Me gustaría saber qué porcentaje de recién licenciados en universidades españoles sabe distinguir una oveja churra de una merina. Seguramente el mismo que sabe qué significó la Mesta o de qué animal proviene el cachemir. Nuestro sistema educativo es pésimo. Sin embargo, ahora que los universitarios protestan contra Bolonia, no lo hacen porque aprendan poco sino porque los estudios de postgrado serán caros, aptos tan solo para ricos. Y eso que estamos bajo la bandera de un gobierno socialista que no es ninguna de las dos cosas. Pero, ya que no sabemos leer y escribir y seguimos dejándonos someter a Chomsky, Marchesi y unas pésimas leyes educativas, ¿qué más da confundir churras con merinas?
Este dicho tan español, tan castellano en su origen, lejos de perder significado lo ha ganado gracias a que actualmente la sociedad y todas sus manifestaciones se muestran incapaces de distinguir lo esencial de lo accesorio. Vivimos una crisis grave, somos el país de la UE con mayor tasa de paro y menor productividad, no funciona apenas nada que no sea lo meramente privado, pero andamos preocupados principalmente en temas tan superfluos como la presencia de crucifijos en las escuelas, tan trasnochados como los vuelos de Guantánamo o tan marginales como la violencia de género -cuando lo importante es que ni policía ni justicia funcionan por falta de medios-.
Un ejemplo cercano: lo de Bombay ha sido trágico y preocupante. Once tipos armados son capaces de poner en jaque a un país entero durante tres días. Su ideología es ese islamismo paranoico que prefiere el caos al orden porque supuestamente hay un dios que quiere dominar sobre todo el planeta. En España, sin embargo, el partido en el poder, defensor de una imposible alianza de civilizaciones y de las empresas amigas -léase SACYR-, se ha ensañado con Esperanza Aguirre por salir por piernas como habría hecho cualquiera. Incluso ha habido plumillas que han destacado los calcetines que llevaba la presidenta de Madrid cuando, a su regreso, dio una rueda de prensa. Y, mientras el Gobierno indio administra dimisiones de los que se consideran responsables por negligencia ante la masacre -¡a ver si aprenden nuestros políticos!- y Pakistán e India discuten para no declararse la guerra, unos cuantos medios -bobos provincianos que no entienden eso de la aldea global- se centran en la repatriación de los dos españoles heridos en un avión «medicalizado» (sic).
La primera y más grave culpa de la obsesión por lo accesorio es de unos políticos que, es bien sabido, no están a la altura. Después, de sus partidos que, cómodos con las sinecuras que conlleva el poder, no hacen nada por buscar a gentes más preparadas. Y, en tercer lugar, de unos medios de comunicación que sirven a la audiencia y al sistema partitocrático antes que a la información, al análisis responsable y crítico de la realidad.
Algunos lectores me dicen que hay una conspiración que lanza cortinas de humo para evitar que se critique severamente la acción política española. La cuestión es creer o no si existen personas tan desalmadas y estultas como para ignorar la gravedad de nuestros auténticos problemas. ¿Hay alguien capaz de preferir un país roto, débil y frágil antes que uno próspero, fuerte y sólido? Yo más bien creo que los medios de comunicación son reflejo de una sociedad marchita y egoísta que ha perdido el sentido de su ciudadanía responsable.
Porque la última responsable de que España esté tan mal es de la Sociedad. Aquí nadie atiende a sus obligaciones y, en aparente protección de su individualidad, todo el mundo se empeña en defender unos derechos que serán indefendibles cuando la mierda nos llegue al cuello. La gente se indigna y discute si un crucifijo ofende o no, si Zapatero es menos o más inútil que Rajoy, si en Afganistán hay guerra o si Obama es un superhéroe, pero nadie quiere darse cuenta de las serias amenazas de la crisis económica y del integrismo islámico.
Por ejemplo, con el nivel de inmigración que hay en España, el aumento del desempleo convertirá a grandes masas de trabajadores parados y desarraigados en focos de conflicto social. Pero nadie hace nada, no vaya a despertarse la bestia. Pero esta, indefectiblemente, lo hará porque de la necesidad no nace virtud sino hambre, pobreza, violencia… Necesidad, valga la redundancia, en su más extrema manifestación.
Estamos en manos de unos inútiles que, más que amor a la Patria -concepto extinto salvo en donde aún no existe-, muestran obediencia y favoritismo hacia las asociaciones o empresas a las que pertenecen. Partidos, organizaciones ciudadanas y humanitarias, medios de comunicación, empresas… aquí todo el mundo busca su propia supervivencia y nadie piensa en la grandiosa y terrorífica responsabilidad que significa pertenecer a un Estado, de ser Sociedad en un país democrático. ¿Confundimos churras con merinas, o más bien ignoramos que existen diferencias entre conceptos, necesidades y urgencias?
P.S.: Ayer apareció en un periódico un reportaje sobre las insalubres y paupérrimas condiciones, cercanas a la indigencia, en las que viven muchos guardias civiles. Sin embargo, lo que se ha cerrado, en ocasiones, son los calabozos. El preso es más importante que el agente de la autoridad. Churras con merinas, mezquindad suma de unos débiles mentales y abortos morales. [email protected]
Daniel Martín