El presidente Martín Vizcarra ha liderado, sin querer, una rápida reacción ante la crisis generada por el coronavirus en el país y su respuesta generó una reacción de comentarios positivos en los vecinos.
Desde que se conoció el primer caso de COVID-19 en Perú, el Gobierno tomó acciones rápidas para frenar el avance en un país cuyo sistema de salud es sumamente precario y cuya salubridad está constantemente a prueba.
La orden fue clara, se dispuso el cierre de golegios, universidades, de fronteras, del espacio aéreo, del tránsito interno, un estado de emergencia y un toque de queda. Así, sin más.
Hoy, la aprobación del mandatario es del 87 %, pero la guerra contra el enemigo silencioso continúa y lo más difícil todavía no ha llegado.
El mandatario se intenta capiar el temporal tras meses complicados de gobierno que han incluído un cierre de Congreso y remar contra una oposición que previamente intentaba ahogarlo.
Por ahora, las medidas tomadas por él y su gobierno funcionan y su manera de comunicarla ha logrado tener buena receptividad con la mayoría de peruanos.
Sus medidas requieren, como lo ha pedido, de control y fiscalización de la Contraloría y obviamente, esfuerzo del ministerio de Economía para poder estabilizar este mal momento que se puede prolongar por varios meses.
Cada día de confinamiento equivale a casi 400 millones de dólares que se dejan de producir. La recesión económica podría llegar al 6 % a causa de la pandemia y se pueden romper cadenas de pagos de miles de empresas grandes y pequeñas. Es decir, la quiebra.
Más de 12 millones de personas trabajan de manera informal en el país e inyectar dinero público es vital para sanear poco a poco la economía, siempre esperando a que no haya un rebrote de epidemia una vez levantadas las medidas restrictivas. La tarea es ardua y depende de todos.
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