Uno a uno se están derrumbando todos los tópicos del neoliberalismo. Ahora comprobamos en qué consiste el mito del capitalismo popular. Repsol está a punto de pasar a manos de Lukoil, una empresa forjada en las rapiñas de las privatizaciones de Rusia. Adelantada, por lo que se ve, de un capitalismo popular en el que las empresas estatales se han convertido en propiedad de los dirigentes del antiguo régimen, que no son distintos de los del nuevo y que se han hecho ricos -todos ellos- a costa del erario público. Nosotros seguimos aplicadamente los pasos del maestro, y también aquí unos pocos, de no ser nadie, pasaron a ser grandes empresarios gracias a la venta de las empresas públicas.
El Gobierno dice diego donde dijo digo, y acepta que Sacyr e incluso La Caixa vendan su participación en Repsol a la compañía rusa. Y es que hay que sacar del atolladero al señor Rivero, que, según dicen, es amigo de Zapatero y que además entró en Repsol, si no inducido, sí al menos con las bendiciones del Gobierno, y de paso también al señor Botín y al Banco de Santander, que ha prestado ingentes cantidades a la constructora, y necesita por tanto asegurar la solvencia de sus créditos. La farsa es de tal calibre que la vicepresidenta del Gobierno no tiene pudor en afirmar que lo importante es que los ejecutivos sean españoles, como si esto se pudiese asegurar, y además como si a los ciudadanos les importase mucho que al frente de la empresa esté un tal Brufau o un tal Alekperov, los títulos de su legitimidad no son demasiado diferentes.
El colmo del despropósito es escuchar a De Cospedal acusar a Zapatero de que pone en peligro un sector estratégico nacional, y a Montoro denunciar que Repsol vaya a dejar de ser española, porque fue precisamente el Gobierno del PP el que, al tomar la decisión de privatizarla, permitió que la empresa dejase de ser de todos los españoles, con lo que resulta imposible controlar más tarde en manos de quién está, cosa que, además, importa ya muy poco. Queda muy bien que el PP hable de sectores estratégicos, pero éstos se ponen en peligro desde el mismo momento en que el control deja de ser estatal y pasa a manos privadas.
La liquidación del sector público empresarial ha sido una de las mayores expoliaciones que se ha realizado contra la sociedad española, expoliación en la que, sin duda, tienen culpa todos los gobiernos, pero los del PP se llevan la palma. De poco vale lamentarse ahora. Antes o después, todos los sectores estratégicos estarán controlados por empresas extranjeras o multinacionales y, desde luego, el Estado se verá absolutamente incapaz de garantizar unos servicios adecuados y de instrumentar una política económica coherente. Los ciudadanos lo pagaremos pero, como en Rusia, algunos se habrán forrado.
Juan Francisco Martín Seco