viernes, noviembre 22, 2024
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La COP26 cierra la primera semana de trabajos entre la esperanza y el recelo

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Aunque los analistas no esperan grandes avances en esta cumbre, el cambio de formato con el que la han encarado la copresidencia británica e italiana -volviendo al modelo de la COP21 que fructificó en el Acuerdo de París, con los jefes de Estado y Gobierno presentes en la primera semana y los debates ministeriales, más técnicos, en la segunda- hacen concebir esperanzas de que finalice con algo más que el consabido ramillete de promesas y compromisos que a la hora de la verdad suelen quedar a medio camino.

El pasado miércoles y con sólo tres días de la cumbre cumplidos, un optimista Alok Sharma, exministro británico y presidente formal de la COP26, se atrevía a expresar públicamente que «estamos haciendo progresos en un amplio abanico de campos y los primeros borradores de textos están comenzando a emerger».

Respecto al papel de España, tras el paso del presidente del Gobierno Pedro Sánchez el primer día de la cumbre -cuando anunció que aumentaría la aportación española a la financiación internacional contra el cambio climático hasta alcanzar los 1.350 millones de euros anuales en 2025- su vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica Teresa Ribera pidió ubicar «el bienestar de todos los ciudadanos en el centro de la discusión» climática con medidas «sociales, justas y solidarias».

Desde este fin de semana, varios representantes políticos españoles participan además en Glasgow en diversos foros y negociaciones, incluyendo a la propia Teresa Ribera y, al menos, tres presidentes autonómicos: Juanma Moreno de Andalucía, Pere Aragonés de Cataluña y María Chivite de Navarra.

Esta primera semana dejaba acuerdos interesantes, aunque limitados por la ausencia de firmas importantes al pie de los pliegos y cuestionables a la hora de su aplicación ya que demasiado a menudo estos textos funcionan más como declaración de intenciones que como hojas de ruta vinculantes.

Por ejemplo, el anunciado por la UE y EEUU, liderando una alianza para reducir un 30% las emisiones de metano -un gas de efecto invernadero al que se achaca la responsabilidad del 25 % del calentamiento de la atmósfera- en 2030, que cuenta con más de cien países…, menos China, India, Australia e India, que están considerados como principales emisores de metano desde sus minas de carbón.

Otro acuerdo de importancia para la protección de la biodiversidad implica destinar unos 16.600 millones de euros, provenientes de fondos públicos y privados, para luchar contra la deforestación de aquí a 2030: una gran noticia, aunque nada nuevo bajo el Sol ya que en la Declaración sobre Bosques de Nueva York otro grupo de países se comprometió a lo mismo en 2014 y la situación actual no parece mejor que entonces.

Un tercer ejemplo es el de una veintena de países e instituciones financieras comprometidos a dejar de financiar combustibles fósiles en el extranjero a finales de 2022, pero este documento no afecta a los proyectos ya en marcha ni dice nada acerca de lo que sucederá dentro de sus fronteras nacionales y, por lo demás, tampoco aparecen las rúbricas de China o Japón, que son dos de los principales Estados que llevan a cabo esta práctica.

Así las cosas, las críticas contra la COP26 se han multiplicado a medida que transcurrían los días, y no sólo por el caos organizativo que han denunciado desde el primer momento numerosas organizaciones civiles e incluso el propio relator especial de la ONU sobre derechos humanos y medioambiente, David R. Boyd, quien tachaba de «vergonzoso» que se hubiera llegado a «cerrar las puertas a quienes han viajado por todo el planeta para que se les escuche».

Otros han preferido no viajar y esto ha sido también motivo para el reproche pues, aunque sus países están presentes con sus propias delegaciones, la ausencia de líderes internacionales tan poderosos como el chino Xi Jinping, el ruso Vladímir Putin o el papa Francisco han restado fuerza a la considerada como más importante cita ambiental del año.

No ha ayudado tampoco la actitud de demasiados políticos y financieros presentes, que han mostrado una imagen un tanto derrochona y despreocupada en una cumbre que entre otras cosas quiere utilizarse para pedir a los ciudadanos corrientes que se aprieten el cinturón por el planeta.

Es difícil olvidar la imagen de los 85 coches que integraban el séquito del presidente norteamericano Joe Biden o los 400 aviones privados que han trasladado a delegados que no parecen querer compartir las incomodidades de los vuelos regulares, empezando por el anfitrión, el primer ministro británico Boris Johnson, que a media semana se fue a cenar y divertirse a un club exclusivo de Londres con unos antiguos compañeros del diario ‘Daily Telegraph’.

Por todo ello no puede extrañar la actitud escéptica e incluso de censura por parte de diversas organizaciones vinculadas con el medioambiente, incluyendo a la siempre combativa Greta Thunberg, principal figura de los movimientos juveniles de protesta por el cambio climático.

La activista sueca provocó uno de los momentos más incómodos para los delegados al ser grabada el pasado miércoles cantando junto a otros activistas: «ustedes pueden meterse su crisis climática por el culo» y luego calificar la COP26 como una de las «menos inclusivas» en la historia de estas cumbres.

Pero estas no han sido las únicas protestas. Decenas de miles de personas, con líderes indígenas a la cabeza, tomaron las calles de Glasgow este sábado para reclamar justicia climática y social, en una marcha en la que las organizadores convocantes cedieroer el protagonismo a los «pueblos originarios», como símbolo global del activismo climático,.

La pausa dominical servirá a los delegados para reflexionar sobre lo ocurrido estos días y animarles a que, al final, la esperanza gane al recelo aunque sea a última hora y de penalti. EFE.

 

Estrella Digital

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