lunes, diciembre 2, 2024
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Medidas llenas de dudas

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La inquietud inevitablemente asociada a la crisis global se va acrecentando conforme pasan los días ante la palpable evidencia de que nadie parece tener del todo claro qué hacer. Curiosamente, existe unanimidad al considerar que algunos de los problemas actuales son nuevos, pero las recetas que se están aplicando son viejas, al extremo de imperar algo así como una mezcla de las dos principales terapias extraídas del análisis posterior al precedente de 1929: echar mano del gasto público e inyectar liquidez.

No menos llamativo es que, por más que se multiplican las apelaciones a una acción concertada y coordinada en las principales economías como único modo de superar el atolladero, se van agudizando los desacuerdos entre los dirigentes políticos: sin ir más lejos, en el seno de la Unión Europea (UE). No va a ser fácil, quizás ni siquiera probable, que los Veintisiete vayan más allá de conciliar un texto de comunicado final en la cumbre que van a celebrar esta semana, entre otras razones debido a las discrepancias ya evidenciadas entre Londres, París y Berlín sobre cómo enfocar un plan de recuperación.

Es comprensible que la prioridad de los gobernantes sea ahora mismo acortar la fase recesiva en que ha entrado la mayoría de economías desarrolladas, como semanas atrás lo fue evitar un colapso del sistema financiero. Y no se puede decir que no estén multiplicando acciones y medidas para lograrlo. Antes al contrario, hasta podrían oponerse algunas dudas a la hiperactividad que ha sucedido a una actitud inicial de inhibición y perplejidad, dando a menudo la sensación de que algunos están probando todo, utilizando todos los medios a su alcance sin jerarquizarlos en aras de una eficacia a corto, pero también a medio plazo.

El debate parlamentario español de la pasada semana pudo ser ilustrativo al respecto: mientras la oposición reincidía en su machacona imputación de que el Ejecutivo no tiene plan, el presidente Rodríguez Zapatero enfatizaba con orgullo haber adoptado más de ochenta medidas desde las elecciones del pasado mes de marzo. Dialéctica en el fondo bastante estéril, dado que ni la tozuda sacralización del plan ilumina nada ni la cantidad de decisiones garantiza que incluyan la solución. Lógicamente, al ser tantas las adoptadas, es inevitable que unas suenen mejor orientadas que otras, lo que en buena medida desautoriza cualquier juicio global, tanto si es en contra como si se pronuncia a favor.

Lo que sí se antoja un tanto curioso es que el debate político discurra bastante alejado del juicio de los expertos. No es de ahora, sino de hace tiempo, que existe bastante coincidencia en apreciar que la economía española precisa algunas reformas de calado, sin que aparezcan en la agenda del Gobierno socialista ni se reclamen debidamente concretadas desde el Partido Popular.

Acaso por ello, comienza a percibirse cierta nostalgia de tiempos pasados: por ejemplo, recordando las ocasiones -más de una- en que unas pocas medidas de reforma, tan valientes como sencillas, sirvieron de revulsivo y propiciaron una recuperación rápida y apreciable, alguna vez incluso sorprendiendo a su principal patrocinador.

Enrique Badía

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