lunes, diciembre 2, 2024
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Otegi sueña con Groenlandia

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Sobre un fondo de sordina, y escasa repercusión, por tanto, en el resto de España, las inesperadas declaraciones de Arnaldo Otegi a Gara, casi un año después de la posición adoptada por la propia ETA en otra entrevista para la misma publicación abertzale, establecen o reflejan hoy una pista sobre la actual o actualísima actitud del mundo etarra, esta vez a través de quien ha venido siendo en los últimos años su portavoz más característico. Se trata, como siempre que estas exteriorizaciones declarativas se producen, de un mensaje sujeto a una estricta provisionalidad, es decir, el plazo que media entre lo que en un momento se manifiesta y lo que tarde en surgir, a la luz de las conveniencias de la banda terrorista, otra «filosofía» orientativa o acaso desorientadora. De momento no es éste el caso. Si en aquel principio de año los capitostes de ETA, expresándose en euskera, hacían saber a Zapatero, tras el fracaso de la última tregua, que «tarde o temprano tendrán que volver a ese camino», Otegi habla ahora de recuperar «el listón que se dejó en la última etapa negociadora para, a partir de ahí, intentar reconstruirla». Como se ve, nada nuevo.

ETA va a hacer un año que se pronunciaba mediáticamente en el sentido de estimar que, dadas las raíces políticas del «conflicto», «no hay derrota militar posible», aunque tampoco vaticinaba para ella misma un horizonte satisfactorio de victoria. Otegi reconoce ahora que en la situación vivida por la banda «hay una sensación muy grande de bloqueo». Admite que el movimiento abertzale «parece estar gripado políticamente», pero que muchos sectores populares consideran que esa izquierda y sólo ella está capacitada para «mover el escenario político».

Solamente, pues, operaría el movimiento abertzale, siempre sobre la base de tres factores: el fracaso de los instrumentos diseñados por el «Estado» hace treinta años para lo que Otegi llama «asimilar» al pueblo vasco; en segundo lugar, el supuesto derecho de los «cuatro territorios» a decidir sobre su futuro; y en último término, el contexto europeo. Esta insistencia abertzale, o etarra, sobre lo que podríamos considerar el acompañamiento de Europa viene a ser el dato más frecuentemente esgrimido para cimentar las expectativas independentistas. De nuevo, nada nuevo.

Otegi no se erige en portavoz de nuevas amenazas de ETA. Ni falta que hace. No le corresponde ese papel. Se limita a hablar de confrontación con el Estado, si bien reconoce que ni el cese ni tampoco la persistencia de lo que llama lucha armada resuelven todos los problemas. Dice, eso sí, que el Estado -se supone que sólo el español entra en el campo de sus alusiones- tiene mecanismos de coacción y represión. Le atribuye, y lo ha demostrado según el portavoz, «capacidad de ser implacable y cruel». Se supone que no tanto como ETA si descendemos a los detalles.

Ahora bien, Otegi se reserva margen para el optimismo: «Hay condiciones y hemos de tener ambición de ganar». ¿Qué condiciones? Para este personaje, una mayoría popular, una mayoría sindical y una mayoría política. Advierte que «las recetas represivas ni van a alterar nuestra posición política ni van a destruir a la izquierda independentista.»

Seguramente lo más significativo de esta comparecencia mediática de Otegi es la descalificación del PNV y la esperanza depositada en el ya mencionado «contexto europeo». Al PNV no lo sitúa en el bloque independentista, del que dice que se autoexcluye tanto como modelo político como en lo que afecta a la posición social. Acusa a los nacionalistas no violentos encuadrados en el peneuvismo de acomodarse al modelo de Estado español negando las vías para construir un Estado de vascos. ¿Quién lo habría dicho antes?

Respecto al contexto europeo, una vez más, como hace poco tiempo en el caso de Montenegro y Kosovo, por ejemplo, Otegi se refiere a nuevos modelos que aparecen ante su vista y, de seguro, a la vista de su mundo abertzale: Groenlandia y posiblemente Escocia. Casi nada. «Ahí están -señala con su visionario índice- los ejemplos de Groenlandia y Escocia, que van en la dirección de la solución que planteamos.»

Mientras estas quimeras se concretan, el dirigente abertzale, o sea, independentista, se abastece de ilusión pensando en que «nuestra posición» viene siendo entendida como razonable por «buena parte de los observadores internacionales». Y dentro del «Estado» nada mejor que «construir una alternativa al PNV»: vertebrarla a la izquierda, naturalmente, del partido de Sabino Arana. Nada ya de modelo de Lizarra como en 1998, sino hacer frente al Estado que «intenta dejarnos fuera de las instituciones». O sea, que para Otegi y el mundo que representa, la izquierda abertzale tiene que estar en las instituciones, participando, por supuesto, en los procesos electorales venideros.

Con la ayuda del zapaterismo todo será posible. Y quien dice posible dice temible, lamentable, deplorable.

Lorenzo Contreras

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