lunes, diciembre 2, 2024
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¿Quién no es supersticioso?

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Yo diría que todos lo somos. Los que más, aquellos que confiesan no creer en las supersticiones… porque trae mala suerte. Evitar las supersticiones también es otra superstición, que decía Francis Bacon.

Esperanza Aguirre, la presidenta madrileña, ha confesado estos días, después de haber salvado la vida… por segunda vez (el astrólogo Julio Antonio López lo achaca a su buena estrella cósmica con la Luna y Venus): «La verdad es que soy muy supersticiosa». Como su madre y su hermana.

Los que somos supersticiosos también creemos en los gafes. Haberlos en Madrid, los hay. Y muy conocidos.

Dicen que Esperanza evitaba sentarse junto a un ex presidente que tenía fama de cenizo. Por caridad cristiana no digo su nombre. Pero lo era. El general Sabino Fernández Campo, que también cree en los gafes, tiene, sobre dicho personaje, muchas anécdotas.

¿Les sorprendería a ustedes conocer que Don Juan Carlos también procura protegerse de los gafes? Y eso que su abuelo, el Rey Alfonso XIII, fama de ello tenía.

En una recepción, en el Palacio Real, con motivo del Día de Cervantes, recepción a la que suelen asistir muchos escritores, uno de ellos, con fama de ser muy gafe, no sólo se acercó a saludar al Rey sino que se entretuvo, largo tiempo, charlando con Su Majestad. Hasta que el general Sabino logró librarle de él.

«¿Sabe que es muy gafe?», le preguntó a Don Juan Carlos.

«¡Claro que lo sé!», le contestó al tiempo que mostraba cómo había mantenido los dedos mientras charlaba con el «gafe».

Si por los gafes siento piadosa simpatía, aunque los rehúya, a los videntes los detesto. El rechazo hacia esos vividores proviene de mi infancia granadina, donde te asaltaban y siguen asaltando, en los alrededores de la Alhambra y del Generalife, viejas gitanas del Sacromonte para echarte… la buena ventura: «¿Te la digo, resalao?».

Reconozco que entre las tonterías y las obviedades que te decía la Canastera o la Bizcocha, «leyéndote» la palma de la mano, y la de los videntes de hoy, con el tarot y la bola, no existe más diferencias que lo que cobran aquéllas, unas monedas; éstos, unos billetes.

Durante un viaje oficial de los Reyes de España a la India, un vidente, el más importante del país, a quien habían contratado para que nos visitara en el hotel, precisamente el Oberoi, se empeñó en «visionar» mi pasado pero, sobre todo, el presente y el futuro. Me quedé «impresionado» cuando, con mi mano en su mano, llegó al «sensacional» descubrimiento de que era un gran… viajero. «Difícil» conclusión a la que había llegado, residiendo, como él sabía, en Madrid y encontrándome, como me encontraba, en Bombay.

Peor fue lo de la pobre Lady Di, que, en vísperas de su trágica muerte, le pidió a su amante Dodi Alfayet que la acompañara a una visita muy especial: la vidente Rita Rogers, que le había sido recomendada por su ex cuñada Sarah Ferguson, otra prenda de criatura.

Diana quería preguntarle por el futuro de su relación sentimental con Dodi. También sobre su vida.

La pareja, para trasladarse desde Londres hasta la localidad de Chesterfield, donde la vidente reside, utilizó el helicóptero de los almacenes Harrod’s, propiedad del papá de Dodi.

La reunión duró más de una hora. No sólo les auguró que su relación sería felicísima y que tendrían varios hijos, sino que sus vidas serían largas, aun cuando la pareja estaba viviendo los últimos días de sus vidas.

Pienso que lo único claro en este mundo es que hay personas, como Esperanza Aguirre, con suerte, aunque reconoce que ello no le impide creer en la mala: «Ya que me he salvado dos veces en tierra y aire, no voy a coger ningún barco».

De todas formas yo siempre apostaré por ella: es el talismán de la Comunidad de Madrid.

Jaime Peñafiel

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