio ronda los 12.000 dólares.
El choque de estilos ha sido más llamativo aún en la rueda de prensa conjunta entre Raúl castro y Barack Obama. Castro se ha ceñido a su discurso tradicional y doctrinario, pero no ha podido evitar la pregunta de una periodista norteamericana fuera de guión. Obama, sonriente y dominando la escena, ha alentado a “Andrea” a preguntar a Castro, que no se aclaraba entre los cascos de la traducción simultánea y lo que le decían en inglés, con la chaqueta nueva que se ahuecaba por el cuello, ya que era una talla de más. Al final ha dicho que, como era una pregunta más de las dos pactadas (una la ha hecho un funcionario de la televisión oficial cubana), solo respondería a media cuestión. Andrea ha preguntado por su opinión sobre los derechos humanos, y Raúl Castro ha respondido con los derechos a la alimentación y a la salud “de los niños”. Casi un “no me grites que no te veo”.
El contraste entre la figura dinámica de Obama y la del septuagenario Raúl Castro no podía evidenciar mejor la arrolladora presencia de los norteamericanos en la Vieja Habana. Mientras los políticos hablaban en el palacio de la Revolución, cientos de empresarios norteamericanos de la comitiva presidencial tomaban posición en la isla y comenzaban a hacer negocios a frenética velocidad. Casi tan rápido como vuela el Air Force One.