Esperanza Aguirre tiene suerte. Es innegable. Iba hoy a recordarle algunos rudimentos de gramática, a propósito del liberalismo «sin prefijos ni sufijos» que predicaba hace unos días, y en su lugar me veo felicitándome de su regreso sana y salva, aunque haya aparecido ante las cámaras en calcetines de campaña.
Se ha librado de la balacera india como salió indemne del accidente de helicóptero en la plaza de toros de Móstoles: Aguirre escapa al fuego como la salamandra, y además posee el aplomo necesario para relatar su experiencia entre las llamas sin perder la compostura. Por más que en algunos momentos de su comparecencia se mostrara al borde de la emoción -lo cual no hace sino acrecentar la verosimilitud de su dramático relato-, al escucharla con tal dominio de sí parecía que nos halláramos ante el mismísimo Esquilo: «No me ocurrirá ninguna desgracia que no haya previsto».
Salir ilesa de un tiroteo pisando charcos de sangre y escapar de una ciudad sembrada de bombas -una de ellas, en uno de los lugares por los que su coche debía pasar camino del aeropuerto- pertenece a la categoría de la pura chiripa, como lo es salir ilesa de un accidente de helicóptero. Pero Esperanza Aguirre tiene la baraka en todas sus modalidades posibles, lo cual es para los políticos actuales un don tan necesario como lo fue en su día para los generales napoleónicos.
Aguirre está dotada también de esa buena fortuna consistente en que tu adversario la pifie con tal dedicación que llegue a eclipsar tu propio fracaso. Ése fue el regalo que le hicieron Tamayo y Sáez, aquel dúo de variedades que nos brindó el numerito de la repetición de elecciones en la Comunidad de Madrid. Estaba claro que había más ciudadanos en contra que a favor de Aguirre, pero aún resultó haber más en contra de los corruptos del tamayazo. Cuando se tensa demasiado el azar, las estrellas son enteramente previsibles.
Los amantes del trabajo duro, el sacrificio y el esfuerzo suelen ensalzar un tercer tipo de buena fortuna, que consiste en tener el terreno bien labrado y siempre abonado para beneficiarse de la lluvia -el azar más incontrolable- cuando el cielo decida mandarla. Desde que Aguirre accedió al Gobierno de Madrid aguarda su oportunidad mientras trabaja. Y lo mismo trabaja haciendo tai-chi que montando en bici o poniéndose unos calcetines.
En esa espera el trabajo es duro, sin duda. Una de las tareas más arduas de cualquier gabinete es tramar esos golpes de efecto a que nos tiene acostumbrados la videopolítica de última hornada. El superviviente de un atentado puede afirmar que la fortuna le sonríe, pero tras esa falda y esos calcetines hay horas de trabajo, o bien el destello de una mente que piensa en digital. Y mientras llega la lluvia en forma de una derrota electoral o de un nuevo congreso cual campo de Agramante, la mejor fortuna de Aguirre es la gris atonía de Rajoy, que lleva los calcetines ralos del avaro, porque no tiene una historia que contar.
Irene Lozano