martes, noviembre 26, 2024
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Trump jura en el Capitolio: se consumó la gamberrada

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Donald Trump consumó la gran gamberrada que supone colocar en el puesto político más importante del mundo a quien aborrece de la política y casi se la toma como una broma, o quizás un capricho más de todopoderoso millonario. La demostración de su política de gamberrismo no fue sus trazas a la hora de tomar posesión solemne en el Capitolio, sino en su discurso de 20 minutos, propio de la barra de un ‘saloon’ de la América profunda.

Tras asegurar que va a “transferir el poder desde Washington DC a los americanos” y proclamar que los políticos se han servido de los norteamericanos, declaró su peculiar “new deal”, basado es la desconfianza hacia el resto del mundo, el egoismo, el proteccionismo severo y la culpabilización de todos los males al enemigo externo. “Desde ahora, sólo Estados Unidos, lo primero, sólo Estados Unidos, lo primero”, declamó para reforzar esta fase de su breve discurso.

Mensajes simples, profundamente demagógicos y de rápido consumo para el americano medio, que hacen prever un complicado mandato para la política mundial. La declaración de principios del nuevo presidente de Estados Unidos fue clara: fin de la ayuda internacional, de cualquier tipo de colaboración con otros países, y fuerte inversión en infraestructuras en el país. Realmente lo dijo de manera menos elaborada, “haremos carreteras, trenes, túneles, puentes, en América”. El empleo, “para los americanos”. El dinero, “para los americanos”.

“Nuestros soldados defenderán nuestras fronteras, no otras”. “Hemos gastado fortunas en otros países”. Por si fuera poco claro con este tipo de discurso, ha dicho explícitamente que quería que le escucharan “en todos los países, en las capitales, en todos los centros de poder del mundo”.

Los culpables de todos los males para Trump, además de consecuentemente los gobiernos extranjeros, son los políticos. “Se acabó la palabrería”, dijo quien es el rey de los tuits. “Hemos vivido cómo se celebraban los triunfos de los políticos, no los vuestros. Lo celebraban en la capital y fuera de Washington había muy poco que celebrar”.

Solemne ceremonia

La toma solemne de posesión de los presidentes norteamericanos es uno de los momentos cumbres de la pompa y boato de Estados Unidos. El Capitolio luce esplendoroso en estas ocasiones, con una enorme cantidad de militares irreprochablemente vestidos de gala sin un asomo de barrigas descuidadas. La ceremonia se lleva celebrando desde 1789 invariablemente en la misma fecha, cada cuatro años, haya guerra o paz, truene o nieve. Así con 45 presidentes, hasta el mismísimo Donald Trump, de manera inmutable, como demostración de la inmensa solidez de la democracia estadounidense. El hecho de que la toma de posesión se haga en enero realza además las virtudes escénicas de una ceremonia estudiada al detalle. El himno, brillante cierre a lo que pasa en el lado oeste del Capitolio, fue interpretado por Jackie Evancho, una belleza de solo 16 años y voz enormemente pura. Rubia y de ojos azules, como la mayoría del público que acudió a presenciar la toma de posesión.

El Mall de Washington DC no lució abarrotado como en la toma de posesión precedente, la de Barack Obama. También es cierto que el cielo gris, el frío y las gotas de lluvia no invitan por lo general a un espectáculo al aire libre. Pero el discurso de Trump no encendió los ánimos de los espectadores, quizás porque Washington no sea el lugar más adecuado para criticar a Washington. Trump arremetió contra la clase política, precisamente delante de toda la clase política norteamericana, entre ellos los expresidentes Bush hijo y Clinton.

Porque entre quienes recibieron los dardos poco sutiles de Trump estaban los miembros de su propio partido, en el que no es demasiado aprecidado. “No volverá a suceder que un partido controlará a un gobierno. Lo importante es que el pueblo controle al Gobierno”, exclamó. Lo que está por desarrollar es cómo el pueblo ejerce ese control, si no es por medio de sus propios representantes.

No parece la ciencia política la mayor virtud de Donald Trump. El discurso, que fue elaborado por él mismo junto a su redactor de discursos principal, adoleció de una incongruencia política que delata lo precipitado y poco elaborado de su programa.

Tras asegurar que se acabó el perder soldados norteamericanos fuera de sus fronteras, o ayudar militarmente a nadie en este mundo, tuvo que referir se a la amenaza del terrorismo yihadista. En ese momento proclamó que lo derrotaría sin paliativos, “con la ayuda de los demás países del mundo”.

El contraste entre Obama y Trump es abismal. El ya expresidente –el 44 presidente de la historia norteamericana– permaneció respetuoso y atento a todo lo que iba haciendo Trump en el estrado del capitolio. Incluso le gritó un “buen trabajo” tras el discurso, cuando el nuevo comandante en jefe se giró para recibir felicitaciones y saludar. En un ceremonial impensable en Europa, las cuatro parejas de presidentes y vicepresidentes –los Obama, los Trump, los Biden y los Pence– se fueron casi del brazo a la parte posterior del Capitolio, donde se despidieron arropados por una guardia de honor de los cuatro ejércitos –Tierra, Marina, Fuerza Aérea y Marines– en la escalinata. Bueno, Melania Trump lo hizo vacilante sobre unos vertiginosos zapatos azul celeste, del brazo de un fornido marine que hizo de ayuda de campo. La esposa de Biden hizo lo mismo, seguramente preocupada por su equilibrio sobre semejantes tacones.

Todos se despidieron en ella escalinata, donde esperaba el helicóptero Marine One, un veterano aunque impecable VH-3D Sea King de los marines, en el que embarcaron los Obama. Tras unos minutos de preparaticos técnicos, el reluciente aparato se levantó verticalmente y se fue por los cielos nublados de Washington DC. Pie en tierra, mandando en el terreno, quedó Trump, que se giró para entrar en el edificio y seguir siendo agasajado como el 45º presidente de los Estados Unidos de América.

Joaquín Vidal

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