Vecino de Etiopía, Eritrea es conocido en la prensa como la Corea del Norte de África. En los últimos 30 años ha librado una guerra con Etiopía y se ha convertido tras independizarse de este último en 1993, en “uno de los países más herméticos, pobres e injustos del mundo”, según escribía a finales de 2019 el corresponsal de La Vanguardia en África, Xavier Aldekoa.
“El país vive aislado del mundo por voluntad de su Gobierno: sólo un 1% de los eritreos tiene conexión a internet, la televisión por satélite está vetada en las casas particulares y la penetración del móvil es la más baja de África, al mismo nivel que la República Centroafricana, un país devastado por una guerra cainita”, relataba Aldekoa.
Reporteros Sin Fronteras (RSF) lo situaba en su clasificación mundial de la libertad de prensa 2020 en el puesto 178 de 180, solo por delante de Turkmenistán y Corea del Norte, y explicaba que “aún se observan con frecuencia prácticas arbitrarias para censurar a la prensa: cortes en la conexión a Internet de manera puntual en ciertos países; detención de periodistas bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo; agresiones violentas que a menudo permanecen impunes”, etc. En 2021 permaneció en el puesto 180 y el año pasado bajó al 178.
El relato que el fotógrafo Edu Ponces y Aldekoa describían sobre un viaje que hicieron a Eritrea es útil para conocer su contexto: “Es un país de relojes detenidos. Bautizada habitualmente como la Corea del Norte de África, la nación bañada por el mar Rojo es uno de los regímenes más represivos y herméticos del planeta. El país vive aislado del mundo por voluntad de su Gobierno: sólo un 1% de los eritreos tiene conexión a internet, la televisión por satélite está vetada en las casas particulares y la penetración del móvil es la más baja de África, al mismo nivel que la República Centroafricana, un país devastado”.
Los periodistas añadían que “el Comité de Protección de Periodistas calificó a Eritrea como el país con más censura del mundo y denunció que no hay ni un solo medio independiente y ningún otro Estado de África mantiene a más periodistas encarcelados. Reporteros sin Fronteras la sitúa en el antepenúltimo lugar de su lista sobre libertad de prensa, sólo por delante de la dictadura coreana y Turkmenistán”.
DICTADURA Y CENSURA MEDIÁTICA
El presidente de Eritrea, Isaias Afewerki, viajó en febrero de 2023 en visita oficial en Kenia, “en el marco de un poco frecuente viaje por parte del mandatario al extranjero que coincide con los esfuerzos regionales para intentar materializar un proceso de paz en Etiopía, donde Asmara ha apoyado las operaciones del Ejército etíope contra el Frente Popular para la Liberación de Tigray (TPLF)”, según publicaba Europa Press.
La prensa está controlada por el presidente Afewerki e incluso en los cibercafés es necesario contar con una acreditación especial para acceder a Internet. Todos los medios son privados y los tentáculos del estado funcionan de forma similar a países como China o Corea del Norte, famosos por el uso de la monitorización digital.
Solo Radio Erena, una emisora independiente y apolítica con sede en París, creada en 2009 por periodistas eritreos exiliados, podría considerarse la única productora de información fidedigna que llega del país. Aun así, ni estos medios de comunicación deslocalizados se libran de ser interferidos por los gobiernos.
Comparando el caso de Eritrea con el conflicto entre Marruecos y El Sáhara Occidental – desencadenado con mayor dureza en 1975 tras la salida de España del territorio –, vemos cómo intervenir en la señal de la Radio Nacional Saharaui también fue una estrategia de censura utilizada por Marruecos tras la Marcha Verde, lo que obligó al Frente Polisario a trasladar el satélite a Nigeria y enseñar a los saharauis cómo sintonizar la emisora. Podríamos comparar el fenómeno de control majzén del país norteafricano con el férreo control del presidente Afewerki.
EL CONFLICTO DE TIGRAY
Eritrea también participa en el conflicto de Tigray. “El 4 de noviembre de 2020, el primer ministro Abiy Ahmed ordenó una ofensiva de las Fuerzas de Defensa Nacional de Etiopía (FDNE) contra el Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT), como respuesta al ataque que sus combatientes realizaron contra una base militar federal ubicada en esa región septentrional del país. Sin embargo, tras la firma del cese de hostilidades alcanzada el pasado 2 de noviembre (Acuerdo de Pretoria), hay señales esperanzadoras, como la entrega de material militar pesado y la desmovilización por parte del FPLT”, explica Jesús A. Núñez en un artículo publicado recientemente.
Algunos medios de comunicación la consideran enemiga de Etiopía, pero otras fuentes en Twitter creen que está ayudando a Etiopía a combatir al FLPT y entrenando dentro de su territorio a soldados etíopes y somalíes. Si investigamos sobre la opinión que tienen los habitantes del llamado Horno de África (#HOA en Twitter) acerca del conflicto de Tigray y el papel de cada estado implicado, encontramos razonamientos totalmente opuestos al discurso de los medios tradicionales occidentales – por ejemplo, BBC o New York Times –.
Tuitean que existe una clara “campaña de misinformation desde Occidente” en torno a la región Tigray, que lava la imagen del FLPT (el grupo nacionalista de la región), y acusa a Eritrea de cometer crímenes contra Etiopía. Acusan al FLPT de terroristas y demandan a Amnistía Internacional y a altos cargos de la Unión Europea (como Josep Borrell) que dejen de mentir interesadamente para provocar la división entre Etiopía y Eritrea.
Mientras tanto, la prensa occidental, más cercana al establishment, publican noticias sobre el conflicto desde un punto de vista humanitario, sobre todo desde la región de Tigray, y menos informaciones sobre el papel del gobierno etíope. Los refugiados del conflicto, según los usuarios de Twitter, también están siendo utilizados interesadamente por la prensa y diplomacia de Occidente, y alertan del peligro de solo mostrar una sola cara de la misma moneda.