En una entrevista con EFE, Schlögel, que pronuncia este lunes la conferencia «El siglo soviético, un mundo perdido» en el Palau Macaya de la Fundación la Caixa, ha dicho que «Putin no es el gran hombre de estado capaz de abrir el camino hacia una Rusia moderna, sino que ha creado una seudoestabilidad que a largo plazo no salvará a Rusia del desastre, ni siquiera de una disolución todavía mayor» que la sufrida cuando cayó la URSS.
Aunque mucha gente en Occidente cree que Putin es garantía de estabilidad, Schlögel apunta que el líder ruso está haciendo todo lo posible para desestabilizar el país «por la manera que tiene de oprimir a todas las fuerzas interesadas en modernizarlo».
Los últimos diez años, recuerda el autor, entre dos y tres millones de personas, en su mayoría jóvenes formados de clase media, han abandonado el país y no sólo de la oposición política, y se han instalado en Alemania, Francia, Inglaterra, España, «y esperan una nueva situación para volver e implicarse en la reestructuración y modernización de su país».
La «gota que colmó el vaso» para escribir «El siglo soviético» (Galaxia Gutenberg) fue la anexión de Crimea: «La versión oficial que ofrece Putin de las relaciones entre Rusia y Crimea ignora que Ucrania tiene una historia antigua y su propio proceso de desarrollo del estado, y las interpretaciones rusas niegan la independencia del estado ucraniano».
Declarado enamorado de Rusia desde que la visitó por primera vez en 1955, Schlögel ha sido testigo de la inauguración de las megaconstrucciones del comunismo, la apertura de las fosas comunes del terror estalinista y ha podido explorar la vastedad del país ferroviario y las estrecheces de la vivienda comunitaria.
A su juicio, «la URSS fue la continuación del Imperio ruso, a pesar de que los dirigentes de la rusia soviética siempre recalcaron la diferencia entre el imperio zarista y la nueva confederación de distintas repúblicas socialistas soviéticas étnicas; y la disolución de la Unión Soviética tiene que ver también con la disolución de una gran parte del imperio ruso prerrevolucionario».
Schlögel cree que el imperio ruso fue el resultado de «un proceso de 500 años de creación de un imperio continental a diferencia del británico, el francés o el holandés, que tienen un carácter de ultramar, y se construyó empezando con la inclusión de grupos étnicos no rusos alrededor del río Volga bajo el zar Iván el Terrible».
Por esta razón, argumenta el autor, la disolución de la URSS también puede ser descrita como «un proceso de descolonización», y «el gran problema para Rusia es dejar atrás esa autoidentidad como nación imperial para convertirse en un estado nación moderno».
Desde su punto de vista, Vladimir Putin no ha afrontado «el proceso traumático del fin de ese imperio, sino que lo ha instrumentalizado, lo ha utilizado para sus propios intereses políticos».
Y añade: «En lugar de concentrarse en modernizar Rusia y superar todas las carencias y fallos del sistema socialista soviético, responsabiliza de todo lo que no funciona en la Rusia actual al mundo exterior, sea Europa, Occidente o Ucrania».
Putin ha sabido, subraya Schlögel, formar una coalición de personas que ha ganado una enorme fortuna con las antiguas propiedades estatales soviéticas, un dinero que se ha exportado de manera masiva en los años 90 y a partir de 2000, y esa nueva «cleptocracia» se ha formado a partir del funcionariado público, del que proviene el propio Putin, y aquellas personas que hicieron enormes fortunas en las décadas anteriores y que son leales a Putin.
«Putin ha garantizado la consolidación de esos oligarcas, porque tienen dinero, instrumentos propagandísticos y un control total y absoluto de los medios y la ayuda involuntaria de Occidente, pues cuando se produjo esa exportación masiva de capitales se invirtió en los puertos más seguros del mundo occidental, especialmente en Londres (rebautizado como ‘Londongrad’), Miami, Nueva York, California, Berlín y en diferentes lugares de España, como Marbella».
Ese sistema de poder en torno a Putin se ha beneficiado además de recursos naturales como el petróleo y el gas; sin embargo, advierte Schlögel, «actualmente, la gente que ha visto aumentar su bienestar y nivel de vida en los últimos diez años se está preguntando por qué se debería financiar a Crimea o invertir miles de millones en la guerra con Ucrania, o en la frontera de Siria».
El historiador alemán piensa que «no se debe confundir Moscú, una gran conurbación de 20 millones de habitantes, con la Rusia no urbana, que es la mayoría y que no se ha modernizado».
En cuanto a la relación de Rusia con Europa, Schlögel sostiene que «Rusia está utilizando los antagonismos y conflictos naturales que existe en la formación de la Unión Europea, a pesar de que no existe ningún movimiento en Europa que sienta entusiasmo por Rusia, ni vean a Putin como un salvador», pero el líder ruso ha sabido aprovecharse de esas debilidades con «una combinación de técnicas de Hollywood con las técnicas de la iglesia ortodoxa, a las que Occidente hace frente con técnicas del pasado». EFE.
Jose Oliva