La fotógrafa colombiana Astrid Carolina Herrera se encuentra desde hace más de un mes al interior de un crucero estadounidense, debido a la pandemia de la COVID-19. El barco funcionó normalmente hasta marzo, sin embargo, todo cambió cuando dos de los empleados dieron positivo en el test del coronavirus.
Herrera salió de Bogotá el 23 de noviembre, con rumbo hacia Houston. Estaría ahí una noche y luego embarcaría el crucero Liberty of The Seas en Texas, uno que realizaría una ruta habitual por el caribe. Ella trabajaría como fotógrafa, dentro de un barco en el que las jornadas laborales son largas y el acceso a Internet bastante caro.
La información que conecta a los tripulantes de este crucero con el mundo de fuera es escasa, por lo que, en un principio, no dimensionaron la magnitud de la crisis. Sin embargo, cuando a mediados de febreros se empezó a tener conocimiento de personas contagiadas en cruceros en Europa, Astrid y los demás trabajadores empezaron a preocuparse.
“Mis amigos y familia estaban inquietos y ya preguntaban cómo se estaba manejando la situación en el barco. Lo único que podía responderles es que, como siempre, había medidas de sanidad, pero pues estábamos. Si alguien infectado llegaba al barco no había de otra, pensaba. Si nos toca, nos toca. En ese momento creo que nadie sabía bien de qué trataba el virus”, relató al diario El Espectador.
Astrid ni si quiera conocía los síntomas del coronavirus, tanto así que tuvo que preguntarle a su madre en una llamada telefónica de qué iba la crisis ocasionada por la pandemia.
“Para la primera semana de marzo, cuando iba a comer en el restaurante, en el televisor del lugar las noticias ya solo hablaban del virus. Supimos que ahora era una pandemia y la declaración de estados de emergencia en diferentes países. Ahí creo que entendimos que se trataba de algo grande”, relata.
Fue recién el 15 de marzo que la compañía de cruceros decidió cesar sus actividades, por lo que empezaron a pasar los días casi a la deriva, “en medio del mar”. “Se tenía en mente que sería solo por un mes, pero todos los días las noticias iban cambiando”, cuenta.
UNA SEMANA DE LUJOS
Astrid revela en su testimonio que, la primera semana en la que solo ocuparon el barco los tripulantes fue “fenomenal”, pues pudieron tener acceso a todas las inmediaciones de lujo del crucero.
“Pudimos disfrutar de privilegios que nunca hubiéramos imaginado, usar las piscinas, los restaurantes, de zonas de pasajeros en las que solo se nos permitía transitar, más no utilizar”, refiere y agrega que, a medida que fueron pasando los días, las medidas que se adoptaron se incrementaron y se les prohibió a los tripulantes el contacto físico.
Luego, llegó el momento que todos temían: dos tripulantes dieron positivo en el test de COVID-19. “Todo se puso un poco caótico”, dice la fotógrafa, y revela que incluso habían personas que iban a abandonar el crucero para regresar a sus países cuyos vuelos fueron cancelados. “Ya llevamos 22 días de aislamiento y no sabemos hasta cuando se vaya a seguir alargando”, afirma.
El barco se encuentra actualmente dividido en dos grupos personas: aquellos que continuaban trabajando y los que estaban aislados en las habitaciones, como es el caso de Astrid, quien asegura que la soledad “juega un papel importante” en la realidad que vive el mundo por la pandemia del COVID-19 y los propios tripulantes del barco en el que se encuentra.
“ Estoy en ese punto donde ya no recuerdo la última vez que toqué a alguien. Creo que el último contacto físico que tuve fue el 4 de abril. Y bueno, como todo el mundo, intento mantenerme ocupada y positiva. Trato de no perder la cabeza porque nada de esto está en mis manos. En este momento y aunque a veces me desespere la incertidumbre, solo puedo esperar el momento de volver a casa”.
Estrella Digital