martes, septiembre 24, 2024
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El riesgo global del turismo de masas

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Si Ustedes creen que el único vínculo entre Barcelona y Bangkok es Manuel Vázquez Montalbán, igual se equivocan. También le parecerán distintos Mallorca y Nueva Orleans; San Sebastián y Santorini. Tanto como Venecia y Dubrovnik. Si; distintas, pero con una actitud común: la tentación de rechazar el turismo.

Se celebra el Día Mundial del Turismo 2017, con el lema de “El turismo sostenible como instrumento de desarrollo”. La sostenibilidad se ha convertido en la cuestión central de una industria que ya supone uno de cada once puestos de trabajo en todo el mundo.

Las reacciones en muchas partes de Europa contra las llamadas  “depredaciones” del turismo de masas, denunciando la presión del número de turistas en sus calles y lugares más visitados, parecen indicar que el equilibrio entre los visitados y los visitantes han ido más allá de un punto de inflexión.

“Turista vete a casa” o “el turismo mata mi barrio” son expresiones que recorren el mapa desde Barcelona a Santorini. Situaciones que le propio viajero o viajera sufre, cuando es tan imposible ver una puesta de sol en Mikonos como disfrutar de la Gioconda en el Louvre.

Turismo, oferta y demanda

En todo el mundo hacen más de mil millones de viajes al extranjero por año, el doble que hace 20 años. España alcanzará, seguramente, los ochenta millones de turistas este año.

El año pasado, España recibió 75,3 millones de turistas, que dejaron 77 mil millones de euros. Un crecimiento en los últimos cinco años del 31% del turismo, genera un aumento del 8,7% de los ingresos, lo que indica el acceso de los sectores más populares, fundamentalmente europeos, al turismo.

Las cifras determinan problemas tanto en la oferta como en la demanda. Callejear por el gótico barcelonés es tan imposible como caminar por el centro de Dubrovnik o subir a Santorini desde la playa.

El número de personas que visitan esos lugares es cada vez mayor, alimentado por una mayor prosperidad global, viajes aéreos más baratos y aumento de la oferta global de hoteles en todo el mundo. Lo que se une, en el caso del Mediterráneo europeo, a la pérdida de seguridad en los entornos más competitivos.

El turismo es ahora el mayor empleador del planeta. una de cada 11 personas depende de la industria para trabajar. no es de sorprender que pocos gobiernos quieran presionar a esa fuente de riqueza.

Los consumidores de la industria de viajes, están dispuestos a someterse a las incomodidades, ya se trate de controles de seguridad incómodos pero necesarios o de salas aéreas superpoblados, regulaciones de vuelos sin servicios, etc.

¿Es posible la sostenibilidad?

¿Se puede hacer algo para que el visitante y el visitado encuentren un equilibrio más sostenible?

Es tentador recurrir al pesimismo y sospechar que no se puede, que las cuestiones son inmanejables. Es, también, más sencillo y más acorde con la nueva política de la ira populista y los idílicos sueños de barrios medievales y aisladas economías de trueque que se defienden por los más radicales.

Escenarios que, además de ignorar que los barrios de los que hablan ya no existen hace décadas, favorecen, por cierto, al turismo más elitista y caro y desplaza del derecho al viaje a los sectores más populares, muchas veces en nombre del anticapitalismo, como hacen en el levante español la gente de Arrán, formación anticapitalista.

De todos modos, el efecto ambiental es terrible, ciertamente. La huella de carbono de la industria del turismo es problemática. Pero la gente quiere viajar barato y los aviones están disponibles.

La regulación es necesaria. Las  administraciones, en el caso de Europa de forma coordinada, pueden regular las líneas aéreas y los buques, prevenir el desarrollo inapropiado de los hoteles y utilizar los impuestos para dar forma a la demanda de los visitantes y beneficiar a la población local.

Estas regulaciones, no obstante, requieren una relación pacificada entre los distintos agentes. La movilidad y la vivienda son factores no poco importantes y se basan, muchas veces, en economía irregular, que protagonizan los sectores más populares de las ciudades.

Encontrar formas efectivas de mitigar al menos los peores problemas es un reto. Especialmente, si se desea mantener el carácter democrático del acceso al turismo: la mayoría de las restricciones afectan más duramente a los menos acomodados y son más fácilmente burladas por los ricos.

Al final, sin embargo, tenemos todos y todas que asumir una mayor responsabilidad individual. También debemos aprender que en el espacio donde vivimos podemos aprender, viajar y visitar tanto como en los rincones más lejanos y exóticos del globo.

Miguel de la Balsa

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